''En la sombra, lejos de la luz del día, la melancolía suspira sobre la cama triste, el frio viento desprende dolor y entre la nieve ya se hace un corazón roto''
El hombre toda velocidad, corrió hasta llegar al departamento. No encendió las luces, para no alertar a quien estuviera espiándolo. La rubia sin saber qué ocurría, término siguiéndolo, teniendo un mal presentimiento. ¿Qué ocurría? El castaño abruptamente quito el cojín de unos de los asientos del sillón más largo. Mentalmente repasaba una clase de enumeración, como si fuera una cuenta progresiva mientras quitaba madera que sostenía dicho mueble. Estaba calculando una distancia exacta. Kilómetros y tiempo transcurrido, en que debería tomarle en alejarse el auto seguramente blindado donde ya estaba la joven, amordaza y lastimada. Ya había perdido un minuto, con quince segundos, en que le tomo al ascensor bajar y subir y quince segundos en que desperdicio en llegar hasta el departamento. No podía de cometer otro error.
''¡Mierda contéstame ¿Qué está pasando?!'' La rubia no dejaba de gritarle. Miro a todos lados buscando a cierta persona ''¡Hey! ¡¿Dónde está Judith?!'' Le pregunto volteando a verlo ''¿Qué demonios?'' jadeo horrorizada al percatarse que hacía.
Del interior del mueble el hombre, había sacado una larga cuerda que en la punta tenia incrustada un gancho escalada. ¿Siempre estuvo eso allí? Imposible. Del mueble del televisor abrió una de las gavetas anchas y de ella saco un chaleco antibalas. ¿Qué? Por debajo de la mesa saco dos armas. Dejo reposando una de las armas en la funda que estaba al costado del chaleco. Se dirigió a unas de las largas ventanas y sin explicación la abrió.
El rostro de Sara, no podía estar más pálido.
''¡Detente! ¡¿Estás loco?!'' Grito asustada. ''¡Detente! ¡Las cosas no se resolverán de esta manera! ¡El s-suicidio o lo que quieras hacer no lo hagas!''
Como si ella no existiera, anclo el gancho de la cuerda, en unos bordes de la ventana.
Retrocedió varios pasos, mientras aún seguía calculando. Tres minutos con cincuenta y siete segundos, aún estaban en el edificio. Seguramente por la prisa del salir del edificio, golpearon a dos autos. Un golpe retrocediendo y el otro en el giro que tenía hacer para bajar a la planta baja del estacionamiento. El policía de guardia lo retuvo en el último minuto, pero ya debe de estar muerto de un disparo en la cabeza. Entonces solo le quedaba vente segundos, para alcanzarlos en la salida del estacionamiento.
''¡No! ¡¡Detente!!'' Grito horrorizada.
Sin más, tomo impulso y salto del décimo cuarto piso.
La velocidad en la que estaba cayendo era demasiada. La fricción entre sus manos, aun con la pequeña toalla era dolorosa. Con los ojos muy abiertos pudo encontrar el auto blindado, el cual salía con rapidez del edificio. Sin preámbulos, soltó la cuerda y callo con mucha fuerza sobre dicho auto. El golpe fue tan grande, que pudo sentir como el hueso de su hombro salió de su lugar. El auto al sentir el desconocido peso aumento la velocidad, haciendo que el poco equilibrio que tenía el castaño se perdiera, en medio de bruscos movimientos. Con una fuerza monstruosa y sin rendirse, el hombre se agarró de la parte superior del maletero.
Repentinamente, una bala atravesó el vidrio trasero, hasta el vidrio delantero del automóvil. Perforo el cráneo del copiloto, quien abruptamente su rostro estampo contra la parte superior de la guantera. El que conducía maldijo entre dientes, antes de aumentar la velocidad mientras giraba para tratar de derivar al intruso. El que estaba en la parte trasera se giró y dirigido su arma, hacia su objetivo. Fue el siguiente en maldecir ya que el castaño fue más rápido y le disparó, rompiendo por completo el vidrio trasero. Brevemente se cubrió para que los fragmentos no llegaran a lastimar sus puntos débiles. Al gánster herido en el hombro, no le dio oportunidad de reaccionar al fuerte puñetazo que recibió el británico. El que estaba a su lado enfurecido trato de dispararle, pero el veloz hombre de ojos café, se adentró en el interior de vehículo y entre golpes y forcejeos trataba de detenerlo. Disparos comenzaron a perforar gran parte del auto. Gritos llenos de ira. El piloto intentaba mantenerse en la avenida, pero se le estaba siendo muy difícil. El vidrio delantero también se rompió en mil pedazos.

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Las memorias de Max
RomansaAquí no hay lugar para el bien. Dos personas desdichadas que trabajan para la felicidad ajena ¿Podrán encontrar su propia felicidad?