''Tus manos ya no acarician mi rostro, pero tu frio tacto sigue en mis mejillas''
Amarlo hasta llegar arrastrarse entre la sangre y el resto de cuerpos sin almas. Fue demasiado. Disparos, oscuridad, luz, muchas voces a su alrededor, el molestoso y lento pitido cardiaco, el dolor, mucho dolor, gritos... sus propios gritos. Sus ojos se abrieron de golpe. Empapada en sudor, intentaba regular sus frenéticos latidos. La sofocante sensación de estar muerta, era abominable. El mal sabor de boca, le provocaba ligeras arqueadas. Opto por cerrar los ojos mientras se cubría la boca, en un intento de apaciguar sus nauseas. En medio de la oscuridad esa imagen volvía a relucir dentro su cabeza. Aterrada giro su rostro hacia la mesita de noche, por el simple reflejo de alejarse de aquel crudo recuerdo. Vagamente observo la hora, eran cerca de las cuatro. Observo aquel aparato, hasta que volvió a clavar su vista al techo. Su corazón en medio del miedo, se llenaba de ansiedad. Como un zumbido esa oscura melodía persistía en taladrar sus oídos. Cuando volvió en si ya había cruzado la puerta. Se encontraba fuera del departamento. Como si de una maratón se tratase sus piernas flagearon, cansadas. Las frías ráfagas no dudaron en sacudir su delicado cuerpo.
Judith bufo enojándose consigo misma. Esta era la quinta vez en la semana.
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Pequeños sorbos de té se producían de forma lenta y agobiante.
Los rayos solares ya comenzaban a iluminar el interior del departamento. Mucho más si el mismo está ubicado en el último piso del condominio. Un nuevo día se reflejaba por la ventana, mas sin embargo aún era de noche dentro de su corazón. La joven en total soledad era prisionera de sus tristes pensamientos. Incluso no podía sonreír si se lo propusiera, no tenía porque. Todo era feo y nauseabundo aunque fuera realmente hermoso. Con los ojos entre abiertos, miraba fijamente el interior de la taza que sostenía con desgana. La misma traía puesto un suéter de mangas muy largas, unos pantalones ligeros igual de largos y algo grandes para su delgado cuerpo.
No le importaba su atuendo, o lo espantosa que fuera su expresión. No le importaba nada.
En medio del silencio el caos volvió atormentarla. Aquel recuerdo agitado, donde era sacada de su propio hogar, era el refugio donde podía sentirse segura. Al fin al cabo, malo o bueno, era el departamento que compartía con el viudo. Era importante, era especial. A toda la trifulca verbal que se producía entre la pelinegra y el hombre confundido por su presencia, unos tres hombres fueron los siguientes en mostrarse en escena mostrando igual perplejidad por la intrusa. Solo fue cuestión de segundos para que una enfurecida Sarah interviniera deseando arrancarle la cabeza al desaparecido británico. Los vecinos tampoco tardaron en salir para averiguar que era todo esos gritos y del conflicto que se estaba formando.
Con sus apagados ojos verdes, Judith callo a la indignada rubia y siendo incapaz de hacer algo al respecto, observo como los señores terminaban de pintar su antiguo cuarto con un horroroso y triste blanco. Su corazón al hilo del abismo, termino de caer en pedazos cuando se le fue entregado un cheque con excesivos ceros, por sus bienes mientras escuchaba como tan pronto terminaran de cerciorarse de no haber cometido el enorme error de dejar alguna pieza doméstica o personal le notificarían al propietario que ya habían terminado su trabajo y que ya incineraron cada artículo que se encontraba dentro de la propiedad, sin excepción a cualquiera subasta o venta de patio sin importar el valor monetario que sería desechado y posteriormente hecho cenizas, consumido por el fuego.
En un suave parpadeo el recuerdo se fue logrando su cometido.
Llorar era malo, pero no hacerlo era peor. Mucho peor.
El líquido oscuro fluía en el interior del fregadero. El té había perdido su sabor.
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Las memorias de Max
RomanceAquí no hay lugar para el bien. Dos personas desdichadas que trabajan para la felicidad ajena ¿Podrán encontrar su propia felicidad?