Si la muerte no llegaba por mí, tendría que salir a buscarla en la calle. Y ahí estaba. Los niños regados en el suelo como cacharros, sus manos lustrosas de tanta mugre, la estopa llevada a la nariz. El hambre. ¿Quién tiene hijos para tirarlos? ¿Quién ve hijos tirados y no se asume madre? Yo no podía. Era una hija, ahora huérfana. La muerte andaba en las calles en la figura de una jeringa tirada junto al semáforo. Nunca había estado en una ciudad con tanta gente. A cada dos pasos tropezaba con alguien. Caminaba hacia el centro, hacia el corazón de tanta mugre. Tal vez el Zócalo sería un espacio abierto en donde pudiera pensar. O donde me cayera una bala perdida.
Un hombre llevaba cargando dos enormes figuras religiosas. En la mano derecha, recargada en su hombro, llevaba a la Virgen María. En la mano izquierda, llevaba a la Santa Muerte. Ambas figuras medían casi un metro cada una. Me miró a los ojos.
A ti cuál te protege, güera, cuál te llevas.
Se acercó tanto, que tuve a la Santa Muerte a pocos centímetros de mí.
Volví la mirada. Retrocedí.
Cuál te llevas, güera, barata. Cuál es tu patroncita.
Había visto en fotos a la Santa Muerte pero la impresión de tenerla tan cerca me causó repulsión. Una oleada de olor a encierro me llegó de golpe. Necesitaba aire.
A cuál le rezas.
No podía alejarme rápidamente. El hombre seguía atrás de mí.
Cuánto traes.
Me perdí entre la gente. Volteé. El hombre miraba hacia los lados. Tan desprovisto de Dios. Tan mendicante. Los ojos de quien no sabe si esa noche tendrá un techo.
Y las imágenes tan nítidas en mi mente, tan revelador me resultaba que me ofreciera dos opciones de culto. Como si solo hubiera dos. Hermanas y complementarias. Dos opciones para sobrevivir en esta ciudad. Yo no podría hacer de ninguna mi objeto de veneración, la luz de mi fe. Si alguna vez rezara a una mujer me convertiría en parte de esta ciudad. Preferiría mucho antes morirme, pero ni a la plancha donde estaba depositado el centro del mundo llegaba ese rayo fulminante, enceguecedor, nítido, a partirme en dos.
La Ciudad de México, con sus millones de caminantes, parecía estar en perpetua procesión.
Ferrán había intentado en múltiples ocasiones llevarme de vuelta al catolicismo. Incluso he pensado que el propio orgullo por su fe era lo que lo hacía querer ser italiano. Cada año, en Semana Santa, seguíamos una procesión de alguna ciudad pequeña, oíamos misa en el Vaticano, recorríamos descalzos caminos marcados por la fe. Ferrán pidiendo, quizá, poder olvidar su origen latino. Yo pidiendo ser normal, ser feliz, no necesitar dormir todo el día. Tener una familia.
Pero aquello había acabado y mi procesión ya era otra, la confusa, la que incluía a todos los credos en la ciudad más grande del mundo.
Yo te venero, dije al viento, o a Dios que ya me había olvidado, o al ruido que no había dejado que se alejaran mucho mis palabras. Mis palabras que iban y venían a su antojo, por eso era mejor hacerme la muda, fingirme la sorda para no tener que contestar, fingir que la vida de nadie me importaba porque yo estaba sobre todos.
Yo te venero, le decía a Rosso, si acaso podía escucharme.
Como antes. Como en la película de Ferrán. Él había decidido tener una gran escena de una chica llegando en helicóptero a uno de los hoteles más extravagantes de Ischia. La chica tomaba de la mano al primer botones guapo que encontraba y lo arrastraba con ella al bar del lugar. Ahí, pedía a gritos cantidades exageradas de alcohol para ella y su acompañante, pedía tanto que no podrían beber todas las botellas en un año. Ella tenía esa belleza, esa manera de exigir y gritar que hacía sonreír a quien recibiera la bendición de poder servirle, esa invitación a un mundo en el que se podía hacer cualquier cosa. La gente poco a poco iba siendo desalojada para que la chica pudiera disponer del lugar a su antojo. No era algo que ella hubiera pedido, era algo que se hacía por protegerla, por que no le tomaran fotos, por que no saliera en los diarios mientras una a una se iba quitando cada prenda, agobiada por el calor, arrebatada de vida.

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LOBA
Aksi«Bien fácil distingues al lobo de los coyotes: el lobo es el que mata, el coyote nomás se come las sobras». Una loba que quiere ser libre, ¿podrá sobrevivir sin su manada? Lucy quiere escapar del territorio de su padre, un poderoso y temible polític...