Capítulo XIV

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Golpe de razon
Punto de Vista de Briellene V. Lawson

El taxi nos dejó justo en la entrada del imponente edificio Harrison. Era el tercer día, y ya sentía el peso de los días anteriores sobre mis hombros. Hoy era el último día para finalizar todos los detalles. Lou y yo intercambiamos una mirada rápida antes de salir del auto; ambas sabíamos que sería una jornada intensa. El frío de la mañana me envolvió mientras el viento jugueteaba con los mechones sueltos de mi cabello. Ajusté mi abrigo y entramos juntas.

El ascensor nos llevó al último piso, y en cuanto las puertas se abrieron, el caos nos golpeó de frente. Iván estaba en plena batalla campal contra el reloj, sus gestos rápidos y su tono autoritario dominaban el ambiente. A la izquierda, estaba regañando a los del delivery de los muebles, quienes trataban de maniobrar con una enorme mesa de cristal. A la derecha, vigilaba como un halcón a los trabajadores que instalaban el mármol, sus instrucciones cortantes, pero precisas. Detrás de él, las computadoras seguían llegando, y los técnicos las colocaban como si se tratara de una carrera contra el tiempo. Todo ocurría a la vez, como si el espacio estuviera a punto de explotar.

Iván nos vio y respiró profundamente, como si nuestra llegada fuera justo el refuerzo que necesitaba. Asentimos en silencio, entendiendo su alivio sin necesidad de palabras.

—Manos a la obra —murmuré, más para mí que para Lou, mientras nos sumergíamos en la vorágine.

Nos dividimos rápidamente. Lou se dirigió hacia el lado este, donde los cuadros abstractos de mi galería ya estaban listos para ser montados. Habíamos pasado horas eligiendo las piezas perfectas para este proyecto, asegurándonos de que cada una complementara el espacio sin robarle protagonismo. Mientras tanto, yo fui hacia la sección del vestíbulo, ajustando algunos detalles de la iluminación y revisando los acabados en las paredes. Mis dedos recorrieron las superficies buscando cualquier imperfección, cualquier cosa que pudiera arruinar el equilibrio perfecto que buscaba.

Iván estaba con su tablet, moviéndose como un director de orquesta, tomando nota de lo que entraba y salía. Su rostro seguía tenso, pero había una ligera relajación en su mandíbula cada vez que pasaba por uno de los sectores que ya habíamos cubierto. Aun así, la presión era palpable. Podía ver cómo intentaba mantener el control mientras todo se desplegaba a su alrededor.

—¡Cuidado con ese mármol! —gritó Iván, sin perder la compostura del todo. Un pequeño descuido podía costarnos caro, y lo sabía.

Miré hacia Lou. Ella, con su siempre eficiente habilidad, iba colocando los cuadros como si fueran piezas de un rompecabezas que encajaban a la perfección. Desde donde estaba, vi cómo ajustaba uno de los más grandes, su mirada concentrada en los colores, asegurándose de que el balance entre las tonalidades y la luz fuera el correcto. Estaba orgullosa de nuestro trabajo. Todo estaba tomando forma, de una manera que incluso superaba lo que había imaginado en las primeras reuniones.

El espacio lucía increíble. El mármol blanco brillante reflejaba la luz de los enormes ventanales, mientras los tonos más oscuros de las piezas de arte agregaban el toque justo de sofisticación. Las alfombras, los muebles, cada detalle estaba pensado para transmitir una mezcla de lujo moderno y calidez acogedora. Sin embargo, a pesar de la belleza que se desplegaba a mi alrededor, no podía evitar sentir una punzada de nervios en el estómago. El nombre Harrison seguía rondando mi mente, como una sombra que se negaba a disiparse.

Concéntrate, me dije a mí misma. Este era un proyecto demasiado importante como para distraerse con pensamientos personales. Pero era más fácil decirlo que hacerlo.

Mientras ajustaba el último cojín en uno de los sillones del salón principal, mis ojos volaron hacia el elevador. Cada vez que el sonido metálico indicaba su llegada, mi corazón daba un vuelco. Parte de mí esperaba que, en cualquier momento, Taddeo Harrison apareciera por esas puertas. Había estado evitando nuestro encuentro desde el incidente en el estudio, pero ¿por cuánto tiempo más? ¿Y qué diría si nos encontráramos de nuevo? Sacudí la cabeza, intentando concentrarme. No podía permitirme distracciones.

Sombras del Emporio HarrisonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora