Capítulo 45: Quien da la vida.

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Érebos no le dijo nada a Zarek. Hablaron de sus planes hasta que ambos llegaron a la casa de Alexa en completo silencio, aunque la furia contenida de Érebos era evidente.

—¿Qué cojones te pasa hoy? —preguntó Raúl.

—Nada.

Al entrar, Érebos no perdió el tiempo en observar los detalles; su objetivo era claro, y Raúl estaba en el centro de su ira.

Cuando llegaron a la habitación, Raúl se sentó tranquilamente en una silla junto a la ventana, y se puso a leer un libro, ajeno a los pensamientos de Érebos.

—Sigo sin saber por qué has querido venir conmigo hasta aquí como si fuéramos amigos, pero coge asiento.

Érebos no dijo nada al principio, simplemente se movió con la rapidez de un depredador. Antes de que Raúl pudiera reaccionar, Érebos lo cogió de la camisa con una fuerza brutal, lo levantó de la silla como si fuera una muñeca de trapo y lo estampó contra la pared con un golpe que hizo que las ventanas vibraran. El libro cayó de las manos de Raúl, golpeando el suelo con un ruido seco, pero eso era lo último que le preocupaba en ese momento.

—¿Fuiste tú, Zarek? —escupió Érebos—. ¿Planeaste esto desde el principio? ¿Lo de María?

La presión de su mano en la camisa de Raúl lo mantenía clavado contra la pared, incapaz de moverse.

Raúl palideció de inmediato cuando vio la seriedad en los ojos de Érebos. Por un segundo, intentó recuperar el control. Pensó algo que lo librara, pero la mirada de Érebos le dejó claro que no había espacio para engaños o excusas.

—¿De qué... de qué estás hablando? —balbuceó Raúl.

Érebos acercó su rostro al de Raúl, sus ojos brillaban con un fuego oscuro.

—María está embarazada —gruñó Érebos. Los ojos de Raúl se abrieron de par en par, y todo el color desapareció de su rostro. La sorpresa y el horror se apoderaron de él, aunque Érebos no le dejó tiempo para procesar nada.

—Mi nieto, Zarek. ¿Es eso lo que querías? ¿Un anticristo? ¿Un mata dioses?

Zarek sabía que Érebos era despiadado, y siendo algo personal, era mucho más peligroso.

—Yo no... —intentó Raúl, pero las palabras murieron en su garganta gracias a un puñetazo en el estómago. Escupió sangre. Envuelto en la oscuridad de Érebos no había hechizo o poder que funcionara si él no quería.

—¡Di la verdad!

—¡Lo estoy intentando!

—No me importan tus planes o lo que pretendías, Zarek. Esto ya ha ido demasiado lejos. Si no me das una solución... tú serás el próximo en caer.

—¡Tú trajiste a tu hijo aquí! —lo encaró Zarek—. Querías regresar a la vida a tu exmujer y para ellos necesitabas matar a tu hijo y al recipiente de Juliet. ¿Y el malo soy yo?

—Pero cambié de opinión. —Zarek ladeó la cabeza, siendo la primera vez que escuchaba que Érebos tenía nuevos planes—. Quería reconciliarme con Damon. Quería que fuéramos una familia junto a María, ¡y lo has estropeado todo!

Lo lanzó al suelo y partió con la espalda de Raúl el escritorio de la habitación. Furioso, se levantó y empujó a Érebos con fuerza, logrando apartarlo lo suficiente como para que el demonio retrocediera un paso. Raúl, que de normal era calculador y sereno, se observaba preocupado, con el rostro pálido y los ojos inquietos. Sin perder tiempo, se sentó en la cama, pasando ambas manos por el cabello oscuro. Estaba preocupado.

Érebos lo miró desde el otro lado de la habitación y al percatarse del terror en los ojos negros de Raúl, se dio cuenta de que todo le había caído como un balde de agua congelada.

—Escucha, —dijo Raúl—, te diré la verdad, toda la verdad.

Érebos lo observó con desconfianza, pero se mantuvo en silencio, esperando.

—Quería caos, —confesó. Levantó la vista para mirar a Érebos—. Quería que Damon se acostara con María. Sabía que si lo hacía, crearía un conflicto, algo que pondría a los dos en posiciones opuestas. Sabía que te enfurecería y que Damon quedaría atrapado. Quería que hubiera muerte, que todo se desmoronara, que el caos terminara acabando con ella, contigo y con Damon. No me gusta que haya seres casi igual de poderosos que yo. Ese era mi plan. Quería a María muerta. No me malinterpretes, ella es solo una pieza en un juego mucho más grande. La idea de desatar un conflicto entre tú y tu hijo... era parte de la jugada. Un plan para debilitarte, para ponerte en contra de lo que más te importa. —Raúl suspiró y negó con la cabeza—. Pero lo del embarazo... —se detuvo un segundo y al soltar el aire gruñó—, no fue parte de mi plan. No puedo crear vida. No soy capaz de hacer algo así. Esa creación, no es mía.

El hechicero no estaba mintiendo, o al menos, si lo hacía, lo hacía de una manera que incluso Érebos no podía detectar. La idea del embarazo, un ser como su nieto, un anticristo que podría poner en peligro tanto a los dioses como a los humanos, no podía haber sido parte del esquema de Raúl. El hechicero no tenía ese tipo de poder.

—Ella dijo que alguien se lo susurró —recordó Érebos.

—No fui yo, te repito, no puedo...

—No puedes crear vida, ¿verdad? —lo interrumpió Érebos.

—Exacto, —respondió Raúl—, quería a María fuera del tablero, pero esto... esto es algo que está fuera de mi control. Créeme, Érebos. Lo último que quería era que naciera un ser como ese. Lo que te digo es la verdad.

El embarazo de María había sido un golpe inesperado, incluso para alguien como Raúl, quien siempre había calculado cada uno de sus movimientos con una precisión letal.

—Entonces, si no fue tu plan... ¿quién está detrás de esto? —preguntó Érebos.

***

Eiden estaba sentado en su imponente trono, rodeado de luces tenues. Las columnas de mármol negro se alzaban a ambos lados, decoradas con tapices antiguos que contaban las historias de su linaje. Pero lo que más destacaba en esa oscura sala era el espejo mágico que mantenía frente a él. Su superficie cristalina, ondulante daba destellos. Las imágenes que proyectaba estaban siempre en movimiento.

En el espejo, se observaba a María recostada. La mano de Eiden se deslizó con una calma inquietante por la superficie del espejo, acariciando suavemente la imagen del vientre de María, donde sabía que estaba el bebé no nacido, el anticristo, la creación que cambiaría todo.

Su mirada fija se clavó en esa zona, y mientras lo hacía, una sonrisa peligrosa apareció en su rostro. Una sonrisa que se extendió hasta formar una mueca de puro deleite.

—Perfecto... —murmuró satisfecho.

Sus labios se curvaron más, y de repente, su risa empezó a salir de lo más profundo de su pecho, suave al principio, pero creciendo rápidamente hasta convertirse en carcajadas salvajes que retumbaban en la enorme sala vacía.

El sonido de su risa no era humano. Cada carcajada se asemejaba al rugido de una bestia, profunda y resonante. Eiden se reía como un león en plena caza, una criatura en su máximo poder, disfrutando de la desesperación que se desataba ante sus ojos.

Era el rugido del león, el rugido de alguien que sabía que el poder estaba a su alcance, y que había creado el arma perfecta para derrocar a su hermano.

Dolwill: El peón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora