Capítulo 26: ¿Blancas o negras?

77 9 4
                                    


Inhalar, exhalar, correr. Inhalar, exhalar, mirar a cada lado para asegurarse de que nadie la seguía. Eso hacía Alba a medida que sus pies se lastimaban por las ramas y hojarascas secas del bosque. Las zapatillas que llevaba no eran para correr y tras un girón de tobillo que le hizo gritar, prefirió quitárselas. Sin embargo, en algún momento de su cruel travesía y tras escuchar una disputa a sus espaldas, el camino pareció llevarle a una carretera que recordaba con precisión. La de su casa. Salió de entre los árboles y se rasgó el vestido. Pensó en si su madre se encontraría bien. La preocupación empapó sus lágrimas y los rasguños de su cuerpo siguieron sin doler. La adrenalina la impulsó a seguir descalza por la carretera y aunque los pulmones se le oprimían solo pensaba en sobrevivir, sacar a su madre de la casa y llamar a Jason. La niña sabía bien que su padre era una especie de superhéroe que mataba a seres malvados como el que le había atacado en el coche.

***

—¡Jason! —gritó María cuando llegó a la guarida de los cazadores. Todos se levantaron, aunque alguno que otro ya estaba despierto, como Jason, el cual se tomaba un café cargado en el salón, con la mirada fija en la chimenea. Éste observó hacia la joven periodista y levantó las cejas.

—No sé en qué momento te has escapado, pero veo que no llevas el collar. Otra vez.

—No es momento para que me regañes, por favor.

—Solo dime que quieres morir y ya.

—No, Jason... —María se detuvo frente a él y tragó saliva—. Tu hija está en peligro.

—¿Qué? —El cazador se levantó de golpe y frunció el ceño—. ¿Cómo sabes eso?

—El hechicero dueño del tiempo no es Érebos. —María miró hacia Alexa, que empezaba a despertarse por el escándalo, pero Raúl no estaba allí—. Apresúrate a buscarla, ¡Ya!

Jason llamó al compañero que se había llevado a la niña, mientras se ponía su chaqueta de cuero. Frunció el ceño cuando la llamada no fue atendida. Lo intentó varias veces en lo que cargaba las armas y se las colgaba a la espalda. Con el corazón en un puño, gruñó para sus adentros y miró de reojo a María.

—Espero que tú y ese Dios primordial no tengáis nada que ver —le advirtió el cazador, sin embargo, su sorpresa fue mayor cuando cruzó la puerta de la casa y encontró a Érebos fuera, mirándolo con superioridad y una tranquilidad que le irritaba. Levantó la pistola, la cargo y cuando el disparo sonó, observó cómo traspasaba a Érebos como si fuera una simple sombra.

—Calma, grandullón, solo vengo a ayudar —comentó. Jason arrugó la nariz y esbozó una fina sonrisa.

—¿Cómo y por qué ibas a ayudarme?

Érebos miró con disimulo a María cuando ésta se asomó por detrás del cazador. Suspiró hondo y se encogió de hombros.

—Hoy me levanté altruista, aprovéchalo porque paso de cero a cien en segundos y podría volverme psicópata si vuelves a apretar el gatillo.

—Olvídame —gruñó Jason. Caminó con decisión hacia su furgoneta.

—Sé dónde está —interrumpió Érebos sus pasos—. He notado una distorsión en el bosque y ya sabes que normalmente, sé todo lo que ocurre ahí. Es extraño, pero tu hija a podido salir de los confines de Dolwill.

—¿Cómo va a poder hacer eso una niña de ocho años? —se quejó Jason—. Los de tu calaña solo hacéis que mentir.

—Puede que sí, o puede que yo sea la única opción que tienes para volver a ver a tu hija con vida. Luego tú decides cuál es tu prioridad.

Dolwill: El peón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora