33

13 0 0
                                    

Volvíamos a estar en casa, en Buffalo Grove. Había estado muy bien el viaje a Wichita y me llevaba un trofeo conmigo. Las horas en el aeropuerto y en el avión, al menos a los cuatro que fuimos de fiesta nos sentaron lo que viene siendo como el puto culo. Al beber poco alcohol, mi cuerpo no estaba nada acostumbrado así que pillé una borrachera digna de ser grabada. Bueno, seguramente alguno tenga vídeos de como bailaba hasta lo que no tenía baile.

En mi estantería, aquella que apenas tenía gran cosa, brillaba un trofeo y una medalla de oro. Enmarqué algunas fotografías y las ubiqué en esa balda. Me parecieron preciosas. No solo en las que aparezco yo en la pista de hielo, también las de después en el podio, con Zayn, Ivy, mi familia, etc.

La rutina fue extraña, ahora todos conocían de sobra a Scarlett Moore y todos hablaban de ella. Como si yo no existiera. Al menos, no eran malos comentarios o los que escuchaba de refilón cuando andaba por los pasillos. No bajé el rendimiento académico. Coral me pidió seguir entrenando, pero, me negué. Le dije que no. Y no porque no me gustara, adoraba deslizarme por la pista de hielo, pero, mi mente estaba en un momento de saturación extrema y necesitaba frenar para poder pensar con claridad qué quería exactamente.

Mi primera pregunta fue si podría volver en algún futuro, aunque no fuera ahora. Coral me había mirado apenada pero una media sonrisa le delataba, ser ganadora de un campeonato estatal me colocaría de nuevo en otro tipo de campeonatos si veían que seguía manteniendo el mismo potencial. Tenía un billete para volver si quería, podría seguir haciéndolo, pero hay que saber cuando es el momento. En mi caso, agradecí mil millones de veces que Coral me diera esa oportunidad pues sin ella no habría llegado hasta donde estoy. No lo habría logrado. Según Coral, el mérito es mío pues una puede ser muy buena entrenadora, pero si la patinadora no pone de su parte, no sucede la magia. Como ella bien dice.

Ya no madrugaba tanto, podía estarme en la cama una hora más ya que no iba a entrenar. Saboreaba ese rato como nunca antes lo había hecho, realmente me di cuenta de que echaba de menos ser una estudiante donde su único objetivo es estudiar y aprobar. A mis padres el negocio les iba bien, habían enmarcado una foto mía sosteniendo el premio y desde entonces todos querían ir a la cafetería de los Moore. No íbamos sobrados de dinero, pero tampoco ahogados, incluso contrataron a un camarero para poder organizarse mejor. Estaba muy orgullosa de ellos y de como han llevado su emprendimiento tan lejos, con muchísimo esfuerzo.

El futuro de Ivy empezaba a esclarecerse, quería dedicarse a enseñar patinaje a los niños. Me gustaba ese concepto, transmitirles esa pasión de patinar sobre hielo. Liam y Zayn iban a jugar en el equipo de Chicago y no podía con tanto orgullo hacia tantas personas.

Los días pasaban, incluso las semanas y podía decirse que todo iba demasiado bien. Algo que me daba demasiado miedo. Cuando todo va como si no pasara nada es porque, en algún punto, llegará una hostia que me dejará en el suelo un buen rato.

Estábamos a nada de acabar el curso, el buzón de casa siempre estaba vacío. A mi nombre nunca había nada. ¿Qué esperaba? Es decir, sí que debía de llegar un sobre que llevara mi nombre, pero, ¿el interior de este?, ¿quería un sí o un no? Llegó un punto, conforme pasaba el tiempo en el que me replanteaba si necesitaba que hubiera escrito un "no" tan solo para tener una excusa. Pero, luego había esa parte en la que si había un "sí" debía de pensar demasiado y luego, a la hora de la verdad en quien tendría que pensar es en mí. Por más que a la gente le pareciera una locura, mi futuro siempre iría por delante de todo el mundo. Entonces, ¿qué esperaba que llegara?

―Nos vemos mañana ―dijo Zayn dándome un largo beso.

―Anda, que llegarás tarde al entreno. Te devuelvo la sudadera mañana ―aseguro, con una sonrisa inocente.

It's ScarlettDonde viven las historias. Descúbrelo ahora