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EMMA CAMERON.

Desde luego la llegada a Outer Banks no había sido fácil. El haber tenido que enterrar, a tantos kilómetros de casa, a Big John y haber dejado en la montaña a Ward había sido de las cosas más difíciles a las que había tenido que enfrentarme en toda mi vida.

El tiempo estaba tranquilo en la isla cuando llegamos. Los primeros rayos de sol ya se dejaban ver y las calles comenzaban a llenarse de trabajadores y estudiantes, de madrugadores, de runners y de abuelitos que iban a hacer la compra a primera hora.

Me separé de mis amigos al poco de llegar. Cleo y Pope se fueron a buscar a los padres de éste; Kiara a los suyos, que desde luego no será fácil el encuentro ni la conversación después de escaparse del campamento en el que la habían metido (no quisiera ser ella en estos momentos). Tampoco desearía ser Sarah y JB; no sé que harían, simplemente desaparecieron. Si había hablado con mi hermana ("hermana") durante el viaje sobre qué hacer con el tema de Ward, cómo decírselo a Rafe, Wheezie y a Rose... No llegamos a nada. Estaba demasiado afectada cómo para hablar de ello.

Y yo también, para qué engañarnos.

JJ también desapareció. Supongo que se iría a su casa, o lo que quedase de ella. Me preguntó si quería que se quedara conmigo, lógicamente le dije que no. Me insistió en que no le importaba pero mi decisión era sólida. Era la última persona en la que pensaba en estos momentos.

Tampoco iba a estar sola. Sabía lo que tenía que hacer. Debía cumplir una promesa.

— Croqueta. Ay, croqueta. Tiene' que estar muy sabrosa en la boca que te meta'. Ay, croqueta. Ay, Vicente. Con el interior cremoso y el exterior muy crujiente. Aay, no nai no... —

— ¿Lucía? —

La chica se gira hacía mi dirección cuando entro por la puerta del patio trasero. Abre los ojos de par en par y esboza una sonrisa de oreja a oreja. Suelta un chillido con los ojos aguados y deja la mezcla de bechamel con jamón, o cecina, o lo que sea que le estuviera poniendo a la croqueta, y viene corriendo a abrazarme.

— ¡No te creo! —

Me abraza sin poner las manos sobre mi cuerpo, a consciencia de que tiene restos de mezcla en sus manos. Da unos saltitos tan característicos de ella sin dejar de estrujarme y yo escondo la cabeza en su cuello mientras la sigo el ritmo de los saltitos.

— ¡Ay! Qué no te quiero manchar — me dice alejándose

— Da igual. Estoy hecha unos zorros —

— La verdad — bromea y le doy un golpecito en el hombre — ¡No me puedo creer que ya estés aquí! — vuelve a abrazarme

Los días van pasando.
Las semanas van pasando.
Los meses van pasando y siento que nada mejora.

Lucía, Adrián y sus padres tuvieron que volver a España poco después de nuestra vuelta. Les había contado todo lo sucedido, todo, y desde entonces no habían hecho otra cosa que apoyarme. A mí y a los Pogues. Luis, cómo abogado, se había encargado de ayudarnos a manejar todo este tema del descubrimiento de El Dorado, también con el tema de la herencia de Ward.

Desde que se había hecho pública la noticia del tesoro, gente que nunca nos había dirigido la mirada, Kooks que nos habían mirado siempre por encima del hombro, agentes de policía que no habían hecho otra cosa que hacernos la vida aún más imposible, nos felicitaban. Ahora, con el peso de un descubrimiento arqueológico a nuestras espaldas, nos felicitaban cuando nos veían por la calle, nos alababan y nos daban golpecitos en la espalda cuando nunca había sido así.

Todos los meses viajo a España, a casa de Lucía, para distraerme del asfixiante ambiente de Outer Banks. Suelo quedarme una semana, cómo mucho dos, porque tampoco quiero ser una carga para Carmen y Luis. Aunque ellos digan que están encantados de tenerme allí, que les recordaba a los viejos tiempos cuando estaba de Erasmus.

Cuando llegué a Leganés me encontré con los gemelos, Leire y Jaime, los hermanos pequeños de Lucía y Adrián de 6 años. Siempre bromeábamos con que solo traían gemelos o mellizos al mundo y que tuvieran cuidado en su próximo aniversario.

Carmen y Luis iban a hacer 30 años de casados e irían a celebrarlo a Estocolmo, un viaje que tenían pensado hace mucho pero que nunca habían organizado.

Durante ese mes no fui a España, me quede en Outer Banks, haciendo vida normal cómo podía. Si antes de El Dorado ya estaba distanciada de los Pogues, ahora que no encontraba el rumbo de mi vida, aún más.

De vez en cuando salía con Cleo y Pope a dar una vuelta, a cenar o a pescar, pero estaban empezando una relación y lo último que quería era ser sujetavelas o que no pudieran disfrutar de ese tiempo tan mágico cómo lo era los primeros meses de una relación.

Sarah y John B también seguían juntos, superando a la vez la muerte de sus padres. Pero lo hacían juntos, supongo que así es más llevadero.

Para sorpresa de nadie, o bueno, para mi no, JJ y Kiara también estaban juntos. A los demás les habían sorprendido, a veces Pope, sin mala intención, me comentaba que siempre pensó que JJ y yo volveríamos juntos, que el amor que nos teníamos era muy puro, y que no se explicaba cómo había pasado. Dejo de hablar de ellos cuando rompí a llorar de la impotencia, rabia y tristeza que me provocaba toda esta situación. Porque aunque no estuviéramos juntos y le tuviera un rencor increíble seguía enamorada de JJ hasta las trancas.

Era algo inexplicable, le veía trabajando en la tienda de surf que había abierto, le veía en fotos y vídeos que ya borré hace tiempo porque no me venían bien, le veía simplemente en la playa, y mi corazón se detenía o le daba un ataque de nervios (depende del día). Mis piernas caminaban inconscientemente hacía él con la necesidad de escucharle, de mirarle y que me dijera que seguía sintiéndose igual que yo. Pero entonces solía entrar Kiara en escena y sentía un dolor tan agudo que alguna vez me pensé que estaba sufriendo un infarto; cuando no aparecía ella simplemente el rencor por todo el daño que me había ocasionado me detenía y me planteaba dos opciones: o irme o estrangularle con lo primero que pillase. Nunca me acerque más a él, ni para decirle lo mucho que lo odiaba o para hablar de tiempo.

Lo observaba a la distancia con el corazón en un puño y el móvil en el otro, con el número de la ambulancia marcado.
Alguna vez ha intentado hablar conmigo. Siempre he salido corriendo. No soportaba estar a menos de 5 metros de él. Me ardía toda la piel, el pecho, la garganta...

Hasta ese día.

Outer Banks                                                         [JJ Maybank]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora