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EMMA CAMERON.

En cuanto me quedé sola en la habitación y comprendí que no iba a poder escaparme de ninguna forma, me di una ducha. Y de verdad, que fue la ducha más buena que me había dado en la vida. Había conseguido, después de casi una hora, quitarme toda la suciedad, la arena, la sal... Me quedé nueva, después de tantas semanas.

Dejé que mi pelo se secará al aire para que pudiera tener las ligeras ondas naturales que salen de él. Me encaminé al armario y puse todos los vestidos sobre la cama, miré las tallas y me los probé hasta que di con el indicado.

Era un vestido de seda de color rojo. Tenía un escote cruzado y una pequeña abertura en la pierna izquierda. Me quedaba perfecto, bien pegado a mi cuerpo donde tenía que pegarse y suelto donde tenía que quedarse suelto para marcar a la perfección mis curvas. Ese color rojo resaltaba en mi piel morena y mi pelo rubio. Me calcé unos tacones de agujas negros y me tiré a la cama a esperar a que alguien viniera a por mí o algo.

Llamaron a la puerta y la mujer del servicio que me había recibido de manera desagradable entro en el cuarto, con la misma cara de vieja saboría que tenía.

— Está listo — me dijo

Bajamos las largas escaleras de madera en completo silencio. Solo se escuchaban nuestros pasos, algunas voces fuera de la mansión y las campanadas de la iglesia, no muy lejos de aquí. Me retorcía los dedos nerviosa y daba vueltas a las pulseras en mi muñeca. Tenía el corazón a mil, me dolía la cabeza y el cuerpo me seguía pesando. Llevaba sin comer en condiciones días, tampoco pegaba ojo, y después del día que llevaba sentía que podría desmayarme en cualquier momento.

La mujer me señaló un cuarto para que entrará. Dudé unos segundos pero finalmente planté mi pie derecho en el suelo de aquella habitación. Al hacerlo y mirar alrededor me encontré con la figura de un hombre. Era alto, de tez clara, iba rapado al 1. Su grande y, lo que parecía, fuerte espalda, iba cubierta por una blazer de un azul aqua bastante bonito.

— Disculpe... — balbuceé nerviosa

Éste se dio la vuelta y ahí estaba. Se giró sonriente pero en seguida cambio la sonrisa con una expresión totalmente neutral. Sus ojos azules me miraron atentos mientras recorría todo mi cuerpo.

La sensación que tenía antes de desmayo no tenía nada que ver a la de ahora. Ahora de verdad iba a desmayarme.

El corazón en la garganta, bombeando sangre sin control. Las piernas y las manos temblándome, sentía las piernas de gelatina en este momento.

Sentí como mi cuerpo se iba para un lado, pero lo controlé caminando lo más furiosa que pude hacía él. De pronto todos los recuerdos me vinieron y mi expresión confusas y, muy probable, asustada cambio a una totalmente enfadada y que podría perfectamente animarme a darle un puñetazo.

— Sabía que Ward y tú estabais detrás de esto — escupí parándome a unos metros de él

— ¿De qué hablas? — se acercó enseguida a mí con el ceño fruncido — ¿Estás intentando meterte en mi trato? —

— ¿Perdona? — murmuré dando un pasó a tras cuando reducía toda la distancia que nos separaba

Su aroma a jengibre con naranja y brisa marina me inundó. Le miré empanada mientras el me miraba a mí hasta que una voz nos saco del trance.

— Me preguntaba si saltarían chispas entre vosotros dos —

— ¿Tú quién eres? — le preguntó Rafe

— ¿Yo? Me llamo Carlos Singh — señaló a Rafe con el dedo índice y una gran sonrisa en su rostro — Un placer conocerle, señor Cameron. Y, señorita Cameron, me disculpo por haberla traído de un modo tan brusco. Pero, por favor, vengan. Siéntense. Vengan, no muerdo —

Outer Banks                                                         [JJ Maybank]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora