Capítulo 33: La cuñada del rey.

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Eiden pensó que un baño en las saunas del palacio sería relajante para empezar la mañana. Las termas romanas del castillo eran una joya oculta de la antigüedad, un remanso de lujo y sofisticación en medio de la fortaleza medieval. Al entrar, uno era recibido por un ambiente cálido y acogedor, con una arquitectura que evocaba los tiempos gloriosos del Imperio Romano.

La estructura principal estaba compuesta por varias salas, cada una diseñada para proporcionar una experiencia única de baño y relajación. Al principio, se encontraba el "apodyterium", una amplia sala donde los que allí vivían dejaban sus vestiduras en nichos de piedra tallada. Los muros estaban adornados con mosaicos intrincados, representando escenas mitológicas y paisajes idílicos, cuyo esplendor resistía al paso del tiempo.

Eiden detuvo el trayecto de sus pies para quitarse la camisa y siguió absorto en el paisaje, mirando cada recoveco. Seguía siendo hermoso, aunque ya lo hubiera visto varias veces.

Llegó al "frigidarium", una sala de baño frío. Una piscina de mármol pulido reflejaba la luz suave de las lámparas de aceite.

El corazón de las termas era el "caldarium", la sala de baño caliente. El vapor llenaba el aire, envolviendo al rey en un manto de calor purificador. Una gran piscina de agua caliente, también de mármol, ocupaba el centro de la sala, rodeada de columnas decorativas que sostenían un techo abovedado.

Se aseguró de que nadie estuviera en su presencia y se desvistió del todo. Cerró los ojos por un instante y cuando los abrió, observó la silueta desnuda de Alice, caminar con descaro frente a él.

—¡Oh, lo siento! —cogió su ropa y le dio la espalda—. ¡Pensé que estaba solo!

Alice levantó las cejas. No hizo ningún movimiento que diera a entender incomodidad. Al contrario, llevó ambas manos a la espalda, las entrelazó y observó la espalda de Eiden. De arriba abajo. Llegó hasta el trasero y ladeó un poco la cabeza. Pensó en cómo era posible que un hombre fuera atractivo de pies a cabeza.

Con tranquilidad y el pelo cubriendo sus erguidos pechos, se puso frente a Eiden y sujetó su ropa. Le dio a entender que se quedara.

—¿No te importa que te vea así? —Ella negó—. No creo que sea correcto.

Alice se encogió de hombros y se alejó de él. Cogió la pastilla de jabón casero y caminó hacia la primera piscina termal, sin siquiera mirar atrás.

Eiden se quedó con la boca abierta. Tragó saliva y, sin pensarlo mucho, dejó caer sus ropajes reales al suelo.

Siguió la curvatura de su espalda con la mirada y se quedó en el trasero respingón de Alice. Ella no era la única que se había fijado en cada detalle.

Cuando la vio hundirse en el agua, él la siguió. El calor del agua aumentaba la temperatura que por sí, ya estaba sintiendo él en el cuerpo. Aunque no era el único. Al inicio, se quedó uno a cada lado de la piscina termal, pero Alice se hundió en el agua y como buena sirena, apareció sensual frente a él. Le señaló el jabón. Él levantó las cejas y negó.

—No voy a enjabonarte, Alice. —Le hizo pucheros como niña pequeña—. No, soy un hombre al fin y al cabo, por mucho que tenga autocontrol. —Ella le indico un poco con los dedos y entornó los ojos—. ¿Poco? ¿La espalda? —Alice asintió. Luego se tocó por el pelo—. Bien, el pelo y la espalda.

Alice sonrió y le entregó el jabón. Eiden empezó por el pelo. Fregó la pastilla en sus manos y cuando las tuvo envueltas por el jabón, masajeó el cuero cabelludo de Alice. Ella cerró los ojos y apoyó las manos en el borde de la piscina. Con los movimientos de la cabeza, Alice se movió un poco hacia atrás y sin querer, rozó el miembro de Eiden. Abrió los ojos y jadeó, justo cuando él lo hizo. Estaba duro y ni siquiera la había tocado.

Dolwill: El peón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora