Los días que siguieron a la confesión de Hermione a Harry fueron una mezcla caótica de incertidumbre y tensión. Aunque Harry y Ron la evitaban cada vez más, Hermione se aferraba a la única constante que la mantenía firme: su relación con Bellatrix. Sin embargo, sabía que era solo cuestión de tiempo antes de que todo explotara.Una noche, mientras Hermione y Bellatrix se encontraban en uno de sus escondites secretos, Bellatrix parecía más inquieta de lo habitual. Sus ojos brillaban con una intensidad peligrosa, y su postura estaba tensa, como si estuviera preparándose para una batalla inminente.
"Algo ha cambiado," dijo Bellatrix de repente, rompiendo el silencio que se había instalado entre ellas.
Hermione, que había estado observando las llamas de la chimenea, levantó la vista, sorprendida. "¿A qué te refieres?"
Bellatrix giró sobre sus talones, enfrentándola. "La Orden. Voldemort. Ambos lados saben que hay algo que no cuadra. No sé cuánto tiempo más podremos ocultar esto, Granger. Los rumores ya están empezando a correr."
Hermione sintió un nudo en el estómago. Sabía que la verdad eventualmente saldría a la luz, pero había esperado que tuvieran más tiempo. "¿Y qué vas a hacer?" preguntó, su voz apenas un susurro.
Bellatrix se acercó a ella con pasos decididos. "Lo que siempre hago. Luchar." La intensidad en su mirada era inconfundible. "No soy una heroína, Hermione. No lo soy y nunca lo seré. Pero si alguien intenta separarnos, lo mato. Y eso incluye a cualquiera, ya sea de tu lado o del mío."
Hermione tragó saliva, sintiendo el peso de esas palabras. Sabía que Bellatrix hablaba en serio. No había medias tintas en ella, y eso era lo que la hacía tan peligrosa y, al mismo tiempo, tan irresistible.
"Bellatrix, no puedes simplemente matar a todos los que se interpongan en nuestro camino," respondió Hermione, aunque en el fondo sabía que Bellatrix no vería las cosas de otra manera.
"¿No puedo?" Bellatrix arqueó una ceja, un destello peligroso en sus ojos. "Granger, has visto de lo que soy capaz. Si tengo que hacer lo que sea para mantenerte a salvo, lo haré."
"Eso no es amor, Bellatrix," dijo Hermione, su voz firme. "El amor no destruye todo lo que toca. No puedes simplemente recurrir a la violencia cada vez que algo se complica."
Bellatrix soltó una carcajada amarga. "Tú y tu condenada moralidad, Hermione. Eres increíblemente ingenua si crees que el amor es siempre algo puro y hermoso. El amor es oscuro. El amor es salvaje. Y a veces, el amor es lo que nos impulsa a hacer las cosas más terribles."
Hermione la miró fijamente, tratando de encontrar la manera de llegar a ella. "No quiero que luches por mí de esa manera, Bellatrix. No quiero que esto termine en sangre. Lo que quiero es que encontremos una manera de estar juntas sin tener que destruir todo a nuestro alrededor."
Bellatrix la miró en silencio durante unos segundos, antes de girarse hacia la ventana, su voz más baja, casi derrotada. "Eres una tonta si crees que eso es posible."
"Lo sé," admitió Hermione, acercándose a ella y colocando una mano en su espalda. "Pero soy una tonta enamorada de ti."
Bellatrix se tensó ante sus palabras, pero no se apartó. "Nunca debí haberte dejado entrar en mi vida."
"Tal vez no," dijo Hermione suavemente. "Pero lo hiciste. Y aquí estamos."
Bellatrix se volvió hacia ella, sus ojos brillando con una mezcla de emoción y desesperación. "No puedo cambiar lo que soy, Hermione. No puedo ser lo que tú quieres."
"Yo no quiero que cambies," respondió Hermione. "Solo quiero que estemos juntas. Sin máscaras. Sin violencia. Solo nosotras."
Por un momento, el mundo pareció detenerse. Bellatrix la miró, y por primera vez, algo en su interior pareció ceder. Con un suspiro, Bellatrix extendió la mano y acarició la mejilla de Hermione, su toque sorprendentemente suave. "Eres tan increíblemente valiente... y estúpida."
Hermione sonrió débilmente, pero sus ojos se llenaron de lágrimas. "Tal vez. Pero no me importa. Te amo, Bellatrix. No me importa lo que digan los demás."
Bellatrix se inclinó hacia ella, sus labios rozando los de Hermione en un beso cargado de promesas no dichas, de un amor que sabía que no podía durar, pero que ambas estaban dispuestas a defender hasta el final