Heben dobló en la esquina tratando de no perder el equilibrio, persiguiendo el cabello negro que ondeaba con el viento y el destello azul de los ojos de Crista, mientras la perseguía. Debía admitir que era una chica rápida y ágil, y al parecer con muchas ganas de correr con aquel frío y a esas horas elevadas de la noche. Aunque, podía entender la furia y el dolor que ella estaría sintiendo.
Pasaron por la costa en su extensión hasta que ella decidió meterse por adentro de la ciudad, sin mirar los negocios o los restoranes. Solo quería estar lejos y correr hasta que no pudiera más.
Heben frunció la boca ante la tenacidad de Crista y se preguntó si realmente podía estar bien, pues le preocupaba que ni siquiera hubiera frenado para estar con él. Sino que seguía corriendo sin reparo.
Los músculos de él se tensaron y disminuyeron la velocidad, cuando la vio en el medio de la plaza entre las luces tratando de tomar aire.
Estaba inclinada y con las palmas de su manos sobre sus rodillas, jadeando.
Heben detuvo el paso rotundamente y se acercó con cautela, creyendo que ella podía escapar otra vez, pero se sorprendió al darse cuenta de no estaba tratando de respirar sino que estaba llorando.
Crista tenía la cara empapada y la boca fruncida, intentando reprimir los sollozos y los gritos de pena.
Heben sintió que su corazón se partía al medio, al ver eso. Cuantas veces él se había sentido así pero nunca lo había demostrado y ver reflejado un sufrimiento parecido en Crista lo hacía sentirse mal, realmente mal.
-Crista...-susurró este y posó una mano sobre su hombro.
Ella se irguió y apretó los puños mientras lloraba.
-¿Por qué?-preguntó de repente, sin importarle nada, con la cara inclinada hacia abajo y con la voz apenas audible-¿Por qué?-volvió a preguntar pero con un tono más claro y alto apretando los puños-¿Por qué ahora? ¿Por qué no antes cuando estaba sola? ¿Cuándo ella murió y no tenía con quien quedarme? ¿Por qué venir así de la nada y decirme sin vergüenza que tiene que hablar unos minutos, cuando no tuvo tiempo en diez y siete años? ¿Acaso no puede tener más que unos minutos? ¿Acaso tan insignificante soy en su vida? ¿Qué viene a decirme? ¿Qué es lo que quiere? ¿¡Por qué!?-gritó al final llena de amargura y frustración, y Heben se acercó para estrecharla entre brazos, posando su cabeza sobre su pecho, queriendo consolarla, hacer que su tristeza se disipara con ese abrazo, quería brindarle apoyo, hacer que se sintiera mejor, que no sufriera más.
-No lo sé...-dijo él sin saber qué hacer, queriendo llorar también.
¿Por qué? Se preguntó él también ¿Por qué aquella injusticia con Crista? Con ella que era una persona que no le hacía daño a nadie, que ayudaba a los demás y era dulce. Llena de amor. Y en ese momento, consumiéndose por dentro con tristeza, como un hielo que se derrite al fuego sin consuelo.
Crista aferró sus brazos alrededor de Heben empapándole la camisa con sus lágrimas, que salían sin parar seguida de gritos de dolor. Aquel dolor punzante, dentro de su pecho que aunque llorara y llorara no se iba, siendo un dolor horrible, intangible, difícil de curar.
Heben acarició su pelo y se mordió el labio con fuerza, sintiendo el gusto metálico de la sangre en su boca.
-Quiero que se valla...-susurró y Heben pensó que se trataba de su padre, pero luego ella agregó-Quiero que este dolor se valla, no lo aguanto Heben-Suplicó entre sollozos. Su voz se quebraba más y más a cada instante, y él se sentía completamente horrible por no poder ayudarla-Ya sufrí su abandono. Lo extrañe tanto, lo lloré tanto y me enojé tanto ¿Qué sentido tiene ahora? ¿Cuándo ya soy grande? ¿Cuándo no lo necesito como lo necesite antes? ¿Cuándo pasaron tantos días del padre, tantos actos escolares, tantas funciones en el circo, tanto dolor con la muerte de mi madre, tantas noches sin saber de él, sin saber si estaba vivo, muerto, en coma o como un cadáver en un río? ¿Cuál puede ser el motivo? No lo entiendo...-su voz se quebró y sus lágrimas se hicieron menos audibles. Ella comenzaba a calmarse, pero el dolor seguiría. Allí, clavado en el medio del pecho como una angustia que no podría salir nunca, sin ninguna cura.
-No lo sé...-volvió a repetir Heben y cuando Crista se calmó por completo, soltó sus manos y la separó a unos centímetros de ella.
Crista lo miró y él le secó las lágrimas con el dorso de su camisa. Ella se dejó, serena y sabiendo que no había solución, cerrando los ojos y sin emitir palabra. Y pensó que aquello era muy triste y que Heben era muy bueno. No era justo que lo hiciera cargar a Heben con aquel dolor suyo, cuando, además, él también tenía el propio.
Bajó las manos pero ella se las tomó sin cambiar la expresión. Lamentablemente, no tenía ningún deseo de sonreír.
-Lamento esto, Heben-susurró.
Y él la miró con comprensión. Posó su mano cálida y grande sobre su mejilla y ella se inclinó ante su tacto.
-No tienes por qué disculparte-acarició su mejilla y volvió a abrazarla, acunando su cabeza en el hueco de su hombro.
Acarició su cabello y ella suspiró.
-No quiero volver-dijo sintiéndose caprichosa, pero realmente no podía. Si llegaba a volver en ese momento... No soportaría verlo. Primero, necesitaba calmarse, y luego, tal vez lo haría. Aunque, no sabía si estaba dispuesta a escucharlo.
Heben asintió sobre su cabeza y le besó la frente con dulzura.
-Para eso están los bancos de las plazas-exclamó tratando de bromear y Crista sonrió levemente, ante el esfuerzo que él hacía para hacerle sentir mejor. Al fin y al cabo, Heben debía esforzarse el doble de lo normal para poder hacerlo.
-Tienes razón-cedió ella y los dos se sentaron en el banco.
Ella apoyó su cabeza en su hombro y cerró los ojos.
Heben, miró las estrellas y tuvo ganas de llorar.
o-s
ESTÁS LEYENDO
Exilio
Ficção AdolescenteHeben y Crista escapan de Rosae Crucis hacia un nuevo destino teniendo en sus manos la piedra filosofal. Los dos comienzan con una nueva vida alejándose de sus amigos y sin poder mirar atrás...