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Sí fuimos con el Niño. Yo la llevé. Primero dijo que la iba a sobar cada semana. No me diga qué tiene, yo sé, déjemela, yo la voy a estar curando. Pero no se la quise dejar. Tan bonita era mija que yo ya desconfiaba de todos. Ya cuándo, ya le habían hecho mucho daño. Ya para qué la precaución. Se la llevaba dos veces por semana y la curaba conmigo ahí. Nunca la dejé sola. La panza se le iba haciendo chiquita. Yo nunca había visto que pasara eso. Pero la panza sí se le bajaba. Por qué no se la baja toda de una vez, ahí tiene sufriendo a la criatura. Lo que es de Dios vuelve a Dios, dijo el Niño. Pero yo ya no le creía, por eso le pregunté: ¿Y lo que no? Entonces ya no quiso tratarla. A Estrellita le daban unos dolores que aullaba. Yo sentía que se iba a volver aura y que iba a salir volando. Se le arrodillaba a Eleazar, llévame, llévame, le decía. Pero pos qué la iba a querer mijo. No he conocido a otro más orgulloso. A mí me dijo: Ahí déjela, no quiero que le ande dando de comer, no quiero que le haga nada. Ahí déjela. Si lo que le gusta es andar en el monte, ahí que se quede. Pero los niños, Eleazar. Para saber si son míos. Y ya no los quiso ver más nunca.


Quería que nos vistiéramos iguales: unos kimonos café muy cortos enredados con listones, cabello recogido y maquillaje pin up.

Está del culo, wey.

Perdóname, pero mi estilo le gusta a mucha gente. Para los gringos yo soy la sensación.

Porque los gringos son los chilangos del mundo, no tienen nada de gusto.

Aparte, son Gucci.

Eso qué. Están horribles.

¿Eso era tener una hermana?, ¿simular que teníamos gustos comunes, exhibirnos dejando claro que teníamos la misma genética, odiarnos pero contenernos? Nada puede ser más patético que tener una hermana, pertenecer a una manada de hembras, compartir un cerebro, ser Miry, ser Becky, o ser Rachy. O ser Adria. O ser Lucy.

Busqué en su clóset. Había dos vestidos plateados un tanto transparentes.

Con lencería bonita, estos pueden jalar.

Pero no son de marca.

Pero parecen como que sí.

A la hora de ponerme el vestido, dudé. Me sentía desnuda. Expuesta. Por más maquillaje en el cuello, no podía esconder la cortada que me había hecho Ástrid. Nunca me había puesto la ropa de otra persona. Era como meterme a las sábanas usadas del pueblo en el desierto, pero ahora no estaba la piel de Rosso para limpiarme. De cualquier forma, ya había dormido en cobijas puercas, ya me había acostado por MTV y agua caliente, ¿qué tanto más me podía ensuciar?

Después del maquillaje, quedamos idénticas. Aunque su piel era blanca y la mía morena.

Frente al espejo me lo dijo:

Eres igual a él. Pero él es alto... Te pareces más a él que yo, dijo decepcionada.

No pensé que el vestido se viera tan tan mal, y el maquillaje pin up con boca rojísima que no había probado nunca me sentara tan bien.

¿Creías que estabas en el infierno, baby?, me interrumpió Adria mientras me observaba. No conoces el infierno. Apenas lo vas a conocer.

Entramos al cuarto de las chicas, las estaban terminando de maquillar. Adria seguía repartiendo instrucciones.

Tú te vas a llamar Katy, tú Barby, tú Carly, tú Sexy... suertuda, la que se llama Sexy siempre es a la que le va mejor.

A Sexy se le iluminó el rostro, se sintió con permiso de preguntar:

LOBADonde viven las historias. Descúbrelo ahora