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Intercambiaron una serie de mensajes más, puede que estuviese tentando un poco su suerte, o no. Técnicamente no había mentira en esa declaración. Win era su hijo. Ciertamente Bright había perdido el buen juicio cuando se trataba de Win, era peor que un adolescente, aunque sin su polución nocturna ni la cara cubierta de acné.

Le inquietaba un poco la naturaleza filial de su relación, no por quebrantar los cánones morales que tanto aborrecía, sino por la reacción de su chico, ¿Lo consideraría un monstruo al enterarse de la verdad? No podía ocultarle eternamente el hecho de que por sus venas corría la misma sangre. De momento dejaba esa opción en stop, luego se ocuparía de resolver ese determinante asunto, el segundo por el que estaba procrastinando, algo impropio de él.

– Davikah, dentro de un rato vendrá alguien a buscarme. Lo haces pasar sin esperar

– ¿Un cliente?

– No.

– ¿Uno de sus… amigos?

– No. Te pago para que hagas lo que te ordeno, no para saber de mi vida privada

– Disculpe señor. No quería importunarle.

– Pues lo has hecho. Que no se vuelva a repetir o te largarás a casa y no volverás más, ¿entendido?

– Por … por supuesto, señor Chivaaree

La secretaria se volteó de inmediato. Tras varios años en el puesto su jefe no había conseguido empatizar con ella. La trataba como basura como el primer día o incluso peor. Temblando, recogió unos cuantos pañuelos de papel de su escritorio.

-  Si vas a llorar hazlo en el baño. Espanta a los clientes. Aquí se viene llorada de casa, ya deberías saberlo Davikah

Bright seguía siendo el ser despreciable de siempre con todo el mundo a excepción de Win. Podría decirse que, en su ámbito privado, iba rumbo a convertirse en un osito mimoso, un auténtico desastre si llegaba a saberse públicamente. Los buenos abogados o carecen de sentimientos o simplemente no lo son.

Win lo sacaba de su zona de confort. Le encantaba tener a su chico sentado en su regazo besándolo suavemente, acariciandolo. Mientras jugueteaban lo escuchaba hablar de sus aventuras diarias, de sus amigos, de sus asuntos académicos.  Cada tanto se tensaba un poco al escuchar mencionar a Dew pero lo disimulaba lo mejor posible. Una calidez que nunca experimentó se adueñaba de él siempre que lo tenía cerca, era como si se sintiese ¿Feliz?

Win quedó perpleja al ver el edificio donde se hallaba el despacho de Bright.

Tú debes ser a quien está esperando el señor Chivaaree –le dijo una mujer

Win recordó todas esas historias eróticas que leía en las que jefe y secretaria tenían una historia romántica y tórrida. Le costó un mundo vencer su instinto, ese que le decía que no era buena idea estar allí, que no encajaba en aquel lugar. Aun así, Win hizo de tripas corazón y, con un hilito de voz y mucha vergüenza, se dirigió a ella cumpliendo el descerebrado requerimiento de su amante:

– Sí. Dígale ya estoy aqui–poco menos que balbuceó con las mejillas encendidas.

Win tenía mucho genio, llevaba el ser rebelde y decidido en los genes, salvo en las pocas ocasiones en las que se sentía superado por los acontecimientos su manera de actuar se asemejaba a la de su mamá.

– Por supuesto. Sígame.  El señor Chivaaree lo está esperando.

Siguiendo a la joven y sus hipnóticas caderas tuvo que reconocer que la secretaria de su padre, más allá de su actitud neutra y su vestimenta austera, tenía bastante atractivo.  Sintió el azote de los celos. Posiblemente esa zorra habría intentado bajarle los pantalones a su papi más de una vez. Se lo imaginó arrodillada entre las piernas de su amado y, de repente, quiso arrancarle su melena teñida: Bright Chivaaree era enteramente suyo.

Pasión ProhibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora