Capïtulo XXXX

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Ultimatum
Punto de Vista de Taddeo B. Harrison

La reunión había sido agotadora, pero al menos había terminado. Me dirigí hacia mi oficina pensando en encontrar un momento de calma y ver a Brie, pero en cuanto vi el rostro de Iván esperándome en la entrada, supe que algo andaba mal.

—¿Qué pasa? —pregunté mientras me acercaba, ya sintiendo el nudo de tensión en mi espalda.

Iván dio un paso adelante, su voz apenas un susurro nervioso.

—Tu madre está aquí, Harrison. Quiere hablar contigo.

Mis músculos se tensaron de inmediato. A mi madre solo la veía en eventos familiares o reuniones de protocolo. Para que ella decidiera aparecer en mi oficina sin previo aviso, significaba que había un problema... o que lo habría pronto.

—He pedido a los constructores que se retiren y Briellene te espera en la oficina del piso inferior —explicó Iván rápidamente.

Asentí, agradecido por su manejo de la situación. Sabía que había querido evitar que Brie se cruzara con mi madre, y aunque sentí alivio por ello, una sensación de inquietud no me abandonaba.

Al entrar a la oficina, la encontré de pie frente a la ventana, su figura altiva y rígida enmarcada por la luz del atardecer. Con su porte impecable y su expresión severa, irradiaba la frialdad que siempre llevaba consigo, una presencia que podía congelar el aire en segundos.

—Madre —la saludé, tratando de no dejar que mi incomodidad se notara.

—Benedicto —respondió ella, girándose con una lentitud casi calculada, sus ojos observándome con ese aire crítico que nunca lograba evitar, como si siempre encontrara algo de qué disgustarse.

Avancé hacia la barra y me serví un whisky, preguntándome cuánto tiempo necesitaría antes de que la incomodidad se convirtiera en una discusión.

—¿Te apetece un trago? —pregunté, ofreciendo una tregua con una copa.

—Vino seco estará bien —contestó, acercándose y tomando la copa que le ofrecía. Giró la bebida en la mano con la misma precisión que en todas sus acciones, llevándola a su nariz para olfatearla antes de darle un sorbo.

—No me quedaré mucho tiempo —dijo, su voz tan firme como siempre—. Solo vengo a cuestionar ciertos asuntos.

—¿Qué asuntos? —me senté en el sillón frente a ella, sintiendo que esa conversación se acercaba peligrosamente a un callejón sin salida.

—De repente te has vuelto amante del arte, ¿no? —preguntó, con una nota de burla en la voz.

Ladeé la cabeza, tratando de contener mi molestia. Con mi madre, cada palabra era una trampa esperando a ser activada.

—¿A qué te refieres? —pregunté, llevándome el vaso a los labios mientras el sabor amargo del whisky parecía acentuar mi disgusto.

—Taddeo, tu padre y yo nunca nos hemos inmiscuido en tus asuntos —dijo, haciendo un gesto con la mano como si dramatizara su postura—. Pero cuando vemos que estás saliéndote de control, debemos intervenir.

—Madre —advertí, mi voz sonando más fría de lo que pretendía. No pensaba tolerar que ella invadiera mis decisiones.

—¡Comprar un cuadro por 52,000 dólares en una subasta de una artista que ni siquiera es reconocida! —exclamó, su tono teñido de incredulidad—. Y luego la contratas para dirigir la renovación del último piso del emporio. ¿La invitas a París con todos los gastos pagados? ¿Qué estás pensando?

Sombras del Emporio HarrisonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora