Un día..

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Un día, mientras visitaba la casa de mi abuela, noté algo que nunca antes había visto. Su hermana, una mujer que ya pasa de los 60 años, tenía una cicatriz en el cuello, como una marca profunda y antigua que nunca había desaparecido. Movida por la curiosidad, le pregunté a mi abuela sobre esa cicatriz. Fue entonces cuando me contó una historia que me dejó helada.

Cuando eran niñas, mi abuela tenía unos 9 años y su hermana apenas 3. Vivían en un rancho muy alejado del pueblo, rodeado de campos y naturaleza. En aquellos tiempos, la vida era sencilla pero dura; su papá trabajaba en el campo, mientras su mamá se encargaba de las labores del hogar y, a menudo, salía a recolectar agua o a recoger maíz para el nixtamal.

Un día, alrededor de las 10 o 11 de la mañana, su mamá salió, dejando a la niña pequeña dormida en el cuarto. Mi abuela me comentó que en ese momento todo estaba tranquilo, no había ningún indicio de que algo fuera a suceder. Sin embargo, al regresar, su mamá escuchó el llanto de su hermana a lo lejos. Pensó que quizás la niña se había caído de la cama, pero lo que encontró al entrar a la recámara fue mucho peor.

La niña estaba sentada en el suelo, cerca de la puerta, llorando desconsoladamente. Lo más impactante fue ver que tenía una mordida profunda en el cuello, y la herida sangraba mucho. Nadie podía explicar lo que había sucedido. No había nadie más en la casa, y la puerta estaba cerrada. La pequeña solo lloraba, sin poder decir qué o quién la había atacado.

Con el tiempo, la herida sanó, pero dejó una cicatriz profunda, una marca que ha permanecido hasta el día de hoy. Después de tantos años, esa cicatriz sigue siendo visible, como un recordatorio de algo inexplicable que ocurrió en ese rancho lejano.

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⏰ Última actualización: Sep 27 ⏰

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