XLIX

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Junio, seis meses después.

Salí al patio y la luz dorada del atardecer cubría todo a mi alrededor, tiñendo el césped de un verde cálido. Evie corría descalza, con esa risa cristalina que me recordaba tanto a mi infancia. Correr por el pasto, sin zapatos, sintiendo la frescura bajo los pies... cómo me gustaba hacerlo cuando tenía su edad. Observé cómo giraba sobre sí misma, los rizos dorados rebotando en el aire mientras extendía los brazos como si quisiera abrazar al cielo. Mi pequeña y libre Evie, llena de energía, de vida, de todo lo que alguna vez fui y ya no podía ser de la misma manera.

-Evie.-llamé desde la terraza, con una sonrisa en los labios.-Es hora de entrar, la cena casi está lista.

Ella se detuvo, claramente insatisfecha con la idea de que su tiempo de juego llegara a su fin. Me miró con esa mezcla de inocencia y picardía que le era tan natural, con las mejillas sonrojadas por el ejercicio.

-Pero, mamá, aún es temprano. ¡El sol no se oculta!-dijo con un leve puchero. Sabía que, en su mente, la idea de terminar el día mientras el cielo seguía claro era completamente absurda.

Suspiré suavemente, acercándome a ella y ofreciéndole mi mano para guiarla hacia dentro.

-Mi vida, es verano. El sol tarda mucho en ocultarse, pero ya son las siete y significa que es hora de cenar.-sonreí, tratando de hacerle entender con cariño.

Ella suspiró con resignación, pero tomó mi mano de todas formas.

-Está bien...-murmuró, pero su tono dejaba claro que no estaba completamente convencida. De todas formas, obedeció, caminando a mi lado mientras yo la guiaba hacia la casa.

Antes de cruzar la puerta, se detuvo de repente y, con esa curiosidad característica suya, se inclinó hacia mi barriga ya notablemente abultada. Colocó su pequeña oreja contra mi piel y se quedó muy quieta, como si esperara escuchar un secreto que solo ella podía descifrar.

-Mamá.-preguntó con su voz suave.-¿Mi hermanito ha hecho algún ruido hoy?

Me reí, enternecida por su gesto.

-No ha hecho ningún ruido, mi amor, pero ha estado pateando mucho.-acaricié el cabello mientras caminábamos hacia dentro, mi mano descansando protectora sobre mi vientre, como si con ese simple toque pudiera calmar la vida que llevaba dentro.

Al cruzar la puerta, el olor de la cena nos envolvió. Oscar estaba en la cocina, moviéndose con una destreza que había desarrollado en los últimos meses. No era un chef, pero había adoptado la cocina como su refugio, una manera de cuidar de nosotras. El aroma del pollo al horno y las verduras asadas llenaba la casa, dándole una sensación de hogar que me hacía sentir completa.

-La cena estará lista en quince minutos.-nos dijo desde la cocina, sin apartar la mirada de las ollas.

-Vamos a darnos prisa.-le dije a Evie, dándole un leve empujón hacia las escaleras. La pequeña subió corriendo, con la misma energía con la que jugaba en el jardín minutos antes, mientras yo la seguía a un ritmo más pausado. Mis pies se sentían pesados, y el dolor en mi espalda se hacía cada vez más persistente.

Cuando llegamos a su habitación, Evie corrió hacia su baño para ducharse, pero yo me quedé en la cama, sentándome lentamente mientras acariciaba mi vientre. El peso de mi barriga ya era considerable, y los movimientos del bebé parecían recordarme constantemente lo que venía. Mi mano se posó sobre mi vientre de manera instintiva, trazando círculos suaves sobre la piel estirada. Cada pequeña patada era una mezcla de dolor y alegría, un recordatorio de la vida que crecía dentro de mí.

El cansancio se acumulaba en mi cuerpo de una manera que no recordaba del embarazo de Evie. Quizás porque entonces era más joven o quizás porque esta vez no estaba sola. La diferencia de tener a Oscar a mi lado lo cambiaba todo. No estaba cargando sola con el peso de criar una hija y esperar a otra. Esta vez había una mano que sostenía la mía en los momentos difíciles, que me ayudaba a levantarme cuando me sentía agotada.

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⏰ Última actualización: Oct 26 ⏰

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