Capítulo 46: El fuego y el agua.

61 8 8
                                    


Alice caminaba con gracia por el jardín del palacio. Ligera y etérea se movía entre las rosas que florecían bajo el cielo brillante, como si bailara entre ellas. El aroma dulce de las flores era el suyo, y sus delicadas manos acariciaban los pétalos con cuidado mientras iba recogiendo algunas rosas para llevarlas al interior. El silencio que siempre la acompañaba era un reflejo de su naturaleza tranquila y muda.

Eiden la había estado observando desde lejos, intrigado por la calma y la elegancia que irradiaba. Los días habían pasado, y aunque Eiden tenía otros asuntos en su mente, se encontraba atraído hacia ella de una forma que no terminaba de comprender. Decidió acercarse.

Alice, concentrada en su tarea, no se dio cuenta de su presencia hasta que él estuvo lo suficientemente cerca como para que la sombra de Eiden cayera sobre ella. Se giró ligeramente, sus ojos expresivos se encontraron con los de él. Tuvo que levantar la cabeza para hacerlo.

—Las rosas parecen más bellas cuando las tocas.

Alice sonrió tímidamente, pero justo en ese momento, al intentar recoger otra rosa, una espina se clavó en su dedo. Su piel se rasgó levemente y una gota de sangre apareció en la punta de su dedo. Eiden cogió su mano con delicadeza antes de que pudiera apartarla.

—Déjame ver... —murmuró.

Antes de que Alice pudiera reaccionar, Eiden llevó la mano hacia sus labios, y con un gesto que la tomó por sorpresa, se metió el dedo en la boca. Lamió suavemente la herida. El contacto de su lengua contra la piel herida la estremeció. La calidez de su boca sobre su piel hizo que Alice sintiera un escalofrío recorrer su cuerpo, pero no apartó la mano. Solo tragó saliva y juntó sus rodillas cuando el deseo le tiró de la entrepierna.

Los ojos de Eiden, permanecieron cerrados mientras lamía la sangre de su dedo, saboreando el metal y la delicadeza que se mezclaban en ese acto. Su rostro tenía una expresión seria, pero cuando abrió los ojos y la miró, el fuego que ardía en ellos semejaba a qué les habían echado leña.

Alice no pudo aguantar la tensión y se forzó a apartar la mirada del rey.

Cuando se sacó el dedo de la boca, dejó una suave mordida, la cual por poco arranca un quejido en la joven sirena.

—¿Sigues enfadada conmigo, Alice? —preguntó el rey, inclinado sobre ella.

Alice le quitó la mano. El gesto de evasión fue todo lo que necesitó para saber que, aunque no lo diría, el enfado estaba latente en su interior. Eiden sonrió con picardía. Su distancia lo retaba, lo atraía más. Ella lo miró de reojo.

—No me mires así, Alice, no puedo soportar que me ignores.

Eiden mantuvo su mirada fija en ella y cogió de nuevo su mano. Sus labios volvieron a acercarse a la piel de Alice, esta vez no a su dedo herido, sino más abajo, en la palma de su mano. Su lengua rozó suavemente la piel. Alice se tensó. Tragó saliva y el calor en sus mejillas la hizo olvidar donde estaban.

Eiden, sintió su nerviosismo. Continuó con el gesto, lento, lamiendo suavemente la palma de su mano mientras su mirada seguía fija en ella, buscando cualquier reacción. Alice, incapaz de mirarlo directamente, dejó escapar un leve temblor.

—¿Vas a seguir enfadada conmigo para siempre? —preguntó en un susurro bajo—. Porque si es así, tendré que buscar otras formas de hacerte sonreír... una sonrisa nerviosa me sirve.

Con el corazón acelerado, Alice, no podía evitar sentirse más y más nerviosa. Eiden la descolocaba.

Alice retiró la mano cuando notó que sus bragas empezaban a empaparse. Apretó la mano, sintiéndola ardiendo por el contacto. Se dio la vuelta rápidamente, intentando distanciarse de la intensidad de su cuñado.

Dolwill: El peón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora