Parte 4: El Último Amanecer

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Las colinas alrededor de la ciudad se habían convertido en una serie de líneas defensivas improvisadas, donde los restos de las fuerzas de la Coalición local luchaban desesperadamente por contener el avance alienígena. El sargento Lucas Ramírez, agotado pero implacable, lideraba a su equipo en una resistencia que parecía destinada al fracaso.

El sol apenas asomaba en el horizonte cuando la ofensiva alienígena comenzó con su última arremetida. La fuerza aérea enemiga apareció de repente, con sus aeronaves surcando el cielo en una formación letal. Bombas cayeron con una precisión devastadora, destruyendo las posiciones defensivas humanas una tras otra. Las explosiones llenaron el aire de humo y fuego, mientras los gritos de los soldados se mezclaban con el estruendo de la batalla.

Lucas, cubierto de polvo y sudor, gritaba órdenes por el comunicador, tratando de mantener la cohesión entre sus tropas.

—¡Mantengan las posiciones! ¡No retrocedan! —su voz resonaba con desesperación, mientras disparaba su rifle contra las siluetas alienígenas que avanzaban.

Martínez seguía a su lado disparando con el fusil de un soldado que permanecía muerto en la trinchera.

—Sargento, estamos perdiendo terreno. No podemos aguantar mucho más —dijo, mirando a Lucas con preocupación.

Lucas sabía que tenía razón. Las defensas estaban cayendo a un ritmo alarmante, y los alienígenas mostraban una ferocidad y coordinación que superaba cualquier táctica humana.

—¡Tenemos que evacuar el campamento! —gritó finalmente, tomando una decisión difícil pero necesaria—. ¡Todos a los puntos de evacuación!

Los soldados comenzaron a moverse rápidamente, algunos cargando a los heridos, otros cubriendo el avance de sus compañeros. La retirada se convirtió en una lucha frenética por la supervivencia, con los alienígenas persiguiéndolos implacablemente. Las aeronaves enemigas continuaban su bombardeo, mientras la infantería alienígena avanzaba con una eficiencia brutal.

Lucas y Martínez lideraban a los pocos supervivientes hacia los transportes de evacuación, pero los alienígenas no mostraban piedad. Las aeronaves enemigas barrían las filas con metralla, y la infantería alienígena avanzaba con una eficiencia brutal. Cada metro ganado costaba vidas preciosas 

—¡Vamos, sigan avanzando! —gritó Lucas, mientras disparaba hacia los atacantes, cubriendo a los suyos con un fuego desesperado.

Un estallido cercano lo arrojó contra una roca. El dolor era insoportable; su pierna estaba destrozada, y la sangre manaba libremente de una herida profunda en su costado. La visión se le nublaba, pero seguía disparando o eso creía que hacía, negándose a ceder.

Martínez lo encontró y, con esfuerzo sobrehumano, lo levantó.

—No te mueras ahora, amigo, no te pienso dejar morir —gruñó—. Tenemos que salir de aquí.

La lucha por la supervivencia se intensificó. Los soldados de la Coalición cayeron uno a uno, hasta que solo quedaron un puñado de ellos, entre los que estaban los dos suboficiales. Los transportes comenzaron a salir, y Lucas sabía que su tiempo se estaba acabando.

—¡Suban a ese transporte! —ordenó Martínez, empujando a los sobrevivientes hacia el vehículo.

Martínez lo ayudó a subir el último escalón, pero una explosión sacudió el transporte. Lucas sintió un golpe seco en la cabeza, y su mundo se oscureció.

Una vieja camioneta apareció para recogerlos lejos de las colinas devastadas. Los pocos que habían logrado escapar se reunieron, heridos y agotados, pero vivos. Buscaban entre los escombros a sus compañeros.

—¿Dónde está el sargento? —preguntó una voz, temblorosa.

Martínez, cubierto de polvo y sangre, se acercó al lugar donde yacía Lucas. Estaba inconsciente, su respiración apenas perceptible. Le tomó el pulso, y su rostro se endureció al sentir el débil latido.

—Está vivo... apenas —dijo, con voz ronca.

Los médicos se apresuraron a atender a los heridos, y Lucas fue trasladado a una camilla improvisada. La escena era un caos de actividad frenética, con el sonido de los gritos y el zumbido de los equipos médicos llenando el aire. Martínez observaba con ojos cansados mientras los médicos trabajaban en Lucas, su mente llena de recuerdos de las últimas horas de batalla.

Mientras Lucas flotaba entre la conciencia y la oscuridad, los recuerdos de la batalla se mezclaban con visiones fragmentadas. Recordó a sus compañeros cayendo a su alrededor, los gritos de dolor y desesperación, y el rugido de las explosiones. Sintió el peso de cada vida perdida, la carga de cada decisión tomada.

En algún lugar lejano, escuchó la voz de Martínez, llamándolo, instándolo a no rendirse. Quería responder, decirle que estaba luchando, pero las palabras no salían. La oscuridad seguía reclamándolo, arrastrándolo hacia lo desconocido.

De repente, una imagen clara se formó en su mente: la ciudad que intentaban proteger, las calles llenas de gente inocente, niños jugando, familias viviendo sus vidas. Esa imagen le dio fuerza, una razón para seguir luchando. No podía dejar que todo eso desapareciera, no podía rendirse.

Con un esfuerzo titánico, Lucas apenas abría los ojos. La luz le dolía, y todo a su alrededor estaba borroso, pero podía ver a un rostro conocido a su lado, mirándolo con preocupación, dolor y entre lloros. Hacía mucho tiempo que no oía esa voz. Una voz que le instaba a vivir.

—Cariño aguanta por favor —dijo con la voz quebrada—. ¿Puedes oírme? 

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⏰ Última actualización: Aug 19 ⏰

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