Capítulo 30: ¿Demandarme?

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Durante toda la semana, observé a Freen actuar con un nerviosismo que no era habitual en ella. Se quedaba trabajando hasta tarde, y en más de una ocasión me evitaba. A veces, ni siquiera era capaz de sostenerme la mirada. El almuerzo que compartimos un par de días atrás fue un desastre; Freen apenas me miraba a los ojos, y aunque aquello me desesperaba, sabía perfectamente la razón. Todo lo que estaba ocurriendo entre nosotras no era algo que pudiera arreglarse con palabras o disculpas. No esta vez.

Aquella noche, Freen decidió quedarse en mi apartamento debido a la intensa lluvia. Era peligroso conducir hasta el pueblo, así que improvisamos una noche tranquila. Ella estaba sentada en el sofá, con el control remoto en la mano, decidiendo qué película íbamos a ver. Parecía un gesto inocente, casi normal, pero yo sabía que algo más estaba pasando por su cabeza. Suspiré antes de tomar las llaves del auto y dirigirme hacia la puerta.

—¿A dónde vas? —me preguntó Freen, levantando la vista.

Me giré hacia ella con una sonrisa fingida.

—Necesito unos papeles de la oficina —respondí, mintiendo con la naturalidad de quien lo hace desde hace tiempo—. Volveré en una hora, no te duermas.

Freen frunció el ceño, claramente desconfiada.

—¿No puedes ir mañana?

Negué con la cabeza, acercándome para besar su frente. Acaricié su rostro suavemente y añadí:

—Te traeré tu postre favorito.

Ella sonrió, aunque de forma débil, y asentí antes de salir del apartamento. En cuanto estuve fuera, la lluvia me golpeó con fuerza, pero no me importaba. Subí a mi auto y conduje por las calles vacías, atravesando la ciudad hasta llegar a las afueras. Tomé un camino que llevaba hasta un pequeño claro en medio del bosque, donde una cabaña solitaria se levantaba como un refugio aislado del mundo.

Aparqué el auto y entré en la cabaña. El calor del fuego me recibió, contrastando con el frío exterior. Apenas cerré la puerta, sentí unos brazos rodeándome, levantándome del suelo con facilidad. Solté una risa ligera y me giré para encontrarme con él: un hombre de traje negro, impecable y elegante como siempre. Me devolvió la sonrisa y susurró:

—El tiempo no parece afectarte, Becky.

—A ti tampoco —le respondí mientras me tomaba de la mano y me hacía girar como si estuviéramos en un baile improvisado. Ambos reímos con complicidad antes de que yo retomara mi tono serio—. ¿Hiciste lo que te pedí?

Él asintió.

—Está en el comedor.

Mi sonrisa se ensanchó y, sin añadir más, me dirigí hacia la puerta que daba al comedor. Al entrar, vi a dos hombres custodiando a alguien que estaba atado a una silla, con los ojos vendados y las manos amarradas. Alzando una ceja, los miré y rápidamente uno de ellos se acercó para quitarle la venda de los ojos al prisionero. Ambos guardias se retiraron en silencio, dejándome sola con él.

El hombre frente a mí, Kuea, estaba desorientado, pero en cuanto sus ojos me reconocieron, su expresión cambió de confusión a ira.

—¿Dónde estoy? —me preguntó con voz ronca.

Me acerqué lentamente, mis tacones resonando contra el suelo de madera, mientras una sonrisa se formaba en mis labios.

—Kuea —dije, saboreando su nombre—, vamos a hacer negocios.

Kuea me miró con una mezcla de confusión y desafío, intentando mantener la compostura. Con voz temblorosa, pero desafiante, me dijo:

—Puedo demandarte por secuestro, Rebecca.

Entre La Venganza Y El AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora