''No importa como lo vemos o lo escuchamos, nunca experimentaremos un dolor ajeno''
Paciencia...
Sentado frente al vidrio espejo, sus ojos capturaban cada movimiento. Como un radar, a la expectativa. A la temerosa espera. Los minutos, se habían convertido en lentas horas. Carraspeo. Nuevamente observo el pequeño reloj, que estaba ubicado en la pared y odio el hecho de que las pequeñas manillas de aquel artefacto, se movieran con extrema lentitud. Giro su rostro y aun la habitación seguía vacía y de la puerta no salía nadie.
''La reclusa reitera su mensaje señor'' Hablo, mientras entraba a la habitación ''No quiere verlo y exige que se valla'' Seguía diciéndole.
El hombre no se inmuto en mirarlo. Un fuerte resoplo, demostró su enojo.
''Vuelve insistirle'' Le indico furioso ''Y si dice que no, seré yo quien vaya a buscarla''
El uniformado incomodo por duelo de palabras entre los amantes, frunció los labios y se retiró.
Luego de tres minutos, la desafiante mujer entro en la habitación.
No hubo que decir nada. De un solo movimiento el hombre se levantó. La miro fijamente.
Su enojo no podía competir, con el maldito amor que sentía por ella.
Un amor envenenado, maldecido y trágico.
''Sí que eres necio'' Le dijo sabiendo, que él la miraba.
Una pared, junto al vidrio espejo los separaban.
Otro uniformado entro en la habitación que este se encontraba y le dijo:
''Ya puede pasar, pero recuerde que son solo cinco minut—''
No escucho más. Eso era lo único que necesitaba saber. Entro a la habitación y finalmente, sus miradas se encontraron. Hay estaba. Sentada con elegancia, con esposas puestas en sus muñecas. Su rostro no dejaba de ser encantador. Sus labios aun secos, eran muy provocativos. Era una belleza pero una despiadada belleza.
Lentamente se sentó, sin dejar de verla. Frente a frente.
''Dije que no quería verte''
Perfecta. Seductora. Maquiavélica.
Un par de fríos ojos azules, se enfrentaron a un par de heridos ojos cafés.
''¿Por qué?'' Fue casi un melancólico susurro.
A base a ello, se formó un amargo silencio.
El enojo volvió a surgir en el británico.
Tiro bruscamente sobre la mesa una carpeta que sostenía, e indignado le grito:
''¡¿Por qué no me dijiste nada?!''
Furioso, esparció los papeles sobre la mesa.
Los ojos de la mujer se abrieron de par en par, al ver el contenido de las hojas.
La frialdad que habitaba en su mirada, fue duramente abatida por la determinación de aquellos ojos oscuros. Bajo la cabeza sintiéndose débil. Cohibida. Después de todo, él era la única persona que tenía ese efecto en ella.
''¡¿Tan poco fiable soy?! ¡¿Pensabas que no lo iba a describir?!''
La italiana seguía sin decir nada.
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Las memorias de Max
Lãng mạnAquí no hay lugar para el bien. Dos personas desdichadas que trabajan para la felicidad ajena ¿Podrán encontrar su propia felicidad?