claire's pov
Alex, con su instinto animal, no tardó en notar que algo estaba diferente. No era un hombre fácil de engañar, y su desconfianza natural se intensificó. Una mañana, mientras desayunábamos, sentí su mirada fija en mí. Estaba cortando una manzana cuando él habló, su tono frío y calculador.
—¿Algo que quieras contarme, Claire?. —Preguntó, sus ojos clavándose en los míos.
—No, Alex. —Respondí rápidamente, tratando de mantener mi voz firme y neutral. —Todo está bien.
Él frunció el ceño, claramente insatisfecho con mi respuesta. La atmósfera en la habitación era sofocante. El silencio se rompía únicamente por el chasquido de los cubiertos contra los platos.
Alex estaba sentado frente a mí, su mirada fija en mi plato casi intacto de huevos revueltos con verduras salteadas. Sentía el nudo en mi estómago apretarse con cada segundo que pasaba.
—¿Puedo levantarme? No tengo hambre, Alex. —murmuré, tratando de mantener la voz firme, aunque el miedo se apoderaba de mí.
—¡No! —interrumpió, su voz firme y peligrosa. —No quiero oír excusas.
—Es que no tengo... —Intenté explicarme, pero no me dejó terminar. Su mano golpeó la mesa con un estruendo que me hizo saltar en mi asiento.
—¡Comete la puta comida Claire! No tienes ni puta idea de todo el maldito dinero que gasto en ti.
El miedo me inmovilizó. Las lágrimas amenazaban con desbordarse, pero sabía que llorar solo lo enfurecería más. Tomé el tenedor con manos temblorosas y pinché un poco de los huevos. Me llevé el bocado a la boca, pero apenas pude tragarlo.
Alex me observaba con una intensidad que me hacía sentir aún más pequeña. Cada masticación era una tortura. Sentía el estómago revuelto y las náuseas aumentando.
—Más rápido —ordenó, su voz más baja pero igual de peligrosa.
Tragué otro bocado, y luego otro, luchando contra las arcadas que subían por mi garganta. Pero cuando intenté tragar el siguiente bocado, el cuerpo no pudo soportarlo más. Me llevé una mano a la boca, pero no pude evitarlo. Vomité en el plato y en la mesa, mi cuerpo temblando de miedo y vergüenza.
La cara de Alex se contorsionó en una mueca de disgusto y furia. Se levantó de la mesa de un salto y me agarró del brazo, levantándome con brusquedad.
—¡No eres más que una ingrata! —vociferó mientras me empujaba contra la pared. —¿Así es como me agradeces?
Mi cabeza golpeó la pared y el dolor se extendió por mi cráneo. Las lágrimas finalmente comenzaron a fluir, pero traté de no sollozar. No podía mostrar debilidad.
—Por favor, Alex... —susurré entrecortadamente, pero mis palabras no parecieron llegar a él.
En un rápido movimiento, agarró el plato con la comida y lo levantó. Me lo acercó a la cara, obligándome a oler el vómito mezclado con los huevos.
—Te vas a comer cada maldito bocado, ¿entiendes?
Me asfixiaba el olor nauseabundo. Las lágrimas se mezclaban con mi sudor y mis sollozos eran cada vez más intensos. Justo cuando pensé que no podía ser peor, la puerta se abrió y Nero entró. Su expresión cambió al ver la escena y se acercó rápidamente.
—Alex, por favor, déjala. No estás pensando con claridad —dijo con voz calmada, pero firme.
Alex dudó un momento, su mirada feroz se encontró con la de Nero. Finalmente, soltó el plato y me dejó caer al suelo. Me quedé allí, temblando, mientras ellos se enfrentaban.
—No te metas en esto, Nero —gruñó Alex, pero Nero no se movió.
—Está bien. Vamos a calmarnos. ¿Por qué no sales un momento? —sugirió Nero, su tono siempre conciliador.
—Me voy a trabajar. Bob me está esperando, no puedo llegar tarde. —Alex resopló, pero finalmente salió de la habitación, dejando un silencio opresivo tras de sí. Nero se agachó a mi lado, su rostro lleno de preocupación.
—Claire, ¿estás bien? —preguntó suavemente. Asentí, aunque las lágrimas seguían cayendo. Nero me ayudó a levantarme y me llevó a un rincón más alejado de la mesa.
—Respira hondo. Está bien ahora —me consoló.
A medida que trataba de calmarme, me di cuenta de lo agradecida que estaba por tener a Nero allí. Su presencia era mi único consuelo en este infierno, y sabía que debía seguir adelante, no solo por mí, sino también por el bebé que llevaba dentro.
—Él está sospechando —le dije a Nero, mis manos temblando. —Lo veo en sus ojos. —Nero asintió, su rostro sombrío.
—Lo sé. —Tomó mi mano. —Vamos a ver esa cabeza.
—Estoy bien Nero. Solo tenía nauseas, pero. —El asintió. Me levanté y toco mi cabeza.
—Pondremos un poco de hielo. —Asentí. Di un par de pasos antes de soltar el llanto. —Bob está muerto ¿Verdad?. —Asentí.
—¿Adónde crees que va?.
—Honestamente no lo sé.
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