Todo está demasiado tranquilo..

2 2 0
                                    

Era una de esas noches en las que todo parece demasiado tranquilo, como si el silencio escondiera algo. Estaba en mi cuarto, leyendo para distraerme, pero no podía sacudirme una sensación extraña que me erizaba la piel. Sentía como si alguien o algo estuviera observándome. Intenté ignorarlo, pero entonces, lo escuché. Un rasguño, suave al principio, apenas un roce en la ventana.

Mi corazón se aceleró, pero intenté convencerme de que era el viento, aunque en el fondo sabía que no lo era. El sonido se repitió, más fuerte y más insistente. Me levanté, con las piernas temblorosas, y me acerqué a la ventana. Las cortinas apenas se movían con mi respiración agitada. Las corrí de golpe, y lo vi.

Un perro. Grande, negro como la noche, con el pelaje enmarañado y sus ojos brillando de una manera imposible. Pero lo más aterrador no era su aspecto, sino cómo me miraba. No era una mirada de curiosidad o agresión, era... inteligente, como si entendiera más de lo que debería. Sentí un escalofrío recorrerme cuando nuestros ojos se encontraron, como si ese animal estuviera escarbando dentro de mi mente, jugando con mis miedos más profundos.

Mi instinto me decía que diera un paso atrás, pero no podía moverme. Entonces, el perro hizo algo que me paralizó de terror. Lentamente, muy lentamente, abrió la boca y... sonrió. No era una sonrisa animal. Era una sonrisa grotesca, estirada, que parecía un intento cruel y antinatural de imitar una sonrisa humana. Los dientes brillaban bajo la luz tenue, afilados y desiguales, y esa mueca deformada solo aumentaba la pesadilla.

Quise correr, gritar, pero mi cuerpo no me respondía. Solo podía mirar cómo el perro, inmóvil pero aterradoramente consciente, seguía sonriendo. Mi respiración se volvió más rápida, más desesperada, y mis manos temblaban mientras retrocedía lentamente, sin quitarle los ojos de encima.

De repente, el perro inclinó ligeramente la cabeza, como si estuviera disfrutando de mi terror. Sentí que el aire a mi alrededor se volvía denso, pesado, como si algo mucho más oscuro que esa criatura estuviera llenando la habitación. Sin previo aviso, el perro desapareció, como si nunca hubiera estado ahí. Pero lo peor fue lo que quedó. El eco de una risa, baja, gutural, que resonaba en mi cabeza, como si alguien-o algo-estuviera todavía en la oscuridad, vigilándome.

Esa noche, supe que no estaba solo, y que lo que me había mirado desde la ventana volvería. Tal vez, la próxima vez, no solo para observar.

La Maldición..Donde viven las historias. Descúbrelo ahora