Capítulo 14: Ángel caído

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Damián podía parecer un lunático, pero dentro de su psique se encontraba un ángel tan voraz como temido. Miró sobre su hombro al hombre que lo había retado y con una media sonrisa mostró sus colmillos y sus ojos brillantes tomaron una tonalidad lo suficiente sangrienta como para parecer más un ser del inframundo que un ángel venido del cielo.

El tiempo se detuvo y la realidad se distorsionó alrededor de ellos, como si se tratara de una dimensión repleta de espejos que los aturdía, pero no a ambos por igual, pues era el propio Raúl el que lo creaba.

Damián no se intimidó. Sorteó los espejos y saltó por el circulo que trazaba cada casa iluminada por la luz roja que pintaba el cielo. Raúl, elevó las manos al cielo y los cuervos rodearon su figura para confundir al ángel, quien, armado con dos dagas de luz en sus manos, empezó a atacar, sin éxito. El cansancio empezó a mermar las fuerzas del ángel cuando el primer puñetazo le golpeó el rostro. Cayó en una especie de fosa cristalina. Los espejos se rompieron alrededor de su cuerpo y cortaron cada centímetro de su piel. Se cubrió el rostro con los antebrazos, y cuando el suelo también de cristal chocó con su espalda, sintió que una astilla afilada le rompía una de las costillas.

—¡Aaaah! —gritó, completamente ensartado. Arrastró las manos por el suelo y se las cortó Dejó las manchas de su sangre hasta que logró quitarse el cristal en punta que le había roto por dentro.

Sin embargo, lejos de querer rendirse, Damián volvió a sacar sus dagas y temblando, se levantó del suelo. Tembló, pero por el rabillo del ojo vio la silueta de Raúl. Se dio la vuelta y a pesar de la sangre que perdía, logró clavar la daga en el brazo del hechicero.

Raúl gruñó con rabia e intentó defenderse, pero su mano fue detenida por el ángel. Éste le dio un rodillazo en el estómago y cuando vio que se agachaba, usó sus propios cristales para cortarle parte del cuello.

Raúl tomó una bocanada de aire y solo aguantó sin morir por el pacto de alma que tenía con la parca que estaba enfadándose más a cada segundo que pasaba.

Fue entonces, cuando Death se apoderó del cuerpo de Zarek. Vistió su piel con sellos malditos que encerraban miles de almas en el inframundo. La estatura del cuerpo de Raúl creció considerablemente y de su rostro salieron unos colmillos tan afilados como los de un cocodrilo. Gruñó, como el shinigami que era y las pupilas le cambiaron. No había mi rastro del hechicero, solo era la parca que todo el mundo temía.

Cogió al ángel del cuello y lo levantó del suelo. En un pestañear de ojos, todo alrededor de ellos volvió a la realidad. Dolwill, las calles oscuras, los llantos provenientes del bosque y la lluvia que los empapaba.

—Mírame a los ojos —gruñó con voz ronca.

—No...

—¡Mírame! De lo contrario, los humanos a los que cuidas...

—Vale —aceptó antes de que terminara la frase. Los humanos eran frágiles frente a la muerte.

Lo miró a voluntad y sintió como el alma le ardía. Extendió sus hermosas y grandes alas blancas por el dolor y éstas mismas empezaron a consumirse como si se tratara de un incendio en el bosque. Hasta llegar a la piel, donde fueron arrancadas de cuajo, dejando dos prominentes y sangrantes agujeros.

Por los ojos de Death vio su propia muerte y empezó a recordarlo todo. Absolutamente todo. Los ojos de Damián perdieron su brillo natural y su piel palideció por completo. Sus labios se volvieron morados y las ojeras que ya mostraba por genética, se marcaron como dos pozos de tristeza y dolor.

Cuando Death lo soltó, Damián cayó de rodillas. Apoyó las manos en el barro, mirando a un punto perdido de la nada y las lágrimas mojaron más su rostro que la lluvia. Hecho el trabajo, la muerte y el hechicero se marcharon para celebrar la derrota del bien.

Dolwill: El peón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora