Capítulo 27: Damián

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Rebecca Armstrong

Había sido demasiado. Estar allí, rodeada de gente que no conocía y de caras sonrientes, me hacía sentir fuera de lugar. Mientras Sam y Freen hablaban con esa seguridad, esa conexión que compartían, algo en mi interior se rompió. Me dolía tanto verlas así, como si no hubiera pasado nada, como si el mundo estuviera bien. Pero no lo estaba. No para mí.

Cuando Sam le pasó el micrófono a Freen, no pude soportarlo más. El modo en que se miraban, la complicidad entre ellas, me recordó a Richie. A las miradas que compartimos tantas veces, cuando ni siquiera necesitábamos hablar para entendernos. Él siempre sabía lo que yo pensaba, lo que sentía. Y ahora no estaba. Y todo por culpa de Sam. Ese pensamiento se repetía en mi mente, una y otra vez, como un martilleo constante. Sam lo había alejado de mí. Sam lo había apartado de mi vida.

Me levanté antes de que pudiera llorar frente a todos. Nadie se daría cuenta de que me había ido. Caminé sin rumbo fijo, sin importarme a dónde iba. Solo quería escapar. Mis pies me llevaron hasta un pequeño banco cerca del lago. El agua era cristalina, y la luna llena se reflejaba en ella, brillante y serena. Me senté, abrazándome a mí misma mientras el frío de la noche me envolvía.

Y entonces, las lágrimas llegaron. Silenciosas al principio, pero pronto se convirtieron en un torrente imparable. No solo lloraba por Richie, aunque su pérdida era un agujero que nunca se llenaría. Lloraba por todo lo que había perdido, por todo lo que Sam me había arrebatado.

La imagen de Richie y yo, de nuestros momentos juntos, seguía apareciendo en mi mente. Sus risas, nuestras bromas internas, esa conexión que solo los hermanos compartimos. Y ahora, ella lo tenía todo. Sam tenía a Freen, tenía una vida que continuaba, mientras la mía se había quedado estancada en el dolor, en el vacío.

Cada vez que cerraba los ojos, veía sus sonrisas, su felicidad. Era como si el universo quisiera restregármelo en la cara. ¿Cómo podía Sam estar tan tranquila? ¿Cómo podía estar tan feliz cuando todo lo que había hecho era destruirme?

Mis lágrimas caían más rápido, llenas de rabia y tristeza. Quería gritar. Quería culparla por todo. Pero no podía. Solo podía sentarme allí, mirando la luna reflejada en el lago, preguntándome por qué las cosas habían salido así.

No sabía cuánto tiempo había estado allí, sumida en mis pensamientos, hasta que una pequeña mano se posó en mi brazo, sacándome de golpe de esa burbuja de dolor en la que me encontraba. Me asusté al principio, pero al ver al pequeño niño de pie junto a mí, con sus grandes ojos mirándome con curiosidad, me tranquilicé.

Miré a mi alrededor, esperando ver a alguien más, pero no había nadie cerca. Lo miré de nuevo, algo confundida. —¿Qué haces aquí solo? —le pregunté con suavidad.

El niño bajó la cabeza, avergonzado, y empezó a juguetear con sus pequeños dedos antes de responder en voz baja, —Salí a explorar... y sin querer terminé aquí.

Asentí, sin saber muy bien qué decir. Era extraño, pero no podía dejarlo allí. —¿Y dónde están tus padres? —volví a preguntar, aunque en cuanto las palabras salieron de mi boca, me di cuenta de que podría haber cometido un error.

El niño levantó la cabeza solo un poco, lo suficiente para que pudiera ver cómo sus ojos brillaban con tristeza. —No tengo... Vivo en el orfanato que está en el pueblo.

El sentimiento de culpa me golpeó como una ráfaga de viento helado. No debía haber preguntado. Me levanté del banco y tomé suavemente su mano. —Bueno, entonces será mejor que volvamos, ¿no crees?

Él asintió sin decir nada, y comenzamos a caminar juntos, en silencio, a través del sendero iluminado por la luz de la luna. El sonido de la fiesta era distante, como si perteneciera a otro mundo, uno del que no formaba parte en ese momento.

Caminamos un rato antes de que el niño rompiera el silencio, mirándome con esos ojos llenos de inocencia. —¿Cómo te llamas?

Sonreí levemente, algo distraída por el momento, pero me obligué a responder. —Me llamo Rebecca... Pero todos me dicen Becky.

El niño asintió como si comprendiera algo muy importante. —Yo me llamo Damián.

El nombre hizo que mi corazón se encogiera. Sonreí, pero era una sonrisa teñida de nostalgia. —A mi hermano le hubiera encantado tu nombre... Muchas veces dijo que le pondría a su primer hijo varón Damián.

El niño me miró, su cabeza ladeada con curiosidad infantil. —¿Dónde está él?

Sentí que mi corazón se hundía. La pregunta era sencilla, pero la respuesta no lo era. Respiré hondo antes de decirlo, intentando que no me temblara la voz. —Está muerto.

El niño no dijo nada después de eso, y yo tampoco. Caminamos en silencio de nuevo, el peso de mis palabras colgando en el aire entre nosotros. Fue solo cuando llegamos nuevamente a la fiesta que el niño me soltó la mano y se despidió con un simple —Adiós, Becky.

Antes de que pudiera responder, algo me impulsó a preguntarle: —¿Cuántos años tienes, Damián?

Él me sonrió desde la distancia y gritó alegremente, —¡Tres! —antes de perderse entre la multitud, como si nunca hubiera estado allí.

Sonreí mientras caminaba de vuelta a la fiesta, la pequeña conversación con Damián me había sacado, aunque fuera por un breve instante, del torbellino de emociones que me había invadido. Pero aún sentía el nudo en el pecho, esa mezcla de tristeza y enojo que no me dejaba tranquila. Tal vez no había sido la mejor idea irme sin avisarle a Freen, pero en ese momento solo necesitaba estar sola, lejos de toda esa gente, lejos de Sam y Freen.

Mientras caminaba por el jardín, mis ojos encontraron a Freen saliendo de la casa principal. Mi corazón dio un vuelco al verla. Todo lo que quería en ese momento era acercarme a ella, pedirle perdón por habérmelo llevado y decirle que necesitaba hablar. Pero antes de que pudiera dar un paso, vi cómo un chico se acercaba y la tomaba del brazo.

Fruncí el ceño y me quedé parada, observando. ¿Qué estaba pasando? No podía ver sus expresiones desde ahí, pero su contacto con Freen no era algo que me agradara. El chico la guiaba hacia la casa otra vez, como si estuvieran en medio de una conversación importante. Me sentí incómoda, y una ola de incertidumbre me recorrió. Sin pensarlo, me dirigí hacia la sala, donde los buscaba.

El bullicio de la fiesta me rodeaba, pero me sentía cada vez más perdida. Entré a la sala, y ahí no los encontré. Busqué por todos lados, hasta que vi la puerta de la oficina entreabierta. Una sensación de incomodidad se apoderó de mí, pero también la curiosidad. Sabía que no estaba bien espiar, pero la tentación de saber qué estaban hablando me pudo más.

Me escondí detrás de la puerta, con el corazón acelerado, mientras mi mente trataba de procesar la imagen del chico tocando a Freen. No era algo normal, y lo que más me preocupaba era que Freen no me había contado nada de él.

Entonces escuché la voz del chico, su tono impaciente:

—Freen, necesitamos hablar.

Un escalofrío recorrió mi espalda. ¿Qué tipo de conversación necesitaban tener? ¿Por qué no había mencionado a este chico antes? Me fruncí más, tratando de escuchar mejor, pero la incertidumbre me llenaba de dudas. ¿Por qué me sentía tan intrusa?

Entre La Venganza Y El AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora