claire's pov
Por primera vez en tres semanas. Estábamos comiendo juntos en silencio en la mesa del comedor. Tomábamos un plato de pollo y patatas doradas, con pan de ajo. Había descubierto que había mucha gente trabajando en la casa, aunque me escuchaban, nunca ayudaban. Odiaba tener que estar sentada con el hombre que me violaba y me golpeaba todos los días, pero no podía negar lo buena que estaba la comida. Al menos por aquello estaba agradecida.
Cortó el pollo y comió despacio, sin apartar la mirada de su plato en ningún momento. Tomaba cerveza como lo hacía todos los días, siempre tomaba dos o tres sin detenerse. Cuando estaba borracho le costaba más correrse, lo cual prolongaba aún más mi dolor.
Yo me quedé mirando mi cuchillo y consideré seriamente apuñalarme con él. Quién sabía cuánto tiempo pasaría antes de tener una oportunidad para escapar. ¿Qué pasaba si no me escapaba nunca? ¿Qué pasaba si vivía allí durante el resto de mi vida? Definitivamente preferiría morir a aquello.
Cogí el cuchillo por la empuñadura y lo sostuve con firmeza, pensando en cómo sería morirse. La gente decía que era doloroso y daba miedo, deslizarse en la oscuridad para toda la eternidad. Pero a mí me parecía que sería muy tranquilo. Alex le echó un vistazo a mi mano, observando mis movimientos.
—¿Qué crees que estás haciendo?.
—Por favor, Alex, —murmuré finalmente, con la esperanza de apelar a cualquier rastro de humanidad que pudiera quedar en él. —Déjame ir.
Su risa fue fría y sin humor, una carcajada que me hizo estremecer.
—¿Dejarte ir? —Repitió, como si la idea fuera ridículamente absurda. —Nunca. Eres mía, y siempre lo serás.
Las palabras me golpearon como una bofetada. Sentí cómo las lágrimas rodaban por mis mejillas, pero me negué a dejar que él viera mi dolor. No le daría la satisfacción. Miré el cuchillo por última vez y, con un esfuerzo titánico, lo dejé caer sobre la mesa. Morir no era una opción que pudiera tomar tan a la ligera, no sin haber intentado todo lo posible para escapar primero.
—Termina de comer —ordenó Alex, su tono autoritario volviendo a imponerse. —No quiero tener que repetirlo.
Con el corazón roto y la desesperanza apoderándose de mí, recogí el tenedor y comencé a comer lentamente. Cada bocado era como un recordatorio de mi situación, una prisión de la que parecía imposible escapar. Pero mientras masticaba, una pequeña chispa de determinación se encendió en mi interior. No me rendiría. No dejaría que él ganara.
Terminamos de comer, y Alex se levantó de la mesa sin una palabra. Observé cómo se alejaba, su figura desapareciendo por el pasillo. La soledad de la cocina me envolvió, dándome un momento para recoger mis pensamientos y planear mi próximo movimiento.
Un leve sonido en la puerta trasera me hizo girar la cabeza. Una de las trabajadoras de la casa entró, una mujer de mediana edad que había visto varias veces, pero con la que nunca había intercambiado palabras. Siempre se mantenía al margen, evitando el contacto visual.
—Necesito limpiar esto —dijo con voz baja, señalando los platos.
Me levanté de la mesa, sintiendo la necesidad de hacer algo, cualquier cosa, para mantenerme ocupada y no sucumbir a la desesperación. Mientras recogía los platos, la mujer me miró con una expresión que no pude descifrar.
—¿Cómo te llamas?. —Pregunté en un susurro, intentando establecer algún tipo de conexión humana.
—María —Respondió ella, con la misma voz baja.
—María, ¿puedes ayudarme? —Mi voz apenas era un murmullo, el miedo a ser descubierta haciendo que mi corazón latiera con fuerza.
Ella dudó, sus ojos se llenaron de preocupación.
—No puedo —respondió finalmente, sacudiendo la cabeza—. Si me descubren, estaré en problemas.
Sentí la frustración y la desesperación volver a mí, pero no podía culparla. Sabía lo que Alex era capaz de hacer, y no podía pedirle que se arriesgara por mí.
Me dejé caer en la cama, intentando mantener la esperanza viva, cuando escuché pasos pesados acercándose por el pasillo. El sonido me hizo congelar. La puerta se abrió de golpe y Alex entró, su rostro una máscara de furia.
—¿Qué crees que estás haciendo?. —Espetó, su voz goteando veneno. Me levanté de la cama, retrocediendo instintivamente.
—No... no hice nada —intenté defenderme, mi voz temblando.
—¿Nada? —Alex avanzó hacia mí. —María me lo dijo todo. —Dijo Alex, sus ojos ardiendo de ira—. Pensaste que podías escapar, ¿verdad? Pensaste que podías salir de aquí.
—Yo... sólo quería... —Las palabras se me atragantaron mientras él se acercaba más.
Antes de que pudiera decir algo más, tomó la lámpara de la mesita de noche y la lanzó contra mi cabeza. El impacto fue brutal, el dolor insoportable. Caí al suelo, sintiendo la sangre correr por mi rostro, y los golpes continuaron, cada uno más fuerte que el anterior, mientras trataba de protegerme con los brazos.
—Por favor... —gemí, mi voz apenas audible entre los gritos de dolor.
—Esto es lo que pasa cuando intentas desafiarme —gruñó Alex, su aliento apestando a alcohol. —Eres mía, y siempre lo serás.
Avanza, se acerca dándome patadas en las costillas. Trato de protegerme a mí misma, pero esto sólo lo enfurece más, y los golpes se vuelven más frecuentes y duros.
Esto no fue suficiente para expresar su enojo. Miró a su alrededor con ojos desorbitados, y de repente tomó el pesado reloj de bronce de la repisa. Se inclinó hacia mí, y yo me cubrí con mi brazo en una defensa precipitada. Sentí una presión punzante en mi muñeca cuando el objeto se estrelló contra mí, rompiendo el aire con un estruendo.
Con un grito de rabia, él se agacha y recoge mi camiseta con un puño, tirándome hacia arriba en una posición semi—sentada, y con el otro me golpea en la cara. Con un sólo brazo bueno para protección ahora, él tiene la ventaja. Se vuelve y comienzan a llover los golpes sobre mi cara y gritando me da patadas en las costillas.
Siento cuando comienza a cansarse, lo que es cosa buena ya que mi conciencia se desvanece. Pero él no ha terminado. Me libera y caigo de nuevo al piso. Entonces él está sobre mí, a caballo, con las dos manos alrededor de mi garganta mientras corta mis vías respiratorias.
Gritó de nuevo, pero no puedo escuchar sus palabras por encima del zumbido en mis oídos. El mundo se desvanece en los bordes, y la última cosa que veo es su cara, contraída y púrpura por la rabia antes de que la oscuridad felizmente me encuentre. Mi último pensamiento antes de ceder a la atractiva oscuridad es: esta vez, me matará.