Capítulo 5: El hijo de Gula.

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Perderse en pesadillas es agotador. Tanto como entrar en un laberinto donde solo ves árboles arañando tu piel y desgarrando tu ropa para impedirte el paso. Raúl estaba acostumbrado a tenerlas desde que apareció en Dolwill. Se lo había dicho a la bruja cuando pertenecía al aquelarre de Salem, y aunque los siglos habían pasado en su mente, no para él. Seguía la imagen vívida en sus recuerdos. Empezaba a sudar como un desgraciado cordero rodeado por lobos. Ella estaba ahí, a su alrededor había mínimo diez hombres adorándola como una deidad. Él no ponía restricciones, la amaba suficiente para no hacerlo. Sin embargo, no era su mundo. Jamás había pertenecido allí. En un segundo, la imagen de la mujer empezaba a alejarse. Raúl rogó para sus adentros que no lo hiciera, que llevaba demasiado tiempo sintiéndose vacío, pero no lo consiguió. Tampoco logró ver con nitidez su rostro, solo el cabello negro y ondulado que caía sobre sus hombros, simulando las olas de un mar embravecido en el que no dudaría en ahogarse.

Sin embargo, cuando ese sueño cesó, escuchó un ruego. Uno con una voz familiar. Sus párpados empezaron a moverse y sin abrir los ojos, recorrió la estancia en la que se encontraba hasta llegar a la habitación de Alexa. La joven bruja, arrodillada, lloraba con desesperación. Raúl abrió los ojos lentamente y resopló. Había aceptado ser su familiar, y aun si no lo hubiera hecho, cuando la gente rogaba por paz de esa manera, le era difícil ignorarlo.

Se levantó de la cama y arrastró sus pies descalzos sobre la moqueta. Sin camisa, podían verse las cicatrices sobre su piel y la marca que cruzaba su rostro y parte del ojo, pareciera más visible con el día nublado. La marca que lo ataba con la deidad que había hecho el pacto sagrado, se observaba como un tatuaje perfecto en la parte izquierda de su pecho. Justo en el corazón que en algún momento había dejado de latir. Se apoyó del borde de la puerta entreabierta y golpeó la madera con los nudillos. Alexa levantó la cabeza, destensó las manos que reposaban unidas sobre los pies de su cama y se levantó, intentando disimular sus rezos.

—¿Te desperté? —preguntó, con un rápido movimiento, limpió sus mejillas.

—No importa.

—Estaba haciendo la cama —se excusó la pelirroja—. Pero ya, ya está lista.

Carraspeó la garganta y antes de que pudiera salir de la habitación, Raúl la cogió del brazo y la entró de nuevo.

—Espera...

—Fue solo un bajón puntual.

—Cuéntame, ya lo estabas haciendo.

—¿Qué lo estaba haciendo? —Raúl señaló hacia la cama—. Ah, ya. No, no estaba hablando contigo exactamente.

—¿Tú crees? —Ella se encogió de hombros, Raúl solo tomó asiento en la cama y le indicó con la cabeza que también lo hiciera—. Cuéntame, insisto.

Alexa suspiró hondo y tomó asiento a su lado. Abrió la boca, la cerró. Jugó con sus manos en el regazo y aunque no sabía qué decir, Raúl siguió.

—Comprendo —susurró. Fue suficiente para que Alexa estallara en llanto. Abrazó a Raúl y aunque al inicio él no supo cómo mover los brazos para acceder a aquel actor mortal, terminó por hacerlo. La apretó con un poco de fuerza y acarició su largo cabello rojo para calmarla.

—No tengo familia —sollozó en su cuello—. Estoy completamente sola.

—Hay gente que se queda sin familia mucho antes de que éstos fallezcan —comentó Raúl—. Por desgracia, hay gente que no merece traer a nadie a este mundo, pero aún así, en su infinito egoísmo, lo hacen. Debes estar feliz de que tu familia dejó una huella bonita en ti y que están, quizá no en persona, pero... —Le señaló el pecho—. Sí aquí y en y ADN. Siempre formarán parte de ti. Además, no estás tan sola. No estoy pintado, eh.

Dolwill: El peón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora