Cobardía
Punto de vista de Taddeo B. Harrison.Tener a Brie en mis brazos esa noche fue todo lo que había imaginado, y más. Su piel suave contra la mía, el calor de nuestros cuerpos entrelazados... fue una sensación de plenitud que no había sentido en años. Cada beso, cada caricia, cada movimiento que compartimos me hacía sentir más vivo, más conectado a algo que me había faltado, aunque no lo sabía hasta ese momento. Su respiración acompasada, sus dedos entrelazados con los míos, me hicieron pensar, por un segundo, que quizá había encontrado algo real.
Cuando todo terminó y ambos quedamos enredados entre las sábanas, no podía apartar mis ojos de ella. La luz tenue apenas iluminaba su rostro relajado, aún con el rastro de la pasión que acabábamos de compartir. La abracé, sintiendo su cuerpo tan cerca, tan mío. Pero a medida que el silencio de la noche se hacía más denso, mi cabeza comenzó a llenarse de pensamientos.
Primero fue un murmullo, luego un torrente de dudas. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué la dejé entrar tan profundamente en mi vida, en mi mente? Mi corazón palpitaba con una intensidad que no podía controlar, y en lugar de disfrutar ese momento de tranquilidad, mi mente se retorcía. No podía apartar el pensamiento de que tal vez estaba cometiendo un error. Que tal vez, al permitirme sentir algo por ella, estaba debilitándome. Exponerme. Siempre había sido capaz de manejar todo en mi vida: mis negocios, mis relaciones, incluso mis emociones. Pero con Brie... sentía que estaba perdiendo el control. Y eso me aterrorizaba.
No sé en qué momento exacto decidí levantarme, pero lo hice. Me solté de su cuerpo con cuidado, como si temiera que despertar la hiciera ver las grietas que comenzaban a formarse en mi armadura. Miré alrededor de la habitación en la oscuridad, buscando mis cosas con una urgencia que no podía explicar. Tal vez era miedo, tal vez era mi propia naturaleza sabotadora, esa parte de mí que siempre había creído que nada bueno duraba para siempre.
Mientras recogía mi ropa y mis pertenencias esparcidas por la habitación, me detuve un momento, observándola dormir. Mi corazón aún latía con fuerza, como si se debatiera entre dos fuerzas opuestas. Una parte de mí quería volver a la cama, envolverla de nuevo en mis brazos y dejarme llevar por lo que fuera que esto era. Pero la otra... la otra era más fuerte. La otra me decía que esto no era para mí, que no debía quedarme.
A paso sigiloso, me dirigí hacia la puerta, tratando de no hacer ruido. Cada paso que daba lejos de ella, sentía un peso más grande en mi pecho, como si dejara algo valioso detrás. Busqué mi otro zapato debajo de la cama, con cuidado de no despertarla. Mientras lo hacía, Cornelia, su gata, comenzó a maullar. Susurré casi en silencio, rogándole que se callara. No quería que Brie me viera así, como el cobarde que estaba siendo en ese momento.
Y entonces, sin mirar atrás, abrí la puerta de su apartamento y salí. Dejé a la mujer que más había deseado en mi vida en esa cama, con su confianza rota y mis propias inseguridades intactas.
Mientras caminaba por el pasillo en la oscuridad, el eco de mis propios pasos resonaba como una sentencia en mi cabeza. Cada vez que mis pies tocaban el suelo, sentía el peso de lo que acababa de hacer. No solo había dejado a Brie en esa cama; había abandonado algo que ni siquiera sabía si estaba listo para aceptar. Y me odiaba por ello. Me odiaba por ser ese hombre, el que siempre huye cuando algo se vuelve demasiado real.
Por fuera, siempre he sido el hombre que lo tiene todo bajo control, pero por dentro... ahora, en ese momento, me sentía patético. Había querido a Brie con una intensidad que me sorprendió, y por un instante pensé que tal vez podía permitirme sentir algo más profundo por ella. Pero en el silencio de la madrugada, cuando todo quedó en calma, las viejas dudas volvieron. No era la primera vez que esto pasaba, pero nunca había sido tan cruel, tan... absurdo. ¿Por qué ahora, cuando la había tenido tan cerca?
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Sombras del Emporio Harrison
Romance-Esto no es algo que suela hacer -murmuré, mis palabras frías y cortantes. -Yo tampoco -respondió, nerviosa. Su piel se sentía cálida contra la mía, y la tensión en el aire me erizó la piel. De repente, no era el hombre controlado que siempre había...