Capítulo 17: La caza del conejo.

102 10 2
                                    


—¡Ya te vale, tío! —regañó Raúl—. Lo vi y lo sentí todo.

—Te quejas y has dormido lo que quedaba de mañana como un bebé —se defendió Death—. ¡Yo te he hecho un regalo! Esa mujer es preciosa.

—Creo que no entiendes el vínculo que me une a ella.

—Me importa una mierda, también te lo digo.

—Esta relación no va bien si no me tomas en cuenta.

—¿Relación?

Se quedaron los dos en silencio, mirándose a los ojos, pestañeando a la vez y sin saber cómo romper la situación incómoda.

—Tengo que... Ir a hablar con alguien —argumentó Raúl, para quitar la tensión del momento.

—Vale.

De nuevo se instaló un silencio incomodo. Esta vez ninguno de los dos lo rompió. Death se escondió en lo más profundo del ser de Raúl y éste se marchó a los confines de su propio oasis de terror.

***

Zarek caminaba lentamente por su reino del terror. Su capa oscura ondeaba como un ala de cuervo en la brisa fría de la noche. Había llegado a un lugar donde la luz temía adentrarse, un rincón del mundo tan sombrío que parecía una grieta en el mismo tejido de la realidad. El aire estaba impregnado de un hedor acre, y sus botas hacían un eco hueco, como un lamento de almas perdidas.

Caminó entre estallidos de gas verde que emergían del suelo, similares a exhalaciones del mismísimo inframundo. A su alrededor, sombras deformadas se movían con una vida propia, proyectadas por un fuego espectral que arrojaba su ardor maligno sobre las paredes de piedra y granito. De la superficie, emergían figuras de leones tallados. Sus rostros eran feroces, vigilantes, como guardianes eternos de un reino de oscuridad.

Mientras avanzaba, la risa maníaca de sus esclavos hacía eco en sus oídos. Era un coro de desesperación y locura que parecía surgir de todas partes y de ninguna a la vez. Risas que no conocían la alegría, sino la amarga satisfacción de complacerlo solo a él.

En poco tiempo, se encontró frente a un palacio oscuro. Era una estructura imponente, levantada con bloques de piedra negra que absorbían la poca luz que había. Las llamas danzaban alrededor de la entrada, envolviendo las columnas en un ardiente abrazo.

Los leones esculpidos parecían cobrar vida a la luz del fuego, sus ojos vacíos observaban con una atención siniestra. El palacio se alzaba como un monumento a todo lo tenebroso, un trono en el reino de la noche. Zarek subió los escalones de granito, su alta figura se veía poderosa y absoluta con el brillo infernal que lo rodeaba. Al cruzar el umbral, un rugido de fuego lo saludó, sellando la entrada a sus espaldas.

La sala del trono no era normal. El trono estaba formado por cartas y fichas de ajedrez cortadas y alineadas con formas abstractas. En el suelo se podía observar un tablero de ajedrez dibujado y unas fichas de tamaño colosal que se movían a medida que Zarek las observaba. Movió varias de las fichas. Un peón, una torre y un alfil, y con una sonrisa ladeada, perfecta, sus ojos se oscurecieron unos grados más.

Unos pasos lo acompañaron en la oscuridad.

—Tengo muchas ganas de actuar —habló el dueño de las sombras que lo habían seguido todo el camino y aquel que en tal oscuridad se sentía a salvo—. Tengo demasiada hambre.

—Tranquilo, Érebos —susurró Zarek—. Pronto todos caerán y seremos los únicos en pie en el tablero. Te lo aseguro.

—Ya.

Dolwill: El peón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora