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-¿Qué quiso decir con eso de que el plazo ya se ha cumplido?-preguntó Colt.

El motociclista, que dijo llamarse Borens, estaba sentado en una silla de madera, con las manos esposadas en sus espaldas, y, aunque tenía un acento notoriamente ruso, manejaba con absoluta facilidad el idioma de sus interlocutores.

-La contaminación ha llegado a un punto irreversible-respondió-. Porque después de un determinado tiempo la tercera variante muta naturalmente en otra peor, la cuarta, la que ya no puede ser detenida. Muchas de las terceras variantes no han regresado del cerebro humano tras verter en él su contenido, pero otras han proseguido su indefinido camino en el viento, y son éstas las que han alcanzado el cuarto estadio, y ya no necesitan de la planta para reproducirse porque lo hacen entre ellas mismas, en cualquier lugar del planeta, en cualquier circunstancia. En vano serán destruidos los invernaderos y cultivos. No voy a explicarle todos los pasos que nos llevaron a este descubrimiento. Sólo le diré que hallamos las pertenencias de uno de los niños asesinados en la refinería. Las estudiamos, identificamos al agente norteamericano que había cometido el crimen, lo capturamos y lo interrogamos.

-¿Dónde las encontraron?-preguntó Louis.

-En una casa rural-respondió Borens-. Hallamos allí también el cuerpo de uno de los periodistas que trabajaban para Oclam.

-Y supongo que ustedes también tienen a Oclam secuestrado-dijo Colt- ¿O de dónde obtuvieron la información que los llevó hasta allí?

-Oclam sabe muchas cosas-dijo Borens-. Nos ha resultado muy útil, por eso hemos decidido no eliminarlo. Es cierto, su forzada veracidad nos permitió localizar esa casa y las evidencias. Ahora comparte su celda con el agente norteamericano, de quien hemos obtenido nuevos datos. Aunque yo, personalmente, hubiera preferido no conocer estos datos. Porque ahora viene lo peor.

-Todo esto es culpa de ustedes-lo increpó Louis-. Esa bomba que lanzaron contra los Estados Unidos matará a millones de personas en todo el mundo. Actuaron con ignorancia, con brutalidad. No tomaron en cuenta la naturaleza de su burda arma biológica, sus fases de desarrollo, su vínculo con entidades que el hombre civilizado no puede siquiera comprender.

Borens lo observó con seriedad, con temor, con cierto remordimiento. Pero ya no pensaba en la gravedad de lo que había dicho, sino en escapar de ese lugar, aunque afuera lo aguardara la muerte, al igual que a todos los hombres de ese país, y de gran parte de ese continente, porque el viento seguía soplando, y en su dulce melodía avanzaba el horror. 

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Las flores del silencioWhere stories live. Discover now