El diario de wen..

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Eran unas calurosas vacaciones de verano. Leonardo se sentía feliz junto a sus amigos del barrio Tyson y Brandi. Asimismo, por primera vez en mucho tiempo se hallaba deseoso de volver a clases, pues para el curso del presente año había conseguido convencer a su abuela de que lo matricule en el mismo colegio en el que estudiaban sus dos nuevos amigos.
Los chicos regresaron al barrio tras una larga excursión en bicicleta. Habían conseguido descender al mismo cause del disminuido rio de la ciudad, en donde pedalearon por un buen rato, en busca de renacuajos. Al final no consiguieron ver a ninguno, lo cual desilusionó un poco a Brandi, ya que ella estaba segura de que en el rio vivían sapos. Eran cerca de las once del mediodía. Leonardo los invitó a su casa, pues su abuela solía preparar a esas horas una limonada muy deliciosa y refrescante.
-¡Has tenido la mejor idea del mundo! -Brandi lo cogió del cuello y le revolvió sus rubios cabellos.
-Es justo lo que necesitaba, tras esa disparatada excursión me encuentro más reseco que el mismísimo rio Piura -Tyson jadeó cual un sediento perro.
Llegaron a la casa de Leonardo, y mamá Danna, la abuela del mencionado, los recibió con gran amabilidad. -¿Y dónde están esos libros de magia de los que tanto nos has hablado, Leo? -Brandi preguntó en voz alta una vez se acomodaron en la sala. Mamá Danna oyó la pregunta desde la cocina. Esbozó una discreta sonrisa en tanto terminaba de servir los vasos de limonada.
-En mi habitación, ¿quieren verlos? -Leonardo preguntó.
-¡Pues claro! -Brandi exclamó, y sin esperar a nada se puso en pie de un salto y subió las escaleras rumbo a la habitación de su amigo.
-¡Brandi, no seas tan descortés y confianzuda! -Tyson se llevó una mano a su en ese momento avergonzado rostro. Mamá Danna acababa de llegar con una vianda que contenía los vasos de limonada.
-Llévenle su vaso a su amiga, chicos -Mamá Danna, sin embargo, no pareció molesta por el impetuoso actuar de la joven. Tyson y Leonardo se miraron y al final se encogieron de hombros.
Encontraron a su amiga leyendo, sentada sobre la cama de Leo. -¿Qué estás leyendo? -Tyson le preguntó.
-Ah, de todo un poco -Brandi dejó un libro a medio leer sobre la cama y cogió otro del librero de Leonardo. A aquellas alturas sobre la cama ya había varios libros abiertos y regados por doquier-. Uh, que interesante -en eso ella cogió un libro verde de tapa dura. Tenía el aspecto de una especie de diario o agenda. Leonardo lo miró extrañado. No recordaba haber visto nunca ese libro. Así se lo hizo saber a su amiga-. Pues qué mejor -Brandi esbozó una ladina sonrisa-. Esta noche se los leeré en el patio de mi casa, tal vez contenga una historia tenebrosa o alguna anotación sobre cómo invocar al diablo -ella susurró por lo bajo.
Tyson y Leonardo pusieron los ojos en blanco. A esas alturas, ambos ya estaban acostumbrados a las locuras de su amiga, aunque sabían que ella siempre hablaba en serio cuando se trataba de vivir alguna nueva y escalofriante aventura.
Se escabulleron al patio trasero de su amiga cerca de las once de la noche. Brandi ya los estaba esperando sentada sobre las escaleras que bajaban a su jardín trasero. Sobre su regazo descansaba el misterioso libro de tapa verde. -Trata de una historia. Tal parece era una especie de diario perteneciente a una tal Wen. Aquí entre nos, creo que la historia es cierta.
-¿Por qué lo dices? ¿De qué trata esa historia? -Tyson se sentó a su lado. Leonardo hizo lo propio al otro costado de su amiga. Ambos contemplaron expectantes el libro cerrado.
-¡Ok, les leeré un poco! -Brandi se puso de pie de un salto. Tyson odiaba cuando su amiga tenía esos arranques. Siempre conseguían propinarle un buen susto. Leonardo por su parte contempló expectante como su amiga se situaba frente a ellos y abría el libro. Brandi se aclaró la garganta, y acto seguido comenzó a leer.
Wen tenía unos seis años cuando sucedió el hecho. -Unos pocos años menor que nosotros, ¿eh? Y fíjense todo lo que ya vivió -Brandi se interrumpió para comentar. Luego continuó. Wen vivía junto a su madre y su hermana en un acomodado barrio de Lima. Ella tenía una vida normal, iba al colegio, se divertía con sus amigas, hacía sus deberes, salía a pasear al centro comercial durante los fines de semana... sin embargo, todo esto no permitía adivinar cuál era la verdadera naturaleza de su vida-. Lo cierto es que Wen pertenecía a una familia de brujas, cuya ascendencia se remontaba a los tiempos de las brujas de Salem.
-¿Una bruja? -Tyson la miró desconcertado.
-Como lo oyes.
-Digo, ¿Wen también era una bruja?, ¿podía hacer hechizos y esa clase de cosas?
-Mejor sigue escuchando. No seas impaciente.
La hermana mayor de Wen, Rita, hasta hace poco había sido una enérgica y simpática adolescente. Sin embargo, desde hace unos meses le habían detectado c4ncer, y desde entonces su vitalidad y buenos ánimos habían decaído hasta prácticamente marchitarse. Wen amaba a su hermana, ella recordaba sus conversaciones, las risas, las bromas, los consejos y la enorme amabilidad con la que su hermana siempre la había tratado. Por eso fue que no puso ningún pero cuando su madre le propuso realizar un ritual para sanarla. Tenía que llevar a la casa a tres amiguitas de su salón. Su madre le explicó que en el sótano de la casa ya lo tendría todo preparado. Le juró a su hija que a sus amigas no les sucedería nada malo. "Se necesitan tres personas más para poder completar el requisito. Recitaremos ciertas palabras mágicas y ya verás como todo saldrá bien", le había explicado.
Wen y sus amigas llegaron a la casa cuando comenzaba a atardecer. Sus amigas se hallaban muy excitadas, pues jamás en sus vidas se habrían imaginado que Wen era una bruja, y mucho menos que les pediría que la ayuden con un ritual que ayudaría a salvar a su hermana mayor de una terrible enfermedad. Bajaron al sótano y se toparon con un ambiente iluminado por velas y con un sutil aroma a incienso que lo impregnaba todo. Cerca de la pared opuesta a las escaleras yacía un largo mueble tapado con una manta blanca. Las amigas de Wen supusieron que se trataría de un baúl cualquiera, aunque pronto Wen les explicó que allí dentro se hallaba su hermana. "¡Qué guay!" comentaron las chicas muy emocionadas.
En el centro del sótano un círculo trazado con unos extraños polvos iridiscentes ocupaba la mayor parte del piso. Beatriz, la madre de Wen, las recibió tras emerger desde las sombras. Ella vestía una antigua túnica que recordaba al traje ceremonial de un antiguo druida. Con una voz sumamente afable les explicó a las niñas lo que tendrían que hacer. A Wen le colgó en el cuello un amuleto, y le explicó que serviría para canalizar la energía de los cuatro puntos del círculo. Acto seguido situó a Wen y a sus amigas en el círculo, cada una sentada en un punto cardinal. Todas observaban hacia el interior del círculo, en donde se veían trazados una serie de arabescos de extraño aspecto. La madre de Wen comenzó el ritual entonando una canción cuya letra era indescifrable. Cuando terminó, les indicó a las niñas que repitan lo que ella dijese. Así lo hicieron las chiquillas. Fue entonces que Wen comenzó a tener un mal presentimiento. Su sensibilidad mágica le advirtió de antemano que algo muy malo estaba a punto de suceder. Sin embargo, con una mirada su madre la tranquilizó. Recordó que todo lo estaban haciendo por Rita, y además que su madre le había prometido que nada malo les pasaría ni a ella ni a sus amigas.
Un cono de poder se elevó del círculo. En ese momento las amigas de Wen por primera vez sintieron temor. Entendieron que lo que estaban haciendo se trataba de algo muy real, y no un simple juego o ceremonia cualquiera. Las amigas de Wen no vieron las manos pútridas y gélidas que emergieron del cono y que se dirigieron a sus pechos. Wen sin embargo si las vio. Trató de incorporarse para alejar a sus amigas del círculo, pero su madre la cogió de los hombros y la obligó a mantenerse en su lugar. Una mano de ultratumba también emergió hacia ella, pero entonces el amuleto que le colgaba del pecho la rodeó con un campo de fuerza que repelió a la mano. Wen trató de zafarse, de correr hacia sus amigas, pero todo sucedió tan rápido que no le dio tiempo para nada. De un momento a otro sus amigas yacían inertes sobre el suelo y el cono de poder había desaparecido.
"¡Es la hora, vamos hija mía, vuelve a la vida!", Beatriz de pronto exclamó. Oír aquellas palabras hizo que a Wen se le congele la sangre. Sí, ella ya lo había venido sospechando, desde que su madre le prohibió ingresar a la habitación de su hermana, hace ya como una semana. -Así que ya estaba mu3rta -las palabras salieron de la boca de la niña cual una lastimera exhalación. Ella contempló a su madre quitando la manta de lo que en realidad era una especie de ataúd ceremonial. Se llevó las manos a la boca y comenzó a sollozar. Comenzó a avanzar hacia el ataúd, pero entonces la tapa de este fue hecha a un lado, sonando con estrépito cuando se estrelló contra el suelo. Beatriz contemplaba con expectación al ataúd abierto. Una enorme sonrisa estaba dibujada en su rostro. Wen por su parte se quedó paralizada en su lugar. El corazón le dio un vuelco cuando una mano pálida se apoyó en el borde del ataúd. Ya no pudo soportar más tantas emociones ella cayó desmayada.
Los días pasaron. Wen vio desde la ventana de su habitación como su madre y su "hermana" enterraban en el patio trasero de la casa los c4daveres de sus amigas. Luego escuchó como con total cinismo ellas volvían a sus vidas cotidianas, como si nada hubiese pasado. Le revolvió el estómago ver a su madre dándole ánimos a las familias de sus amigas, quienes en ningún momento perdieron la fe de que sus queridas hijas aparezcan. Pero, aun así, nada de eso fue lo peor. Lo peor de todo fue tener que vivir bajo el mismo techo que su "hermana". Ella conocía más que nadie a Rita, sabía cómo era su hermana. La persona que ahora ocupaba la habitación de su hermana definitivamente no era Rita. Y lo peor es que esta "nueva" Rita nunca la dejaba en paz. Solía jugarle bromas de muy mal gusto, o proponerle juegos de lo más macabros. También solía aparecerse en su habitación por las noches y susurrarle historias terribles al oído. En esos momentos Wen fingía estar durmiendo, pero sabía que su hermana no se tragaba el engaño. Así, ella seguía y seguía susurrándole cosas escalofriantes hasta que Wen ya no podía más y se echaba a llorar. Solo entonces Rita paraba y se marchaba a su habitación sin decir ni una sola palabra.
Wen buscó ayuda en su madre, pero Beatriz nunca le hizo caso. Es más, ella parecía haberse vuelto una especie de sierva de Rita. Hacía todo cuanto su hermana le pedía y siempre se mostraba servil y reverente en presencia de Rita. Pronto vivir en aquella casa se volvió para Wen una tortura. Y peor fue cuando su hermana comenzó a oficiar por las noches un aquelarre al que acudían toda clase de brujas que provenían de quien sabe dónde. Wen solo oía lo que sucedía en el patio trasero desde su habitación. A veces se oían alaridos, gritos y risas maléficas que no parecían humanas. Ella se tapaba los oídos con su almohada, pero los diabólicos ruidos siempre lograban traspasar tan endeble defensa.
Así las cosas, una buena mañana, cuando su madre y su "hermana" dormían tras un desenfrenado aquelarre, Wen tomó una mochila con unas pocas pertenencias y abandonó la casa para siempre...
Brandi cerró de golpe el libro, tan fuerte que este se le terminó cayendo al pasto del jardín, ante los pies de Leonardo. Él contempló el libro abierto, con las páginas en blanco. Brandi se agachó y tomó el libro de un tirón. Leonardo la contempló confundido, pero por alguna razón decidió no decir nada.
-¿Y qué pasó después? ¿Es que allí se acaba la historia? -Tyson preguntó ansioso. Era evidente que se había quedado con ganas de más.
-Vuelvan mañana y les contaré lo que sigue -Brandi contestó, y acto seguido se dirigió hacia la puerta que daba al interior de la casa. No se despidió de sus amigos, simplemente cerró la puerta tras de sí. Leonardo y Tyson intercambiaron miradas.
-¿Llegaste a ver lo que seguía cuando se le cayó el libro? -Tyson preguntó.
Leonardo negó con la cabeza. No supo por qué, pero no comentó nada sobre las páginas vacías. Al final, los chicos abandonaron el jardín y poco después se despidieron. Ya en sus respectivas casas ninguno pudo dormir. No podían esperar más para oír la siguiente parte de la historia de Wen.

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