Capítulo 4: Ataque en el tren

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-¡Crista!-gritó Heben con pánico abalanzándose sobre el monstruo que se cernía sobre ella, con su gran pecho, patas musculosas y orejas en punta sobre su cabeza de gran cráneo.

Él golpeó a la bestia sobre el lomo y al no haber resultado comenzó a elevarlo sobre el aire, descubriendo que Crista había recibido una mordida en su hombro, de donde brotaba gran cantidad de sangre. Lanzó al Monsexperime hacia una pared y se dirigió hacia ella, rasgando parte de su remera y la anudó a su hombro como una venda para aminorar la sangre.

Crista se sentía con mucho dolor, pero por el momento podía pensar con un poco de lucidez descubriendo que podía curar parte de su herida con un poco de agua.

-Necesito agua-le pidió a Heben y él la miró comprendiendo. Luego, la tomó entre brazos justo cuando el animal comenzaba a levantarse y otros amenazaban con entrar por las ventanas.

Varios gritos de personas se escuchaban dentro del tren y algunos comenzaron a salir al pasillo. Aquellas personas se encontraban en el otro vagón y comenzaron a mirar a Crista y a Heben desde el vidrio de la puerta al otro lado sin entender que sucedía.

-¡Pobre niña!-inquirió una mujer mirándola con horror pegando su cara al vidrio.

-¿Qué sucedió?-preguntó un hombre adulto abriendo la puerta, pero Heben le grito que se quedara en el lugar.

-¡No vengan es peligroso!-les dijo y todos se quedaron estáticos cuando entró otro de los perros por la ventana y el que había sido desplazado por Heben volvía al ataque.

Él con desesperación y con una sola mano los elevó sobre el aire, mientras se retorcían como si estuvieran siendo apresados por una fuerza invisible y su puño comenzó a cerrarse aplastándolos con su fuerza de gravedad. Algo difícil y de lo que requería mucha energía, pero si no lo hacía Crista y él podían morir.

Los Monsexperime cayeron al piso aullando del dolor y Heben se dirigió a las personas que veían por el vidrio.

-¿Alguno tiene agua?-preguntó.

Otro perro estaba intentando entrar. Varias mujeres gritaron al momento, pues desde sus ventanas podían ver a los perros monstruosos acercarse al tren.

La mujer y el hombre mayor lo miraron con extrañeza al pedir algo tan tonto, cuando estaban siendo atacados por bestias.

Sin embargo, un hombre se abrió paso entre ellos y abriendo la puerta salió al pasillo junto con Heben y Crista con una cantimplora entre sus manos.

-Aquí tienes-le dijo entregándosela.

Heben estuvo a punto de decirle que volviera al otro lado, que era peligroso estar allí con ellos, pero al ver al hombre a la cara una sensación de familiaridad lo recorrió por entero y antes de que pudiera preguntar, el hombre estaba volviendo al vagón.

-G-gracias-llegó a balbucear, pero llegó a reaccionar-Espere ¿Usted es...?

-Nos veremos en otra ocasión-respondió el hombre dándole la espalda y levantando la mano en saludo, desapareciendo en el otro vagón.

Heben se lo quedó mirando, pero la toz de Crista lo despertó del ensueño. De repente, la depositó sobre el suelo y apoyó su cabeza en su brazo, aprovechando que aún el perro no había podido meterse al tren, aunque mucho tiempo no les quedaba.

-Aquí tienes-le dijo él acercándole el agua a la boca, pero Crista se negó y tomó la cantimplora, echando el agua en la herida.

Al momento, la sangre dejó de emanar y se convirtió en un cristal.

-¿Qué hiciste?

-Solo la congelé-explicó con dificultad-La sangre es en parte agua, por lo tanto congelé la que está cerca a la herida. Es algo que me mantendrá sin marearme por un rato, pero debemos derrotar a los perros rápido pues no resistiré mucho.

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