Cada tarde quería salir a caminar, pero Rock me había pedido que no anduviera en la calle a la vista de cualquiera. Así que cada tarde el chofer me paseaba en auto. Regresaba a casa por la noche después de haber visto bicicletas, argentinos, hipsters, turistas. El paisaje comenzaba a aburrirme porque nunca nos alejábamos de La Condesa.
Me había surgido una súbita ternura por todas las mujeres embarazadas que veía: sus hijos y el mío nacerían en fechas muy cercanas. No necesitaba cruzar palabra con ellas para sentirlas cercanas.
No, si nunca la quiso. La tuvo y la aventó al monte. Para los coyotes, ¿para qué más iba a ser eso? Fue mijo el que la sacó de ahí, por eso se la quitó. Ella no la quería. Nunca la quiso. Era niña, sí. Muy chiquitita. No sé cómo se logró. La hubiera vendido si hubiera tenido a quién. Y fíjese, cosa curiosa, la niña era igualita a ella.
Fue una sola vez.
Fue mi entrada a esta familia a la que he pertenecido por más que el Lobo haya pretendido otra cosa.
Fue ese amor del que no puede hablarse, pero tampoco puede negarse.
Fue esta fortuna. Esta dicha. Este amor que me late desde que era niña, y que me hacía sentir que me faltaba un abrazo en la cama. Siempre fui triste. Porque tenía esa ausencia y ahora lo sé. Y ahora me invento los recuerdos que no tengo: mi hermano se echó la culpa por una sopa que yo tiré, mi hermano encontró el primer diente que se me cayó y que había perdido, mi hermano me limpió con su playera la sangre de la rodilla cuando caí de la bicicleta. Hay una infancia en la que yo habito y esta es luminosa cuando Rock está conmigo.
Fue una sola vez.
Volvería a su cuerpo como quien vuelve al amor, porque su piel y la mía son la misma. Porque al mirarlo sé qué sería de mí con un cromosoma distinto. Porque al besarlo sé por qué mis hombres anidan en mis labios, y cuando me beso así, cuando lo beso así, el resto de los hombres no son ya una carencia sino una sobra.
Fue una sola vez. Con ese amor que asquearía a los que no saben, a los que no les falta, a los que pueden ser hijos, madres, hermanos, por el puro vínculo de la sangre. A nosotros nos une más: la historia y la vida.
Sobre todo esta. La vida que cuando estamos juntos es muchas, es varias, son sus viajes, sus mujeres, mis hombres, mis animales, las ciudades y todos esos pasos que, habiéndonos alejado antes, ahora nos unen.
Como si fuera una boda, mi boda, mi vestido era un Channel con tul. Adria llevaba uno idéntico y hasta se había maquillado como yo, fiel a su idea de que podíamos hacernos pasar por gemelas.
Tú no vas, le dijo Rock cuando habíamos subido al helicóptero.
Pero tú dijiste.
Cambié de opinión.
¿Y quién va a manejar a las muchachas?
No hay muchachas.
Vi la rabia en los ojos de Adria.
Tú te quieres ir con ella, lo acusó.
Que no vas. Bájate.
Por instinto, Adria apretó los puños, como si fuera a irse contra Rock y luego contra mí. Por instinto, oculté la cara, pero ella ya se tropezaba, bajando con torpeza y furia.
Después, Rock tomó mi mano y el recorrido lo hicimos en silencio.
Fue ese tacto. Ese silencio. Mi hermano.
No sé a qué estado llegamos. Debió ser muy cerca, quizá Puebla. Era una casa inmensa en medio del bosque.
¿Te gusta?, fue lo primero que me preguntó.
Al entrar, me presentó a seis amigos suyos. Me sentí alegre al ver que a uno de ellos ya lo conocía, un cantante francés hijo de chilenos.
Rock indicó que me sentara junto a él. Una vez más, no sabía si sentirme como la variedad o como invitada, pero cuando uno de los hombres le pidió un trago al mesero en inglés, Rock dejó claro que yo volvía a ser de los Quintanilla.
Español. Cuando está mi hermana solo se habla español.
El gringo sonrió. La reunión fluyó sin tensión. Pensé que unos meses antes esa hubiera sido una reunión normal en mi casa: amigos, cocina, beber, reír, besarnos, así como el cantante había tratado de hacerlo.
Sonreí sin responder a su beso.
Rock rio.
La señorita no está disponible. Hoy no.
Algo brilló dentro de mí. Quise ser diminuta y meterme entre el cuello de su camisa y su piel. Desde ahí mirar al resto de los hombres, todos hermosos, sabiendo que me había quedado con el mejor de ellos.
Hacía mucho que no reía ni sentía la dignidad, o el cinismo, de ser hija de quien era. Mi padre me había desechado, pero otro Lobo ahora se hacía cargo de mí.
Después de algunas horas fui al baño a retocar mi maquillaje. Traté de ocultar mi cansancio. Me daba una segunda capa de corrector en las ojeras cuando Rock abrió la puerta y me besó. No podía dejar de mirarlo en el espejo, así como meses antes había contemplado el reflejo de Ástrid junto a mí.
Esperé que dijera algo pero no lo hizo. Solo me abrazaba y me olfateaba con los ojos cerrados. Como un animal reconociendo a otro.
Fue esa vez.
Yo iba vestida de blanco como si aquel fuera el día de mi boda. Iba vestida de blanco como si mi cuerpo fuera puro y mi amor inocente. Pero no hay pureza ni inocencia si en el corazón late un amor insano, el amor de aquellos hermanos que viven solos en el monte y no saben de qué otra forma cobijar sus cuerpos.
El amor de los desterrados.
En el monte uno crece como los animales. La malicia es cosa de acá. Allá no existe. Mija la grande cuidó a su hermano como si fuera su mamá, porque cuando nació mija la chiquilla me puse muy mala. Mija la grande quería a su hermano más que con amor: con veneración. Yo creo que cuando un amor así es correspondido es una bendición de Dios. Me dijo el cura que no dijera eso, que no metiera a Dios en nuestras cosas, pero yo creo que el amor siempre tiene que ver con Dios. Desde chiquillos se nos enseña que Dios es amor, ¿que no?
Y Rock caminaba sobre el mar. Y su rostro era fiero en medio de la tormenta. Las aguas del mar lo golpeaban sin poder doblegar su espalda. Caminaba directo hacia mí, no quitaba sus ojos de mi rostro. Amenazada. Me sentía intimidada, pero sabía que no tenía deudas con él. Si algo me pidiera, yo querría dárselo. Toda yo era para él. Nunca podría negarle nada. Si antes no me había ofrecido en sacrificio a él, era porque no sabía de su existencia. Iba a llegar conmigo para pedirme que no temiera, pero en cuanto se acercaba descubría que no era él, sino el cuerpo flaco de Rosso el que me rodeaba con sus brazos. El agua nos golpeaba en el rostro. Me ardía la cara. Rosso quería besarme pero su olor a tabaco me resultaba nauseabundo. No sabes a tabaco, sabes a sangre, le decía. Y Rosso ya no era Rosso. Yo estaba lamiendo el tibio hocico de mi Gretel. Pensaba que tal vez así la devolvería a la vida. Pero Gretel ya era solo trozos de carne, y el mar no era el mar, sino un inmenso caño de sangre en el cual me hundía. Traté de gritar y desperté dándome cuenta de que estaba en una casa ajena. Desperté y vi saliendo de mis piernas un correr de sangre.
Todo comenzó con un correr de sangre, una mancha, un sobresalto. Ir al médico en la noche y regresar a dormir tranquila a casa porque en la clínica habían dicho que todo estaba bien. La bolsa estaba puesta en el lugar más seguro de mi útero. Su latido era intenso, vibrante, era el latido más intenso que rugía desde mi cuerpo. Si había un sangrado, se tomó la molestia de explicarme el médico, seguramente se debía a que la bolsa trataba de sujetarse mejor. Eso me alegraba entonces, quería que mi hijo se aferrara a mí con sus uñas, con los dientes. Cada noche cuando tomaba el ácido fólico me alegraba imaginándolo tomando la diminuta pastilla con ambas manos, diminutas también. Comiéndoselo a mordidas, saboreándolo. Mi hijo ha sido lo más vivo que ha habitado en mi cuerpo. Mi cuerpo fue su fuente, su abrigo, su casa. Mi cuerpo fue su tumba.

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LOBA
حركة (أكشن)«Bien fácil distingues al lobo de los coyotes: el lobo es el que mata, el coyote nomás se come las sobras». Una loba que quiere ser libre, ¿podrá sobrevivir sin su manada? Lucy quiere escapar del territorio de su padre, un poderoso y temible polític...