Capítulo I

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Encuentro Imprevisto
Punto de Vista de Taddeo B. Harrison

Siempre he tenido el control. Soy Taddeo Benedicto Harrison, dueño de un emporio tecnológico donde la eficiencia y el orden son ley. Mis días comienzan antes del amanecer y se extienden hasta altas horas de la noche, consumidos por juntas interminables, cada decisión medida y calculada para mantener mi empresa en la cima.

Esa noche, sin embargo, el peso de una oferta multimillonaria había dejado una sombra de fatiga en mi semblante. La negociación, compleja y arriesgada, prometía cambiar el rumbo de mi empresa para siempre. Necesitaba despejarme. Así que hice algo inusual: decidí salir. Caminé hasta un bar discreto, un refugio exclusivo donde el ruido del mundo exterior apenas se filtraba. Un buen whisky siempre estaba a mano, y esa noche lo necesitaba más que nunca.

Desde mi mesa junto a la ventana, observaba las luces de la ciudad titilar en la oscuridad, sumido en mis pensamientos. Los problemas de la empresa me acechaban como fantasmas, pero pude acallarlos, aunque solo por un momento, con un sorbo largo y lento del whisky helado. El bar estaba tranquilo, con murmullos dispersos y el tintineo de vasos como telón de fondo.

Y entonces, la vi entrar.

Una mujer cruzó la puerta con pasos apresurados, un elegante vestido corto que se ceñía a su figura. Pero lo que realmente captó mi atención fue su expresión: una mezcla de urgencia y nerviosismo, como si hubiese llegado huyendo de algo. Sus ojos, cálidos y penetrantes, barrieron el lugar antes de detenerse en mí. Mantuve la mirada un instante, sorprendido por el magnetismo que transmitía.

Apreté los labios y bajé la vista a mi vaso, dispuesto a ignorarla. Pero algo en mi interior me mantuvo alerta. Al poco, el sonido de tacones se detuvo junto a la mesa de un hombre más joven que yo.

—Necesito que finjas ser mi novio.

No podía creer lo que estaba escuchando. La mujer estaba parada frente a él, sus manos entrelazadas, la respiración agitada. El hombre la miró como si estuviera loca, y en verdad lo parecía.

—Aléjate antes de que llame a seguridad.

Con un gesto despectivo, se levantó y la dejó allí, luciendo aún más nerviosa. En ese momento, sus ojos se encontraron con los míos, y vi la súplica en su mirada.

—¿Tú puedes ayudarme? —rogó, uniendo sus manos como si estuviera ante un dios.

Nadie se había atrevido a abordarme así. Me encontré desarmado, incapaz de resistirme.

—Mi ex me está siguiendo —dijo, con una urgencia que no podía ignorar—. No quiero que me vea sola. Por favor.

La situación era absurda, casi surrealista. Pero algo en su voz, una desesperación auténtica, me empujó a asentir. Me levanté con calma, rodeé la mesa y, de manera casi automática, la tomé por la cintura, acercándola a mí.

—Esto no es algo que suela hacer —murmuré, mis palabras frías y cortantes.

—Yo tampoco —respondió, nerviosa.

Su piel se sentía cálida contra la mía, y la tensión en el aire me erizó la piel. De repente, no era el hombre controlado que siempre había sido. Este momento, improvisado e impredecible, había irrumpido en mi rígido orden.

Menos de un segundo después, un hombre entró al bar. Alto y corpulento, su rostro emanaba furia contenida. Sentí cómo la mujer a mi lado se tensaba al verlo acercarse. Se apretó más contra mi cuerpo, y el aroma de su perfume, suave pero envolvente, me invadió.

El hombre se detuvo a unos pasos de nosotros, la mandíbula apretada y las manos en los bolsillos de su chaqueta de cuero.

—¿Tú? —gruñó, clavando los ojos en mí—. ¿Qué haces con ella?

Sombras del Emporio HarrisonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora