30

8 0 0
                                    

La verdad estaba allí, donde parecía no haber nada, en ese horizonte que se dilataba como la línea funesta de un electrocardiograma.

Collins presentía que la estaba viendo, de alguna forma. Y los hechos que lo llevaron hacia esa verdad se sucedieron en apenas unas horas: Abandonó la casa en la que murió Gregory, tratando de averiguar hasta dónde se extendía el descampado que la rodeaba, los surcos que eternamente esperaban a las semillas, las cercas que los vientos a cada rato intentaban derribar. Recorrió varios kilómetros. Detrás de la ventanilla de la furgoneta, el paisaje apenas cambiaba, pero luego empezó a ver algunas maquinarias agrícolas y una casilla, muy rústica, de esas que suelen usarse en los sembrados para guardar herramientas.

La casa que había abandonado estaba dentro de un espacio que no pertenecía a la dueña de esa casa. Extraño. Pero no valía la pena seguir pensando en esa casa, que los rusos ya habían allanado. Seguramente se habían llevado todas las evidencias. Pero ese territorio, el descampado, no había sido inspeccionado por ellos, quizá porque pertenecía a ellos o porque nadie perdería el tiempo indagando en un paisaje tan desértico.

Pero la verdad siempre había estado allí, a 27 kilómetros de aquella casa, porque esa larga cerca, que parecía interminable, terminaba en un lugar preciso. Había un punto en todo ese territorio en el que la continuidad de la cerca se conseguía gracias a una parte que podía ser desplazada, una tranquera, y en ese momento, cuando Collins la descubrió, estaba abierta y delante de ella había un rectángulo de tierra que apenas se destacaba en ese territorio.

Se detuvo allí. Bajó del vehículo. Empezó a caminar por esa imaginaria línea divisoria que separaba el terreno cercado del resto del mundo. Líneas, que estaban por todas partes, no siempre con una presencia visible y certera. Su vida también estaba siendo atravesada por una línea detrás de la cual comenzaría otra cosa, otra vida, otra manera de escapar y de sobrevivir.

Porque allí estaba la verdad. Sólo tuvo que buscar una pala en aquella casilla y cavar en ese cuadrado. Allí estaba el cuerpo de la mujer, con la placa policial.

Se comunicó inmediatamente con la policía y el oficial que se presentó en el lugar le dijo que la mujer se llamaba Gladys Dollan, que había sido parte del personal de cierta comisaría y amante del comisario César, y además la propietaria de la casa en la que había muerto Gregory.

Pero César, a su vez, habría tenido una relación secreta con otra mujer llamada Mel Harris, en cuyo departamento el comisario había hallado, cuando ésta desapareció durante un ruidoso incidente, una lista con 600 nombres, entre los cuales estaba también el del propio César. La letra fue identificada: era la de la doctora Dallas. Cuando la Dallas fue arrestada, se encontraron las huellas digitales de Mel Harris en casi todos los instrumentos de su laboratorio, y cierto compuesto, que fue analizado y cuya composición química coincidía perfectamente con el de un fármaco que, evidentemente, se estaba elaborando allí.

-Bien-siguió diciendo el oficial-, casualmente, casi 100 de los hombres mencionados en esa lista murieron, en idénticas circunstancias, y en todos se encontró rastros de este fármaco, o del compuesto a partir del cual se lo elaboraba. Pero nadie ha logrado apresar, ni siquiera localizar, a esa Mel, y la doctora Dallas también escapó del lugar en donde estaba detenida, presumiblemente gracias a alguien que logró acercarse a su celda sin que las cámaras de vigilancia ni los guardias lo detecten. Sin cruzar siquiera materialmente la entrada de la jefatura.

Entonces fue hacia el patrullero y regresó con una serie de hojas. Se las dio a Collins.

-Aquí tiene una copia de aquella lista-le dijo-, si le interesa conocerla.

Collins tomó las hojas, las leyó rápidamente y volvió a extraer de su bolsillo su teléfono celular para comunicarse con Decroch.

Así sucedieron los hechos, uno tras otro, en un instante que pudo haber durado horas o días, o sólo eso, un instante.

-Quédese con eso si quiere-le dijo finalmente el oficial luego de inspeccionar rápidamente el lugar-. Ya conozco esos nombres de memoria. Todos los patrulleros tienen alguna copia. Debemos prestarle atención a esas personas, a sus domicilios y lugares de trabajo. Todos hombres, y adultos. Bien, ya descubriremos por qué. ¿Y cómo supo que había un cuerpo aquí?

-Los agentes rusos suelen cavar fosas rectangulares-dijo Collins-. Típico de ellos. Si observa con atención, las distinguirá, principalmente en terrenos aparentemente descuidados, desprovistos de vegetación, sin viviendas cercanas. Donde parece no haber nada, allí suelen estar.

Después se aproximó a ellos una ambulancia. Subieron el cuerpo a ella y se fueron, y uno de los patrulleros policiales también se retiró de allí, pero el oficial y su vehículo se quedaron.

-Puede irse si quiere-le dijo a Collins-. Ya no hay nada que hacer aquí. Y llévese esa lista, ya le dije, tenemos muchas copias.

Su nombre estaba allí, claro. Tenía que estar. Y también el de César, dado que ella había trabajado en la sección de enfermería de la policía, bajo las órdenes de ese comisario, y también el nombre de Sean estaba allí porque en esa sección había sido su supervisor. Y también estaba el nombre del marido, obviamente, y el de sus "cómplices": Gregory, Oclam... Y había cientos de nombres más, todos pertenecientes a hombres que, de alguna u otra manera, habían lastimado a la doctora Dallas.

Su nombre estaba allí, y eso significaba que, probablemente, iba a ser asesinado. ¿Pero de qué manera? ¿Iba a morir como los otros, bajo las mismas circunstancias? ¿Y por qué, de ser así, no lo habían matado ya?

Tenía la impresión de que habían preparado para él una muerte especial, que él no era uno más en esa lista y por eso lo había dejado casi hasta el final. Casi hasta el final, porque Oclam quizá estaba vivo, y quizá también algunos más.

Pero le resultaba inevitable presentir que, si estaba vivo, era porque lo consideraban una especie de broche de oro en ese largo y complejo proceso de reivindicación.

Seguía creciendo, seguía avanzando. Collins lo presentía. Ella tenía la increíble habilidad de desplazarse a través de instituciones y autoridades, movimientos sociales y políticos, trepar como una hermosa enredadera por las irregularidades de nuestra civilización.

¿Pero hasta dónde había llegado? ¿Hasta el propio gobierno de los Estados Unidos o de Rusia?

Collins era un hombre prudente, y quizá por eso estaba vivo. Había rechazado las propuestas laborales del gobierno, y las propuestas sexuales de esa pelirroja que lo perseguía por todos lados. Se había refugiado en su alcázar de cristal y casi no salía de allí. Quizá intentaron tenderla una trampa, y él la eludió con el solo ejercicio de su manera de ser. Quizá no lo habían dejado para el final sino que los anteriores intentos de asesinarlo se frustraron.

Asesinarlo subrepticiamente, de tal manera que su muerte pueda ser atribuida a causas naturales. Porque nadie, en ese contexto histórico, se arriesgaría a entrar al Área y abrir fuego contra él. Había que ser discreto porque todos ellos eran científicos, políticos o periodistas reconocidos, y la muerte de cualquiera de ellos no pasaría inadvertida, y podía desatar una investigación tan rigurosa que se descubriría con ella la verdad, esa verdad que muchos no querían dar a conocer.

El atentado contra Bosh casi lo consigue. Fue un acto apresurado cuyas consecuencias aún no habían sido del todo controladas.

-Ya no me interesa-le respondió Collins, extendiendo la mano con la que sostenía las hojas, para que el oficial las tomara-. Me voy de aquí, que sea lo que Dios quiera. Lo que tenga que saberse, ya se sabrá, inevitablemente.

El oficial agarró las hojas y lo observó en silencio.

Collins caminó hacia su vehículo, arrastrando una serie de pensamientos que no llegaban nunca a una conclusión nítida.

Decroch también estaba mencionado, pero era evidente que su nombre en esa lista se debía a la necesidad de debilitar el entorno de Collins, y no porque Decroch hubiera merecido alguna vez el rencor de la doctora Dallas.

Y él tampoco había muerto, aunque Collins últimamente lo había notado bastante desmejorado.

Las flores del silencioWhere stories live. Discover now