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Monterrey se quedó chico porque no tiene para dónde crecer. Alrededor están San Nicolás, Apodaca, Escobedo, Guadalupe y otros municipios que lo aprisionan. Esos municipios sí crecen, sin freno y caóticamente.

Antes de la caseta a Reynosa, entre Guadalupe y Apodaca, hay una colonia de carretoneros donde Rosso se metió para hacer unas entrevistas.

Me gusta su voz, pausada y fuerte.

¿Y sí les mandaron la ayuda prometida?

Nombre. Pusieron una barda muy bonita que los que pasen por la carretera no vean pa dentro, pero aquí hay puro mugrero, no hay ni pavimentación, no hay ni drenaje. Ahí van, mire, los que van a gastarse el dinero a McAllen, y de este lado estamos los que vivimos en casas de cartón.

La entrevista se cortaba ahí. Me pareció raro no encontrar ningún otro audio en ese correo de Rosso. Pensé que quizá me lo había enviado Amalia, ya que ella solía acompañarlo.

Comencé a oír los archivos que ella me había enviado. Semanas de audios que había ignorado deliberadamente. Su proyecto era una tontería: entrevistaba a adolescentes que trabajaban en ferias y mercados vendiendo maquillaje. Les preguntaba dónde habían aprendido a maquillar, si tenían educación formal, cuánto ganaban, y cosas que ni al caso, como sus sueños.

Amalia tenía una voz arropadora que brindaba confianza. Una voz dulce, no como cuando me hablaba a mí.

Lo que yo más quiero en el mundo es ganar suficiente para poder operarme a ver si así puedo tener hijos, y que mi novio vuelva conmigo.

No sé qué laberintos recorría Amalia, pero siempre llegaba a confesiones tan íntimas como esa.

En la búsqueda, al fin llegué a una entrevista donde se oía la voz de Rosso, pero no preguntaba. Afirmaba.

Ya no le gusta bailar conmigo.

Cómo no. Nada más que me traigan mi vestido, que me arreglen.

Me sorprendió oír la voz de mi abuela en ese archivo enviado por Amalia, seguramente por error.

La abuela contaba que iba a ir a una boda de las bonitas, de las de rancho.

¿Va a ser la reina del baile?

Uy, si me vieras hasta tú me sacabas. Hasta me robabas.

Se oían entonces risas.

Me interrumpió una llamada de mi papá. Me reclamó el ocio y que había faltado a una cena de caridad a la que tenía que ir.

Y ya te había dicho que no iba a ir nadie por la pinche borrega, y por tus huevos mandas al otro pendejo por la pinche cabra prieta esa. Aquí tienes todo el rancho, mija, no me salgas con jaladas. ¿Habíamos quedado en que acabaras pronto el taller y hacías lo que te daba la gana, o no?

Ajá.

¿Y cuándo terminas el mentado taller? El tiempo que te queda no quiero que faltes, y que nomás te comportes y vayas, no me importa que no aprendas nada. Y la pinche gata, para qué la querías si la tienes bien abandonada.

Se pone violenta, no me quiere.

Me vale tres kilos y no te quiero decir ni de qué, primero ahí estás chingue y chingue que un tigre amarillo no, que blanco, y luego ahí está y no la pelas.

No se puede dormir conmigo, me sacaría los ojos. ¿Ves por qué necesito a mi Gretel?, papá, ¿qué te cuesta que me la traigan?

Ahí tienes al otro gatito mandilón para que se duerma contigo.

LOBADonde viven las historias. Descúbrelo ahora