Abismo
Punto de vista de Briellene V. LawsonDespués de nuestra noche apasionada, caí rendida en los brazos de Harrison. Nuestros cuerpos desnudos, respiraciones acompasadas, me brindaban una cercanía que nunca supe que necesitaba hasta ese momento. Sentirlo tan próximo, tan íntimo, había transformado la imagen que tenía de él. De alguna manera, verlo desde esa nueva perspectiva lo hacía sentir más real.
Estaba profundamente dormida cuando un leve ruido me despertó. Abrí los ojos rápidamente, el corazón acelerado, y lo vi. Harrison, con su ropa en la mano, intentando salir de la habitación en silencio. Mi pecho se encogió al ver la escena. ¿Se estaba escapando?
La habitación estaba sumida en la oscuridad, y no se dio cuenta de que me había despertado. Lo observé, inmóvil, mientras buscaba su otro zapato bajo la cama. Cuando lo encontró, salió sin hacer ruido, dejándome sola en medio de la quietud abrumadora. La presión en mi pecho aumentó.
Cornelia, desde el pie de la cama, comenzó a maullar. Escuché a Harrison susurrarle en un intento de calmarla. Por un segundo, quise reírme de lo absurda que parecía la situación, pero la tristeza se apoderaba de mí. Lo que estaba sucediendo me dolía más de lo que estaba dispuesta a admitir.
Escuché la puerta del apartamento abrirse y cerrarse. Ya se había ido. Después de haber compartido su cuerpo conmigo, después de haber susurrado que quería estar conmigo, Harrison se había marchado en la oscuridad de la noche sin decir una palabra.
Me giré lentamente en la cama, el calor de las sábanas donde había estado aún persistía. Miré al techo, incapaz de moverme, incapaz de procesar lo que acababa de pasar. ¿Cómo podía sentirse todo tan correcto un momento y tan devastador al siguiente?
Sabía que no podía llorar. No por Taddeo Harrison. Pero el vacío que había dejado en la cama me envolvía.
Tomé el celular del borde de la cama, mis manos temblaban un poco mientras la pantalla iluminaba la oscuridad. Las dos de la mañana. Sentí como si el tiempo no hubiera avanzado desde que se fue. El dolor en mi pecho seguía ahí, agudo y constante, como si me estuviera recordando que él ya no estaba. Que se había ido, sin más.
Dejé caer el teléfono a mi lado sin mirar nada más. No me importaban los mensajes ni las notificaciones. Solo quería dormir, aunque sabía que el sueño no me iba a traer paz. Cada vez que cerraba los ojos, veía la imagen de Harrison caminando en silencio hacia la puerta, escabulléndose de mi vida tal como había entrado: inesperado y confuso.
Sentí un nudo en la garganta. Me negaba a llorar, no por él. No otra vez. Me arropé con las sábanas, tratando de sofocar el vacío que me rodeaba. Me abracé a mi dolor, como si al hacerlo pudiera hacer desaparecer todo lo que sentía por él, todas las emociones que se habían desatado esa noche. Las que no estaba preparada para enfrentar.
Respiré hondo, cerrando los ojos, obligándome a soportar el peso en mi pecho. Sabía que tenía que dormir, aunque fuera forzando el cansancio. Poco a poco, el sueño me fue envolviendo, pero con él, vinieron los recuerdos. De nosotros. De esa noche que ya empezaba a desvanecerse en mi mente, aunque la sensación de haberlo perdido aún seguía viva en mí.
Desperté. Lo primero que hice fue desear no haberlo hecho. El peso de la realidad me golpeó de inmediato, y los recuerdos de anoche me inundaron al ver el espacio vacío en mi cama, con las sábanas revueltas. No estaba él. Y no lo estaría.
Con pesadez, busqué mi celular. No quería enfrentar el día, ni a mí misma. Abrí la mensajería de Lou y escribí, cada palabra pesada como una piedra.
"Tomate el día libre. No abramos la galería hoy."
Lo envié y dejé caer el teléfono al lado, volviendo a hundirme en la cama. Cornelia estaba dormida a mi lado, ajena al caos emocional que se arremolinaba dentro de mí. Mi mente, sin embargo, no descansaba. Cada pensamiento era un golpe, preguntándome una y otra vez por qué Harrison me había dejado en medio de la noche. ¿Se había arrepentido? ¿Todo esto había sido un error para él?
ESTÁS LEYENDO
Sombras del Emporio Harrison
Romance-Esto no es algo que suela hacer -murmuré, mis palabras frías y cortantes. -Yo tampoco -respondió, nerviosa. Su piel se sentía cálida contra la mía, y la tensión en el aire me erizó la piel. De repente, no era el hombre controlado que siempre había...