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Desperté en una recámara de hospital. El médico llegó a darme de alta. Cuando me senté, un mar de sangre se me escurrió entre las piernas. Mis lágrimas cayeron sobre la cabeza de una enfermera que me limpiaba y que tuvo la misericordia de no hablar.

Que mi esposo había pagado mi deuda en el hospital, me dijeron al salir.

Andaría hasta desangrarme. Caminé a lo largo de Insurgentes, me metí por Santa María la Ribera y las colonias cercanas, por Buenavista. Viendo sin mirar me topé de frente con un tigre blanco. No era mi imaginación, no era un tigre disecado, era un tigre blanco que se lamía las patas y descansaba sin darse cuenta de mi asombro a menos de tres metros de distancia. Me sujeté de la cerca. Era un tigre flaco y golpeado que era explotado por el circo sobre hielo. El ojo izquierdo a punto de reventar. Un tigre blanco aparecía de pronto así como aparece el hambre. Su vida no habría sido mejor que la mía. En otro tiempo hubiera podido comprarlo y tratarlo como rey. Ese día no podía darle más que mi alma, que ya estaba muerta. Amarlo como no había amado a nadie. El alma de ese tigre era tan pura como había sido la frágil alma de mi hijo.

Y yo ya no tenía nada para amarlo, nada para darle, más que una bala que debía quedar en mi Glock. Piedad para él o piedad para mí.

¿Quién te quiere?, ¿quién te cuida?

Con dificultad respiraba y descubrí que yo jadeaba del mismo modo. Apunté hacia él sin posibilidad de errar. Me miró en ese instante sin saber que lo haría descansar. Me miró y disparé. Pero mi Glock estaba vacía, solo nos dio un ruido seco.

Me lamenté por todas las veces que había desaprovechado oportunidades de morirme.

No tengo para ti ni esto.


No puedes ponerle Santa a esa niña. Es una injuria. Nos va a castigar Dios. ¿Cómo vas a ponerle así, frente al señor, en la iglesia? Eso es una burla. Me contestó que a su hija no tenía por qué bautizarla, que si era creación de Dios, Dios ya la había bendecido. Y si ya está bendecida, ¿para qué le pones «Santa»? ¿Qué protección necesita? Y así y así le estuve diciendo. Al final lo convencí, pero no hice que te llevara a bautizar, eso sí no pasó. Yo digo que por eso te pasaron esas cosas. En esas protecciones que cree tu papá yo no creo. Dios que está allá arriba es más grande que todos nosotros.


Aferrada a los barrotes de la cerca, fue como si oyera la voz de Treviño. O la de mi padre.

¿Y creías que te ibas a ir así de fácil, cabrona? ¿Que nadie te cuida?, ¿que te mandas sola?

No tenía voz para contarle todas las veces que se me había manifestado en sueños. Cuántas veces lo había buscado en Rosso, en Ferrán, en Bruno. Yo no era nadie para contarle nada. Yo solo era una chica sin historias.

Quería decir su nombre.


LOBADonde viven las historias. Descúbrelo ahora