Heben y Crista miraron exhaustos la cantidad de gente que se congregaba a su alrededor, con las caras llenas de duda y espanto.
-¿De dónde salieron esas bestias?-le preguntó un señor mayor a Heben con cara de pocos amigos, mientras resguardaba a una niña de diez años detrás de sí, culpándolo por completo de la existencia de los monstruos.
Un murmullo comenzó a hacerse audible, mientras varias personas los miraban con desconfianza. Aunque, algunos niños comentaban que eran héroes y que los habían salvado, a la vez que muchos concordaban. La duda y el miedo persistían en el aire.
Heben apenas lo miró. Su cabeza le daba vueltas y Crista comenzó a gotear sangre llenando a la alfombra de esta.
Una mujer joven, de quizás unos treinta años se acercó hasta ellos con la cara llena de horror.
-¿Están bien?-les preguntó observando a Crista de cerca, quien comenzaba a desmayarse por la pérdida de sangre. Miró a Heben-Tranquilo, soy médica ¿Quieres que la examine?
Heben asintió agradecido, sin que su cabeza le diera tiempo a desconfiar, ya que Crista podía morir desangrada si nadie la atendía pronto y no podía permitirlo.
La mujer los llevó por el pasillo hacia el otro vagón, haciéndolos entrar a su camarote.
Para su suerte, ella viajaba sola y el camarote era más grande que en el que ellos se encontraban. La mujer puso una sábana sobre el asiento.
-Acuéstala aquí-le dijo ella a Heben y él acostó con cuidado a Crista, quien se había desmayado justo cuando ingresaban al camarote.
Él acarició su mejilla sintiéndose mal por haberla expuesto así y no haber podido pelear solo sin necesidad de que ella saliera tan lastimada.
La joven puso una mano sobre su hombro, algo que Heben apenas captó, bastante extraño en él, cuando apenas había soportado el contacto humano alguna vez, más que el de Crista. Quizás, aquella mujer le inspiraba algo de confianza o estaba demasiado cansado como para reaccionar.
-¿Puedo verla?
Él asintió y se lanzó hacia atrás. Sin poder evitarlo se sentó en el piso, con la cabeza dándole vueltas como un carrusel.
-Me llamo Nina, Nina Thais–le dijo a Heben dándose la vuelta mientras lo miraba con una sonrisa.
Él la observó detenidamente con una expresión amistosa, después de todo estaba examinando a Crista gratis. Estaba demasiado agradecido como para mostrarse frío. Además, Crista lo había hecho cambiar un poco en aquella desconfianza hacia los demás, al fin y al cabo, él había comenzado a confiar en alguien y ese alguien era ella.
La cara de Nina era bella y simpática. Una mujer de quizás, 1,60, nariz redonda y pequeña, tez clara, ojos avellana y cabello castaño corto por los hombros. Vestía un suéter marrón, debajo de una cazadora color arena y una pollera larga debajo de las rodillas de un color marrón claro. Llevaba unos zapatos oscuros de estilete.
Un poco antigua para su edad, pensó Heben sin prestarle mucha atención.
-Soy Heben-le dijo él intentando mostrarse tranquilo.
-Un gusto, Heben.
Al momento, Nina sacó un botiquín de primeros auxilios. Tomó un frasco de agua oxigenada de 10 volúmenes y unas gasas. Limpió las heridas de Crista con sumo cuidado, hasta dejarlas completamente limpias.
Luego, echó un líquido ambarino sobre ellas y las vendó con tranquilidad, tarareando alguna canción que debía ser famosa en su época como adolescente, supuso Heben por la tonalidad pegajosa y alegre, que parecía volverse nostálgica a cada segundo. No podía saber si era así la canción o Nina era quien le daba ese toque, quizás por algún recuerdo lejano proyectado en ella.
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Exilio
Teen FictionHeben y Crista escapan de Rosae Crucis hacia un nuevo destino teniendo en sus manos la piedra filosofal. Los dos comienzan con una nueva vida alejándose de sus amigos y sin poder mirar atrás...