Desperté a la mañana siguiente con una sensación diferente. Mi estómago rugía de hambre y el bebé dentro de mí no dejaba de moverse. Cada patada me hacía sentir un dolor persistente, como si el bebé tratara de comunicarme algo urgente.
Me levanté de la cama con dificultad, una mano sobre mi vientre y la otra apoyándose en la mesita de noche. La sensación de hambre era abrumadora, casi insoportable. Mi mente se llenó de un único anhelo: pepinillos. Necesitaba comer pepinillos. No sabía por qué, pero el deseo era tan fuerte que no podía ignorarlo.
Bajé las escaleras con cuidado, cada paso resonando en el silencio de la casa. Al llegar a la cocina, abrí la nevera y busqué desesperadamente.
No había pepinillos.
La frustración me golpeó como una ola. Cerré la puerta del refrigerador con un poco más de fuerza de la que había planeado y me dirigí a María, que estaba lavando los platos.
—María, ¿sabes si tenemos un frasco de pepinillos? —le pregunté, tratando de mantener la calma en mi voz.
Ella ni siquiera levantó la vista, continuando con su tarea como si no me hubiera escuchado. La impotencia se apoderó de mí. Sabía que la única opción que me quedaba era ir directamente a Alex.
Respiré hondo y me dirigí a su oficina, mi corazón latiendo con fuerza. No sabía cómo reaccionaría, pero tenía que intentarlo. Golpeé la puerta y entré sin esperar una respuesta.
—Alex. —Él levantó la vista de sus papeles, una expresión de fastidio evidente en su rostro.
—¿Qué quieres?.
—Quería pedirte un favor. —Apoyé mi cadera contra el marco de la puerta; incluso estar de pie era una molestia ahora.
—Estoy ocupado ahora Claire.
—Necesito comer pepinillos, ahora. —Su mirada se tornó incrédula, como si estuviera escuchando algo ridículo. —¿Por favor? Es un antojo del bebé.
—Eso no es real.
—Lo es, no ha dejado de patear desde que quiero comer pepinillos. —Me acerque a él. —¿Quieres sentirlo?. —Negó. —Es que no deja de moverse y creo que estoy sintiendo contracciones, no me estoy sintiendo bien. —Me senté sobre una de sus piernas. —Necesito pepinillos, por favor.
—Lárgate de aquí. Pesas demasiado.
—¿Puedes decirle a Nero que traiga pepinillos?. —Puse mi mano en mi espalda, tratando de mostrar lo incómoda que estaba. —Siento que estoy temblando. —Rodee su cuello con mi brazo.
—Fuera. —repitió, su voz más cortante que nunca. Me ayudo a levantarme y salí de su oficina completamente frustrada.
Mi desesperación crecía con cada segundo. Sabía que estaba caminando sobre hielo delgado, pero el anhelo era demasiado fuerte para ignorarlo. Me di la vuelta y salí de su oficina, sintiendo sus ojos clavados en mi espalda.
De regreso a mi habitación, me senté en el borde de la cama, las lágrimas llenando mis ojos. Las patadas del bebé eran cada vez más intensas, el dolor más agudo. Cerré los ojos y respiré hondo, tratando de calmarme.
En ese momento, la puerta se abrió y Nero entró. Su expresión era de preocupación, como si hubiera sentido mi angustia desde el otro lado de la casa.
—Claire, ¿qué pasa? —preguntó, acercándose a mí.
—Necesito pepinillos, Nero. El bebé no deja de moverse y no me siento bien.
—No puedo comprar eso ahora. ¿Qué tal si te traigo mañana?.
—No dejo de sentir contracciones. —Me incline hacia adelante. —Creo que está comenzando a doler, nunca me había pasado algo así.
—Piensa en que comerás esto mañana. —Sacudí mi cabeza. Solté un par de lágrimas y él se acercó. —No puedes hacer que Alex se enfade por comida. Tengo que trabajar afuera, intentare escaparme y conseguirte pepinillos ¿Sí?.
—Por favor.
—Intenta dormir. Quizás cuando despiertes se te va a quitar todo esto.
Asentí, aunque la sensación de malestar seguía presente. Me acomodé en la cama, cerrando los ojos y tratando de relajarme. Pero no fue fácil. Cada movimiento del bebé era un recordatorio constante del dolor y la urgencia de mis antojos. Las contracciones eran cada vez más fuertes, y me llevó un buen rato encontrar algo de calma. Finalmente, el cansancio me venció y caí en un sueño inquieto.
Desperté horas después, sintiendo una presencia a mi lado. Por un momento, en mi aturdimiento, imaginé que eran las manos de Justin. Ese pensamiento me llenó de una mezcla de tristeza y nostalgia.
Abrí los ojos lentamente y mi corazón se detuvo al ver a Alex sentado junto a mí en la cama. Estaba observándome, su mano acariciando mi vientre con una suavidad que me resultaba inquietante. No era Justin quien estaba a mi lado. Era Alex, con su mirada penetrante y su presencia opresiva.
Apreté los labios, tratando de disimular mi incomodidad. No podía permitirme mostrarle a Alex que había estado tan perdida en mis pensamientos. Él extendió un frasco de pepinillos hacia mí, una oferta tan inesperada que me dejó sin habla por un momento.
—Aquí tienes —dijo, con una voz sorprendentemente suave. Tomé el frasco con manos temblorosas, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza en mi pecho. ¿Qué estaba pasando aquí?
Abrí la tapa del frasco y comencé a comer los pepinillos, tratando de centrarme en el sabor ácido y reconfortante. El alivio fue casi instantáneo. Las patadas del bebé se hicieron menos frecuentes y el dolor comenzó a disminuir. Mientras tanto, Alex continuaba acariciando mi vientre, sus movimientos cada vez más suaves y casi cariñosos.
—No era tan difícil aguantar después de todo ¿Verdad?. —murmuró, con una extraña expresión en sus ojos.
—Tengo contracciones. —Tomé otro pepinillo y le di un mordisco. —Dios, se me hace agua a la boca. —El acaricio mi vientre.
—Está tenso.
—¿Ahora ves que no te estaba mintiendo?. —Le di un mordisco y miré hacia arriba. —Gracias dios.
Rodeó mi cintura con su brazo, acariciando mi vientre con una ternura desconcertante. Comenzó a darme besos en la frente y en el cuello, y aunque me sentía asqueada, acaricié su cabello en un intento desesperado de calmarlo. No podía permitirme provocarlo en este estado.
—Nuestro bebé... —susurró, se acercó para besarme y me aleje.
—Alex. El bebé quiere que siga comiendo.
—Es un pequeño revoltoso. —Asentí. —Estabas haciendo sentir mal a mamá.
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