Capítulo 28: Kuea

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Sarocha Chankimha

Sentí cómo la sangre me hervía en cuanto Kuea me tomó del brazo. Su toque me provocaba un repudio indescriptible, pero también me llenaba de miedo. No lo había visto en años, y nunca esperé volver a encontrarme con él, mucho menos aquí, en mi propia hacienda. Su presencia me descolocaba por completo, pero no iba a dejar que lo notara.

—¿Con qué derecho te atreves a poner un pie aquí? —le espeté, tratando de sonar más firme de lo que realmente me sentía. —¿Cómo sabes que vivo aquí?

Él sonrió, esa sonrisa cínica que siempre me ponía los nervios de punta.

—No es tan complicado, Freen. Es tan fácil como buscar 'Chankimha' en Google —dijo, dando un paso hacia mí.

Retrocedí instintivamente, pero mi cuerpo estaba tenso. No iba a permitir que me controlara como lo había hecho antes. Aunque las palabras se me atoraban en la garganta, no podía dejar que me viera débil.

—¿Qué haces aquí, Kuea? —pregunté, mi voz traicionándome con un temblor que odié.

Él volvió a sonreír, y antes de que pudiera reaccionar, me tomó de la muñeca con fuerza, jalándome hacia él. Lo sentí demasiado cerca, su aliento cálido en mi piel, y la sensación de estar atrapada me hizo querer gritar.

—Te extraño —susurró, y su voz me dio náuseas.

Intenté liberarme, pero su agarre era demasiado fuerte. Me esforzaba por no mostrar el miedo que me estaba carcomiendo por dentro.

—Eres un asco —logré decir, apretando los dientes.

Kuea me miró con esa frialdad que conocía demasiado bien. Sus dedos rozaron mis labios de una manera repulsiva, como si tuviera derecho sobre mí, como si aún pensara que me controlaba.

—Eso no es lo que decías cuando hacíamos el amor —dijo, con su voz suave y calculadora.

Aparté mi rostro bruscamente, sintiendo cómo la rabia me quemaba el pecho.

—Eso no era hacer el amor, Kuea. Solo fue una manera de sacarte la calentura —respondí, con asco en cada palabra.

Él me soltó de golpe, empujándome con suficiente fuerza para hacerme tambalear. Me sostuvo la mirada, sus ojos llenos de esa frialdad que siempre me había asustado. Sabía que ahora vendría lo peor.

—Necesito dinero —dijo con una calma inquietante—. Al menos doscientos mil dólares.

Lo miré con incredulidad y odio.

—No pienso darte ni un centavo.

Kuea sonrió, pero ya no era una sonrisa cínica. Era una sonrisa que escondía algo mucho más oscuro. Se acercó un poco más, lo suficiente para que solo yo pudiera oírlo.

—Si no me das el dinero, tu hermana y Rebecca van a enterarse de la verdadera razón por la que volviste a Tailandia —amenazó, su tono bajo y cruel.

Mi corazón se detuvo un segundo. La idea de que ese hombre supiera algo que pudiera arruinar todo lo que había logrado, todo lo que tenía con Becky... No podía permitírselo.

—Pero si no puedes dármelo, me conformo con bajarte la tarifa a cambio de otra cosa—. Sentí el asco recorriéndome la piel cuando Kuea me lanzó esa mirada lujuriosa, recorriendo mi cuerpo como si tuviera algún derecho sobre él. Mi garganta se cerraba, y todo lo que quería era salir corriendo, pero me forcé a levantar la cabeza, a no dejar que viera lo rota que me hacía sentir.

—Te daré el dinero —dije, obligando a mi voz a sonar firme—, pero a cambio, te vas. Y me dejas en paz, para siempre.

Kuea me miró con esa sonrisa burlona que siempre había odiado. Sabía que tenía el poder en ese momento, y le gustaba jugar con eso. Se acercó un paso más, invadiendo mi espacio personal de una forma que me hacía querer retroceder, pero me quedé inmóvil.

—Está bien —dijo finalmente, fingiendo resignación—. Cumpliré tu deseo.

Dicho eso, se dio media vuelta y salió del despacho como si nada hubiera pasado. Lo vi desaparecer, y de repente sentí el peso de lo que acababa de suceder aplastándome. Las piernas me temblaban, el estómago me daba vueltas, y las lágrimas quemaban mis ojos, pero no podía llorar. No aquí, no ahora.

El miedo de que Sam o Becky descubrieran lo que había ocurrido, lo que Kuea sabía, me hizo sentir un nudo en la garganta. No podía decepcionarlas. Pensar en lo que Becky diría, en la mirada de desilusión en sus ojos, me revolvía el estómago.

Me quedé un rato más en la oficina, intentando recuperar la calma. Respiré profundo, una y otra vez, hasta que el temblor en mis manos empezó a disminuir. Me obligué a acomodar mi cabello, a alisar mi vestido, y a poner esa sonrisa falsa que había aprendido a usar en situaciones así. Tenía que ser fuerte, al menos por esta noche.

Salí de la casa principal con la sonrisa pintada en el rostro, buscando a Becky entre la multitud. En cuanto la vi, una pequeña parte de mí se sintió aliviada. Ella siempre me hacía sentir mejor, aunque no supiera lo que pasaba por mi cabeza. Caminé hacia ella, y sin decir nada, la abracé. Necesitaba sentir su calidez, aunque fuera solo por un momento.

—¿Estás bien? —me preguntó, mirándome con esa preocupación que me hacía sentir querida.

Asentí, sin poder decir mucho más. No quería preocuparla, no quería que supiera todo lo que estaba pasando dentro de mí.

—Solo estoy cansada —dije, forzando una pequeña sonrisa.

Becky soltó una risa suave y me envolvió con sus brazos, guiándome hacia nuestra habitación.

—Vamos, entonces. Te llevaré a descansar —dijo con esa dulzura que siempre lograba calmarme.

Me dejó caer con cuidado en la cama, como si fuera frágil, y me miró con una sonrisa coqueta.

—Me quedaré contigo a dormir —anunció, y no pude evitar sonrojarme ante la forma en que lo dijo.

Rápidamente cubrí mi rostro con las manos, sintiendo el calor subir por mis mejillas.

—¡Becky! —exclamé, tratando de ocultar mi nerviosismo.

Ella soltó una carcajada, su risa llena de vida resonando en la habitación.

—Tienes una mente muy traviesa, Freen. Solo vamos a dormir —dijo, divertida.

A pesar de la tensión que había sentido toda la noche, no pude evitar sonreír. Con Becky a mi lado, todo parecía un poco más llevadero, al menos por un rato.

Aquella noche, después de todo lo que había pasado, encontré un refugio en los brazos de Becky. Nos quedamos hablando durante un buen rato, su voz suave llenaba la habitación, calmándome poco a poco. No me importaba de qué habláramos, solo necesitaba escucharla, sentir que estaba ahí conmigo.

Ella me abrazaba con esa calidez que solo Becky podía darme, y aunque intentaba mantenerme despierta, el cansancio empezó a ganar. Sentí cómo mis párpados se volvían pesados, y poco a poco, las palabras de Becky comenzaron a desvanecerse en un murmullo lejano.

No recuerdo exactamente en qué momento me quedé dormida, solo que me sentí segura, envuelta en su abrazo, como si todo lo que había ocurrido antes se desvaneciera. Becky era mi ancla, la única que lograba hacerme sentir que, a pesar de todo, estaba bien.

Esa noche, mientras el mundo seguía girando fuera de mí habitación, encontré un momento de paz entre sus brazos, y me dejé llevar por el sueño.

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¿Cuál será ese secreto? 🤔

Entre La Venganza Y El AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora