Capítulo 29: La Verdad Casi Sale A La Luz

179 40 4
                                    

Rebecca Armstrong

Me quedé en silencio, observando cómo Freen dormía profundamente sobre mi brazo, su respiración tranquila, sus facciones relajadas. Parecía tan frágil en ese momento, tan distinta a la Freen que todos conocían. Le dejé un beso suave en la frente, tratando de no despertarla, y con cuidado me deslicé fuera de la cama.

Sabía que lo que estaba a punto de hacer no era lo más sabio, pero había escuchado toda la conversación entre Freen y ese maldito de Kuea. Cada palabra, cada amenaza me había calado hondo, y no podía quedarme de brazos cruzados. No era justo que Freen cargara con todo ese miedo sola. No podía permitir que alguien como Kuea la tuviera en sus manos.

Salí de la habitación en silencio, bajando las escaleras de la hacienda con la mente a mil por hora. El aire fresco de la noche me golpeó el rostro al salir, y durante un instante me quedé ahí, rodeada por el sonido de las hojas movidas por la brisa y los grillos. Cerré los ojos por un momento, intentando calmar la rabia que hervía en mi pecho.

Saqué mi teléfono del bolsillo y fui directo al último número de mi lista de contactos. No era un número que usara a menudo, pero si alguien podía ayudarme, era él.

El teléfono sonó una vez, dos veces, hasta que una voz animada contestó al otro lado. —¡Becky! Qué sorpresa. Esto debe ser importante si me estás llamando, ¿qué necesitas? —dijo el hombre con un tono de broma.

Suspiré, sabiendo que estaba a punto de pedirle un favor que no sería fácil. —Sí, es importante. Necesito un favor, y no es algo pequeño —le respondí, mi voz sonaba más firme de lo que esperaba. La decisión ya estaba tomada.

---

La llamada ya había terminado. Me quedé en la oscuridad, mirando la luna, sintiendo el peso de lo que acababa de hacer. Era irónico, ¿no? Estaba buscando la tranquilidad de Freen, mientras yo misma planeaba destruirla. Sabía que lo que estaba haciendo no tenía justificación, pero ya era demasiado tarde para dar marcha atrás. Suspiré, reprendiendo a mi conciencia, y me dirigí de nuevo a la casa.

Al acercarme, noté una tenue luz saliendo del despacho. Me detuve en seco cuando vi una sombra moverse. Rápidamente me escondí detrás de la pared, mis músculos tensos, y observé con cuidado cómo Sam salía del despacho y cerraba la puerta con un largo suspiro. La vi subir las escaleras con pasos lentos. Algo en su manera de moverse me dijo que estaba agotada, pero no lo suficiente como para disipar mis sospechas. Quizás en esa oficina estaban las respuestas a mis preguntas.

Me acerqué a la puerta del despacho y, cuando intenté girar la perilla, descubrí que estaba cerrada con seguro. Frustrada, solté un suspiro. Con determinación, me quité la pinza del cabello, algo que jamás imaginé que haría en este tipo de situación, y la utilicé para forzar la cerradura. Después de unos minutos que parecieron eternos, escuché el suave clic de la cerradura abriéndose.

Sonreí para mis adentros, satisfecha con mi pequeña victoria. Entré con cautela y cerré la puerta tras de mí. La luz tenue de la luna apenas iluminaba la habitación, así que encendí la linterna de mi teléfono y comencé a buscar. Cada rincón, cada estante. No podía dejar ninguna pista sin revisar.

Después de un rato, me acerqué al escritorio. Me senté en la silla, abriendo uno a uno los cajones, sin encontrar nada realmente relevante. Hasta que intenté abrir uno que estaba cerrado con llave. Usé la misma pinza y, con un poco más de esfuerzo, lo abrí. Lo que encontré dentro me dejó paralizada.

Había una pequeña caja. La tomé con cuidado y la coloqué sobre el escritorio. Mi corazón latía con fuerza en mis oídos mientras la abría. Lo primero que vi fue una foto. Richie y Sam, felices. Apreté la foto en mi mano, sintiendo cómo la rabia subía por mi pecho. "Hipócrita," susurré, dejándola de lado. Pero lo que encontré después me heló la sangre.

Una prueba de embarazo. Y junto a ella, una ecografía.

El aire se me escapó de los pulmones. ¿Sam y Richie... habían tenido un hijo? Mis pensamientos se arremolinaban mientras observaba la fecha en la ecografía. Tres años atrás. Pero algo no cuadraba. Hace tres años, Richie estaba en Italia terminando su maestría. Las cuentas no salían, no había forma de que ese bebé fuera suyo.

Escuché pasos acercándose, y el pánico me golpeó. Rápidamente guardé todo en su lugar, tratando de dejar las cosas tal como las había encontrado. Miré hacia la ventana, la única salida posible. Con un movimiento rápido, la abrí y me deslicé por ella, cerrándola con cuidado detrás de mí. Mi corazón latía a mil por hora mientras caminaba sigilosamente por el jardín exterior, asegurándome de no hacer ningún ruido. Apenas había cerrado la ventana cuando escuché la puerta del despacho abrirse desde adentro. Me apresuré hacia la puerta principal, entrando de nuevo en la casa como si nada hubiera pasado.

Justo en ese momento, Sam salía del despacho cerrando la puerta detrás de ella. Me encontré cara a cara con ella, y por un segundo temí que pudiera notar algo extraño en mi rostro o en mi actitud.

—¿Qué hacías afuera? —preguntó, con el tono de alguien que no está especialmente preocupado pero que tiene curiosidad.

Me obligué a calmar mis nervios y respondí lo más firme que pude.

—Necesitaba tomar algo de aire. —Le sonreí, aunque por dentro no me sentía para nada tranquila.

Sam asintió, aparentemente satisfecha con mi respuesta.

—Será mejor que volvamos a la cama —dijo con una sonrisa cansada.

Le devolví una sonrisa forzada, y juntas subimos las escaleras hacia nuestras respectivas habitaciones. Mientras caminábamos, mi mente seguía atrapada en la imagen de esa ecografía. ¿Qué estaba pasando realmente? Sabía que esa verdad no podía quedarse oculta por mucho tiempo, pero también sabía que si la revelaba, las cosas jamás volverían a ser las mismas.

Me despedí de Sam con una sonrisa fingida y me dirigí a la habitación, mi mente aún atrapada en lo que había descubierto en el despacho. Al entrar, Freen seguía dormida, su respiración suave y acompasada llenaba la habitación. Una pequeña sonrisa se dibujó en mi rostro al verla así, tan tranquila, tan vulnerable. Pero rápidamente me obligué a borrarla. No podía permitirme perder de vista mi verdadero objetivo.

Con cuidado, me metí en la cama junto a ella. En ese momento.

—¿A dónde fuiste? —me preguntó en un susurro adormilado, moviéndose ligeramente.

Mi corazón se aceleró un poco, pero logré mantener la calma.

—Solo fui a tomar un poco de agua —respondí con suavidad.

Freen soltó un "mm" apenas audible y, antes de que pudiera decir algo más, se acurrucó contra mí, escondiendo su rostro en mi cuello y abrazándome por el abdomen. El calor de su cuerpo y la familiaridad de su gesto me desarmaron por completo. Sentí una pizca de culpa, una sensación que traté de ignorar pero que me abrumó por unos instantes.

—Freen... —la llamé en un tono suave, mi voz vacilante.

—¿Qué pasa? —respondió ella medio dormida.

Las palabras se quedaron atascadas en mi garganta. Estuve a punto de decirle todo, de confesarle mis verdaderas intenciones.

—Yo... te amo —es lo único que pude responder en un susurro.

—Yo también te amo. —respondió con una pequeña sonrisa sin abrir los ojos.

En menos de un minuto, volvió a quedarse profundamente dormida, mientras yo permanecía allí, inmóvil, procesando lo que casi acababa de hacer. Suspiré, sintiendo una presión en mi pecho. No podía creer que había estado tan cerca de confesarle todo. Estaba siendo débil, demasiado blanda. No podía permitirme eso. No ahora.

El amor que sentía por Freen no debía ser más grande que mi sed de venganza. No podía permitirme fallarle a Richie. Todo lo que estaba haciendo tenía un propósito, y ese propósito no podía verse empañado por momentos de debilidad. Cerré los ojos, recordándome que la justicia debía prevalecer, aunque eso me costara lo que más amaba.

Entre La Venganza Y El AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora