Capítulo II

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Subasta
Punto de Vista de Briellene V. Lawson

—Con cuidado —suplicaba al equipo que cargaba la imponente pieza de arte hacia la subasta. Seis hombres, sudorosos y tensos, rodeaban la estructura de casi tres metros de largo y dos de ancho, mientras sus manos se aferraban con reverencia a las esquinas. Cada paso parecía un desafío a la gravedad, y yo no podía apartar la vista de ellos, temiendo que un movimiento en falso destruyera meses de esfuerzo.

Giré la cabeza hacia el fondo del garaje, donde mi mirada tropezó con un lienzo inquietante. El rostro del hombre sin nombre me observaba desde las sombras. Un cosquilleo de vergüenza recorrió mi espalda, y antes de que alguien pudiera verlo, caminé hacia la pintura, agarré un pedazo de manta suelta y lo arrojé sobre ella. Qué vergüenza, pensé. Mi primer dibujo después de meses de bloqueo, y lo primero que pinto es el rostro de un extraño. Uno que no he podido olvidar.

Respiré hondo y regresé junto a Lou, lista para ponernos en marcha. El evento era dentro de dos horas, tiempo justo para preparar la exposición de la pieza antes de que comenzara la subasta silenciosa. Nunca había asistido a una de estas; me intrigaba cómo se desarrollarían las cosas. A diferencia de las subastas tradicionales, en una silenciosa los postores escriben sus ofertas en secreto, y el ganador es anunciado al final, sin alboroto, sin confrontaciones públicas. Solo el eco de las cifras flotando en el aire.

Nuestro destino era un edificio lujoso, ubicado en una parte de la ciudad que sentía conocer, el Edificio Harrison que había mencionado el taxista de ayer por la noche. A pesar de su elegante fachada, algo en sus profundidades susurraba augurias y misterio.  Lou y yo viajábamos en el taxi que seguía de cerca al camión de la compañía, ambos vehículos serpenteando por calles estrechas y oscuras. El nerviosismo se colaba en mis pensamientos; tenía grandes expectativas para esta venta y temía defraudarlas.

El trayecto transcurrió en silencio hasta que, finalmente, llegamos al edificio. Cuando bajé del taxi, una voz me llamó desde la distancia.

—¿Briellene Lawson? —Una mujer de aspecto formal se acercó, una sonrisa ligera en el rostro.

—Sí, y ella es mi asistente, Lourdes.

—Bienvenidas. Soy Ana, la organizadora del evento. Sus movilizadores ya están colocando la pieza en su lugar. Por favor, síganme a la sala de beneficiarios.

Lou y yo intercambiamos una mirada rápida antes de seguir a Ana por un largo pasillo. El Salón, donde tendría lugar la subasta, estaba apenas iluminado por luces cálidas, creando sombras alargadas que bailaban en las paredes. Estaba lleno de personas que habían donado objetos valiosos para la subasta. Sin embargo, el ambiente estaba cargado de una superficialidad palpable. Aunque todos hablaban de ayudar, era evidente que la mayoría de los presentes estaban más interesados en los titulares de los periódicos que en la causa en sí. No me excluía del todo de esa realidad. El 65% de lo subastado se donaría a la fundación para niños desfavorecidos, pero el 35% restante sería para mi estudio y galería. Nada en la vida era completamente altruista. Pero, al menos, se hacía el bien.

Ana se detuvo en medio del salón y nos ofreció una sonrisa cortés. —¿Algo de beber?

—Dos martinis, por favor —respondió Lou antes de que yo pudiera abrir la boca. Asentí, agradeciendo su iniciativa.

Observé el salón mientras esperábamos nuestras bebidas. Éramos pocas mujeres en la sala, pero la mayoría de los hombres nos miraban con una mezcla de desdén y deseo. Algo en sus miradas me provocó una risa silenciosa. Volteé a ver a Lou, estudiando su elegancia. Su vestido azul marino contrastaba perfectamente con su piel, y su cabello rizado y corto caía en perfecta desproporción sobre sus hombros. Yo, por mi parte, llevaba un vestido negro ajustado, y mi cabello castaño estaba recogido en un moño pulido, del que escapaba un solo mechón rebelde. Me sentía bien.

Sombras del Emporio HarrisonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora