Capítulo 30: Los enemigos

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Crista miró con los ojos como platos a Eiber, que corriendo como si su vida dependiera de ello, se acercaba escapando de unos cuerpos bestiales que a esas horas de la noche se veían como grandes sombras, con ojos rojos.

-Monsexperime...-gruñó Heben frunciendo la boca y tensionando los músculos de sus brazos, al apretar los puños.

-¿Monsexperime?-preguntó Idra sorprendida-¿Acaso Griselda decidió liberarlos?

Heben se volvió a ella extrañado. Sintiéndose extraño al tenerla cerca. Le pareció extraño el hecho de haber olvidado que Idra en algún momento había sido su compañera. Que los dos, en el pasado habían vivido juntos desde niños y en ese momento, la veía como una extraña, como si no hubiera pasado. Además, por alguna razón sus rasgos se veían más relajados y alegres, que antes. Pensó, finalmente, que era una chica bonita, a pesar de ser tan neurótica.

-No es la primera vez que aparecen-le dijo mirando por el rabillo del ojo a Eiber, que ya estaba allí con ellos. Los monstruos se habían detenido a unos metros y percibió que no estaban solos.

-¿En serio?-Idra se había posicionado igual que los demás-¿Ya los habías enfrentado?-siguió preguntando.

-Sí, en el tren-respondió Crista en lugar de Heben y miró a su padre y a sus amigos que escuchaban atentos-Son como pitbulls gigantes y pesados. No dejen que sus colmillos se acerquen a sus cuerpos. Desgarran la carne fácilmente-les advirtió y Almendra, al imaginarlo se estremeció de horror.

-Lo sé­-Idra no estaba feliz de que su aún enemiga le estuviera dando consejos. Luego, volvió la vista al frente.

-Aquí vienen y no son solo aquellas bestias-dijo Eiber interrumpiéndolas, mientras miraba con seriedad hacia el frente al percibir otras personas, además de la arpía que no había llegado a matar justo cuando uno de aquellos monstruos se había abalanzado sobre él.

Aaron y Feuer tomaron aire. Los demás, miraron al frente.

Los Monsexperime pisaron fuerte, depositando sus garras con aspereza sobre el asfalto de la calle desierta. Care se instó detrás de estos. Seis, contó Heben rápidamente.

Luego, un fogonazo de que los sorprendió alumbró varios metros en el cielo como un fuego artificial y vieron a un hombre de mediana edad, lleno de canas y con una expresión vacía, de ojos azules gastados y una mueca de pocas ganas de vivir. A su lado, una niña de cabello rubio, quizás diez años, ojos del mismo estilo, rodeados por unas pestañas negras espesas y un estilo tierno, que no coincidía con su expresión, que al momento pasaron al frente.

Un joven de cabello gris y ojos oscuros, vestido de negro y con rasgos conocidos por todos, lo siguió detrás como una sombra.

Desde el resplandor, que disminuyó unos segundos después, se apareció Griselda con una sonrisa lunática sentada sobre una columna de luz.

-¡Hola!-los saludó a todos, dejándolos mal parados ante aquella reacción.

Heben frunció el ceño al instante. Aquella mujer se había vuelto insufrible toda su vida, pero con la verdad en su mente, se había vuelto una carga que estaría a punto de desaparecer.

-Lo único que puedo rescatar de una loca como tú, es que por lo menos das la cara en una pelea-inquirió Eiber parándose al frente de los demás, protectoramente. Sí debía dar su vida, para proteger a los hijos de sus amigos y a los amigos de sus hijos lo haría.

Griselda sonrió como un gato ante el reproche y con una voltereta cayó limpiamente frente a sus nuevas adquisiciones.

-No puedo decir lo mismo de ti ¿O me equivoco, señor muy ocupado huyendo y no ayudando a sus amigos?-el leve fruncimiento del ceño del antiguo alquimista enloqueció por dentro a la piromaníaca, que sabiendo que era difícil irritarlo aquello representaba cierta victoria.

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