Una noche, mientras las sombras danzaban en las paredes de la celda, Bellatrix irrumpió en el lugar. Había algo diferente en ella, un torbellino de emociones la rodeaba. Sin previo aviso, se lanzó hacia Hermione, quien estaba encadenada en una esquina. La bruja oscura la sostuvo por la barbilla, obligando a Hermione a mirarla directamente a los ojos.
"¿Por qué no puedo sacarte de mi mente?" gruñó Bellatrix, sus palabras llenas de frustración. "¡Eres solo una niñita tonta! ¡Una sangre sucia!"
Hermione, respirando pesadamente, sintió la misma confusión arder en su interior. "¿Por qué tú tampoco me dejas en paz?" respondió, su voz baja pero cargada de desafío.
El espacio entre ellas desapareció en un instante. El beso fue brusco, urgente, como si ambas trataran de encontrar respuestas a través del contacto. Había rabia en el gesto, pero también una necesidad innegable. Hermione intentó resistir, pero algo en su interior cedió, reconociendo una verdad que su mente aún no quería aceptar.
Ambas se separaron, respirando agitadamente, mirándose a los ojos con una mezcla de furia y deseo. Bellatrix retrocedió, sus ojos ardiendo de celos y confusión.
"No puedes... no puedes tenerme", dijo Bellatrix en un susurro, más para convencerse a sí misma que a Hermione.
Pero Hermione ya lo sabía. Había una conexión que ambas no podían ignorar. Se sentía como si sus almas estuvieran entrelazadas, más allá de la comprensión, más allá del odio, más allá de la guerra.
La rivalidad entre ellas no desapareció. De hecho, se intensificó. Cada vez que Hermione se encontraba con Bellatrix en la batalla, sentía el peso de sus miradas. Los celos eran una constante: Bellatrix no soportaba ver a Hermione luchar junto a Harry y Ron, mientras Hermione sentía una punzada de rabia cada vez que Bellatrix mostraba su lealtad ciega a Voldemort.
Pero, a pesar de todo, cuando las dos estaban solas, no había palabras suficientes para explicar lo que compartían. Sus encuentros eran una mezcla de pasión desenfrenada y luchas internas. Y aunque sabían que estaban en bandos opuestos, cada vez se volvían más dependientes la una de la otra