Capítulo XXXII

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Arte
Punto de vista de Briellene V. Lawson

Amanecí con un dolor menstrual insoportable. La noche anterior había sido una mezcla de incomodidad y desvelo, y el cansancio se reflejaba en mi rostro. Sentía que mi cuerpo pesaba el doble de lo normal, cada movimiento me recordaba el dolor que llevaba horas intentando ignorar. Giré en la cama, y ahí estaba, la maldita carta de Harrison, mirándome desde el otro lado de las sábanas, como un recordatorio constante de lo que había sucedido. La había leído más veces de las que podía contar, intentando encontrar respuestas, pero solo me sumía más en mi propia confusión.

Incapaz de botarla o siquiera destruirla, la tomé una vez más entre mis manos. Las palabras de Harrison resonaban en mi mente como un eco persistente.

Finalmente, la doblé cuidadosamente y la escondí en el lugar más privado que se me ocurrió: entre mi ropa interior, en los cajones de la habitación. Como si ocultarla pudiera calmar el torbellino de pensamientos que no dejaba de atormentarme.

Me duché, tratando de sacudir el agotamiento que se aferraba a mí, y me vestí con la rutina casi automática de alguien que intenta mantenerse funcional en medio de un caos interno. No había recibido ni una sola llamada o mensaje de Lucas desde lo que pasó la noche anterior, y esa ausencia me pesaba como una piedra en el estómago. Me hacía sentir ansiosa. No era justo para él que todo siguiera así, pero tampoco lo era para mí. Algo tenía que cambiar, pero no sabía cómo o cuándo.

Antes de salir, jugué un rato con Cornelia. Su ronroneo siempre lograba sacarme una sonrisa, incluso en los peores días. Después de despedirme, bajé rápidamente y tomé un taxi hacia la galería, aunque mi mente seguía atrapada en la maraña de emociones que la carta había despertado.

Cuando llegué a la oficina, lo primero que vi fue a Lou, parada en la entrada con el ceño fruncido, sosteniendo un periódico en una mano y una revista en la otra. Parecía ansiosa, lo cual me preocupó al instante.

—¿No has visto el periódico, verdad? —preguntó, deteniéndome en cuanto entré.

—Nunca leemos el periódico —dije, intentando quitarle seriedad a la situación—. ¿Por qué lo viste tú?

Lou no sonrió. En su lugar, extendió el periódico hacia mí.

—Brie, mira esto.

Tomé el periódico y, en primera plana, vi algo que me dejó sin palabras. Ahí estaba mi cuadro, el enorme que doné para la subasta, de tres metros, colgado en las paredes de un museo de renombre en Nueva York.

—¿Qué...? ¿Qué es esto? —musité, pasando mis dedos por la imagen, como si necesitara sentir algo tangible para creerlo.

—Lo han donado —dijo Lou, mientras yo seguía paralizada ante la noticia—. El comprador anónimo lo donó al museo.

Mi mente tardó en asimilar lo que eso significaba. Mi cuadro, expuesto en un museo de esa magnitud, significaba una puerta abierta a un nuevo mundo. Era una oportunidad gigantesca para mi carrera, un reconocimiento a mi trabajo. Sentí una mezcla de emoción y asombro.

—Esto... esto es increíble —murmuré.

—Lo es —dijo Lou, aunque la preocupación no desaparecía de su rostro—. Pero ahora mira esto.

Sacó la revista de debajo del periódico y la puso frente a mí. El impacto fue inmediato. Ahí, en la portada, estaba Taddeo, con el rostro visiblemente golpeado, y junto a él, otra foto que capturaba claramente una pelea. Una pelea con Lucas.

—No puede ser... —susurré, llevándome una mano a la boca, completamente atónita.

—Lucas fue a golpear a Taddeo —confirmó Lou, con los ojos aún llenos de incredulidad—. ¿Por qué?

Sombras del Emporio HarrisonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora