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Al día siguiente tuve otra visita. Una de las chicas de la casa tocó la puerta de mi recámara para avisarme.

Señorita, vino su mamá.

¿Mi mamá?

Sí, vino la señora Ástrid.

Qué quiere.

La chiquilla titubeó.

No. Nunca quiere nada. Se queda aquí unos días y luego se regresa a la otra casa, o se va a la de Querétaro. Como que se aburre de estar en un solo lugar. Solo pensé que debía avisarle.

Bajé a verla. Desayunaba chilaquiles. Tenía un gran parecido a mi abuela.

¿Qué haces aquí? Ahora esta es mi casa.

Me miró como si no me conociera. Terminó su comida en silencio y se fue a la sala a tejer.

La seguí.

Me desesperas, qué quieres. Dime qué buscas aquí.

Una de las criadas me oyó. Se me acercó y me dijo bajito:

La señora no habla.

Cómo no.

Es muda.

Pero si yo la había oído. Tan clara. Directa. Diciéndome cuánto me odiaba. Volví a mi recámara y a la mañana siguiente ella continuaba ahí. Se sentó conmigo a desayunar, en silencio.

Yo no tenía un horario definido para bajar a comer, había días que ni bajaba, pero a la hora que lo hacía, ella dejaba su tejido y se sentaba conmigo, como si me hubiera estado esperando. La primera semana no dijo una sola palabra. La segunda me tejió un gorro para el frío.

Cuando volví a ver a Adria en el cafecillo, le conté.

Es rara, está pirada, pero es inofensiva, me dijo. Mientras nada la saque de sus casillas va a estar así, vegetando.

¿Tiene diagnóstico psiquiátrico?

Adria se rio.

Claro que no. Ya sabes que nuestros papás son de rancho. Ellos no creen en esas cosas.

Era curioso que habláramos de una familia en común. Era una sensación cálida.

Pero habla de vez en cuando, ¿verdad?

Es muda. No nació así, yo recuerdo que cuando estábamos chiquillos sí hablaba con nosotros, nos regañaba, nos cantaba. Todo como mamá normal.

Le dije que debíamos juntarnos los tres a tomar un café: nosotras y Rogelio.

Como una bonita familia, dijo en tono tierno, burlándose.

Para interrumpirla le pregunté si Rock estaba de acuerdo en lo que íbamos a hacer.

Fue su idea. Tú ganas dinero para hacer lo que tengas que hacer y nosotros le mandamos un mensaje al Lobo. Qué, ¿te vas a abrir?

Sigo pensándolo. ¿Qué me puede pasar si no tengo protección extra por lo del policía?

Lo que a cualquiera de a pie. No creo que quieras toparte con el sistema judicial y penitenciario de este país.


Para someter a un hombre basta con humillar a las mujeres de su casa: esposas, hijas, nietas. Cualquiera que se alimente de él es de su pertenencia.

A través de mí, quien fuera podía sentirse, al menos un par de horas, más fuerte que uno de los hombres más poderosos del país.

LOBADonde viven las historias. Descúbrelo ahora