17.

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A pesar de la resistencia de Win, Bright logro tocar sus pezones antes de abandonar su despacho y de paso deleitarse con sus dulces labios. Su hijo lo sacaba constantemente fuera de su zona de confort. Con Win todo oscilaba entre lo morboso y lo tierno. Tras acomodar su vestimenta, recomponer los peinados y comprobar que ninguna mancha delatase lo ocurrido en el despacho los tortolitos se dispusieron a seguir disfrutando del poco tiempo que disponían para estar juntos.

En cuanto salieron del despacho en dirección al ascensor la insistente secretaria les abordó.

– Jefe, disculpe. Necesito que firme esto.

– Ahora no tengo tiempo Davikah. Mi hijo y yo tenemos que irnos…

Win notó cómo a la bella mujer le temblaban las manos pese al tono conciliador y extrañamente amable utilizado por Bright. Se la veía visiblemente intimidada por su jefe, pero aun así les había interrumpido por lo que intuyó que el asunto era importante.

– Parece importante. Te espero junto al ascensor, ¿Si? –Win le lanzó una mirada condescendiente a la secretaria antes de dirigirse hacia los elevadores.

– Espero que esto realmente no pueda esperar porque… –murmuró él.

– Es por el asunto de la duquesa…

– ¿La duquesa? ¿ya lo tienes todo listo? ¿Ella los ha firmado?

– Sí. Sí señor.

– ¡Estupendo! Déjame ver. Supongo que el notario…

– Ya los ha revisado.

– ¿Y mi socio?

– También. Las firmas están legitimadas, todo está correcto. Sólo falta su firma y enviarle una copia a la administradora de la duquesa y al bufete del señor Axpe para que el cambio de asistente legal sea un hecho. La cuenta es suya, enhorabuena.

– Ha sido cosa de todos. Muchas gracias, Davikah.

Fiel a su costumbre el eficiente abogado no estampaba su firma en ningún documento que no hubiese leído y analizado por completo. Era concienzudo, implacable y desconfiado con todo el mundo a excepción de con Win que lo tenía totalmente hipnotizado.

La secretaria esperó pacientemente a que él terminase.  No cabía de su asombro ante el cambio de actitud de su jefe, posiblemente había sido la primera vez desde que lo conocía en la que compartía su éxito ya no sólo con el resto de sus empleados sino simplemente con alguno de sus socios. No pudo por menos fijarse en el atractivo joven que mordisqueaba su colgante junto al ascensor, posiblemente el artífice del cambio. Realmente era precioso. La forma con la que Bright lo miraba mientras salían del despacho era una muestra evidente de que el señor Chivaaree tenía un punto blando. Al principio le había parecido una más de sus conquistas, pero estaba claro que les unía otro vínculo mucho más fuerte, posiblemente filial. No les encontró cierto parecido más allá de los ojos y pensó que, tal vez, aquel hijo perdido fuese lo que el hombre necesitaba para dejar de comportarse como el ser más despreciable del universo y convertirse en una persona normal.

Mientras esperaba Win este seguía pensando en cosas sucias tendría que aliviarse con su papi en el parking del edificio y no llegarían a tiempo al cine.

– Hola guapo, ¿necesitas ayuda? ¿buscas a alguien? –preguntó una voz sacándola de la nube mientras una mano presionaba su hombro.

Win retrocedió instintivamente, desde hacía unos días él no toleraba el contacto físico de nadie más que no fuera el de Bright.

El abogado Chivaaree era un tipo lógico, de esos en los que la mente siempre va por delante de sus exiguos sentimientos o mejor dicho de sus bajas pasiones. Sin embargo, cualquier presencia masculina cerca de su hijo le trastocaba los sentidos. Win lo sabía y guardaba las distancias con  cualquiera que fuera a acercarse a él. Sin duda su problema era peor que con Min, su sentido de pertenencia con su hijo lo tenía la psique un tanto perturbada.

A menudo Bright recordaba aquellos años en los que le embargaron unos sentimientos algo parecidos, aunque sin la misma intensidad. Min era una llama constante, Win era una hoguera. Su fuego, su pasión, su dulzura, su amor. Su hijo tenía la mezcla perfecta, tenía un genio endiablado y a la vez esa vertiente mimosa que a él le encantaba y que solo salía a relucir a su lado. Sus ojos brillaban emocionados cada vez que entraban en modo romántico y, por primera vez, disfrutaba de ser un verdadero caballero en lugar de un viejo lobo y cortejarlo como si fuera un adolescente. Jamás admitiría que Win le obligaba a leer sus estúpidos libros románticos y mucho menos que hasta les estaba cogiendo el gusto. Poder hablar de las cosas que le gustaban a su chico lo hacía sentir feliz, en paz con el mundo y, lo que era mucho más importante, consigo mismo.

– ¿Me dejas invitarte algo?

Win no lo vio venir, pero sí pudo notar la mancha difusa que se abalanzó sobre ese abogado atrevido. Bright acorraló a su compañero contra la pared. Tomando por sorpresa a todos los espectadores.

– Te prohíbo que lo veas –ladró perdiendo la compostura, la vena de su sien se marcó. No permitiría que esas asquerosas manos tocaran a su chico. El único hijo de puta que podía tocarlo era él.

– Bright.. Bright ¿Qué te pasa? Es solo un chico… –soltó una risa nerviosa–. No sería la primera vez que compartimos un becario...

– No es un becario, es mi hijo, cabrón de mierda –gruñó–

– ¿Tienes… tienes un hijo? –exclamó asustado.

– Mi vida privada no es tu asunto.

– Papá suéltalo –le pidió Win, actuando como un niño tan bueno queriendo evitar un conflicto.

– Papá… vamos suéltalo.

– Es…escucha a tu hijo, Mikel.

– ¡Papá! ¡Suéltalo! –ordenó Win.

Pasión ProhibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora