Abro lentamente mis ojos resecos y me encuentro con una oscuridad total. Aprieto los ojos mientras un sollozo me sube por la garganta. Una lágrima se desliza por mis pestañas y mi pecho tiembla con el esfuerzo, tratando de no romperme.
Apretando los dientes contra el dolor, agarro lentamente unos mechones de mi cabello y tiro de ellos hasta que se liberan. Los agudos pinchazos son intrascendentes comparados con el resto de mi cuerpo. Mantengo mis movimientos mínimos y lentos. Con la venda puesta, no tengo ni idea de si pueden verme bien. Un movimiento fuera del rabillo de su ojo puede alertarlos.
Muevo los dedos hasta que las hebras se aflojan y caen. Justo cuando voy a buscar más cabello, chocan con una protuberancia particular y brutal en el camino, y no puedo evitar que se me escape el aullido.
—Bienvenida a la tierra de los vivos, bebé —Mi cuerpo se tensa inmediatamente cuando reconozco esa voz, pero es imposible. Debo estar delirando.
—Hijo de puta. —Susurré. —Cuando Justin te encuentre, te torturara hasta que ruegues que te mate. —Se ríe sin humor.
—Eso lo veremos, si es que te encuentra.
Antes de que pueda abrir la boca para responder, siento un pinchazo en el brazo, seguido de una sensación de ardor que se extiende por mis venas. Aspiro una fuerte bocanada de aire. Y resulta que es el último aliento que tomo antes de que descienda la oscuridad.