Fue la madre quien lo encontró. Pegó de gritos y entonces entraron mis muchachos, quienes, enviados por Treviño, habían ido a buscar el manuscrito original. Lo hicieron sin consultarme. Lo levantaron en vilo sin ninguna dificultad porque Rosso para ese entonces no era más que una tripa llena de huesos. La mamá se asustó, pensando que era un levantón, y les dio con uñas, dientes y sartenes. Mientras calmaban a la señora ya iban con Rosso al hospital más cercano, que era una desabastecida Cruz Verde, donde a punta de pistola habían exigido atención inmediata. Pero Rosso ya se había desangrado.
Así me lo contó Treviño.
Crees que soy pendeja, volví a mostrarle el papel. Le exigí que me llevara a ver el cuerpo.
Rosso no era un ángel. Era un Cristo. Era un Cristo que no podía liberarme de mis pecados ni de mi cielo.
Es del querer el callar. Por eso yo era muda, por haber amado tanto. El habla me resultaba una función tan inútil. Opcional. No sería lo mismo con la vista o el oído. Perder alguno de mis sentidos sería perder la mitad de mi vida.
Es del querer el callar. Y el silencio de mi padre que no me visitaba. El de mi abuela que quería enseñarme a tejer y preguntaba por mi esposo el flaco. El de la noche que fue tan larga. De varios días o semanas. Días de estupideces cuando más necesitaba estar sola.
Primero fue lo de Amalia. Me lo contó Treviño.
Su papá le va a reclamar, pero las cosas fueron así, comenzó diciéndome.
Más que el sonido del disparo, lo que se repitió en mi mente durante un tiempo fue el sonido de su cuerpo al caer al pavimento. Fue el caer del peso de dos vidas que expiraban juntas con un solo disparo. Dos almas que dejaban este mundo al mismo tiempo. Para Amalia ya no había tristezas, preocupaciones, tener que viajar en transporte público, buscar un trabajo, desvelarse estudiando y esas cosas que tanto preocupan a mucha gente. Andaba con su hijo dentro. Ni en su muerte le había tocado estar sola. Envidié ese sino.
¿Quién fue?, escribí en una hoja.
Después de clases, Amalia trabajaba en una zapatería en el centro y luego se iba a su casa. Se había bajado del autobús pasadas las diez de la noche. Descendió y no se percató de las camionetas estacionadas, apenas dio unos pasos, concentrada en guardar en su morral hippie unos libros. Quizá en el autobús iba leyendo.
¿Por qué papá me va a reclamar a mí?
Cayó su cuerpo, cayeron sus libros desparramados por toda la banqueta. También un reguero de sangre. Ni siquiera gritó. Solo cayó su cuerpo. Cayó Amalia y el hijo que llevaba dentro. Fue un único tiro.
¿Quién fue?, volví a mostrar el papel.
No, pues no sabemos, mija, a poco cree que tenemos un registro de cada pelado empistolado que anda en esta ciudad.
Recordé las veces que me había dicho la autista, la tonta, la desubicada. La vez que fingió tropezarse para echarme el café encima. Los chismes. Las burlas. Mi cumpleaños arruinado porque Rosso no dejaba de pensar en ella. ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que también intercede por nosotros.
Adán, Rosso y Amalia habían desaparecido la misma semana. Supuestamente Adán solo estaba escondido.
Su papá le va a decir que usted los arriesgó, que contó cosas que ya sabía que no tenía que andar diciendo.

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LOBA
حركة (أكشن)«Bien fácil distingues al lobo de los coyotes: el lobo es el que mata, el coyote nomás se come las sobras». Una loba que quiere ser libre, ¿podrá sobrevivir sin su manada? Lucy quiere escapar del territorio de su padre, un poderoso y temible polític...